El jueves pasado Leo Zuckermann publicó en Excélsior una columna (http://j.mp/XPtk7r) criticando un acto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México
en el que hubo expresiones inequívocas de antisemitismo y negación del
holocausto judío. Su alegato, en breve, consistió en cuestionar que una
institución educativa financiada con recursos públicos se prestara a la
promoción de un discurso carente de cualquier rigor académico y abiertamente
discriminador sin que hubiera, todo parece indicar, ningún debate ni
cuestionamiento.
Al día siguiente Ricardo González
publicó en Animal Político una respuesta
(http://j.mp/UNkCdd) al artículo de Zuckermann. A nombre de ARTICLE19, una organización dedicada a defender el derecho a la
libertad de expresión y a combatir la censura, argumentó básicamente tres
cosas: 1) que en aras del avance científico toda universidad debe dar cabida a
voces que pongan en tela de juicio “verdades que se presentan como absolutas,
así como escuelas de pensamiento hegemónicas”; 2) que las leyes contra la
negación de hechos históricos inhiben la “producción de conocimiento”; y 3) que
toda vez que el diálogo democrático requiere “disenso”, la prohibición de ideas
no es la solución.
Aparentemente,
no importa que el holocausto judío sea una verdad documentada y no una
corriente de pensamiento, que negarlo sea lo contrario de fomentar el conocimiento
histórico, o que incitar al odio contra un pueblo sea distinto a tener una
diferencia de opiniones. Según la contorsionada lógica del señor González, en
este caso la prioridad no era interpelar a quien dijo que “el holocausto fue
una gran mentira, si hubieran matado a seis millones de judíos ya tendríamos la
suerte de que no hubiera judíos en este planeta” (http://j.mp/WGKrw2), ni tampoco reclamar a quien le puso el micrófono delante y la dejó
decirlo con plena impunidad, sino replicar al que protestó en su contra.
En
ninguna parte de su texto sostuvo Zuckermann que hubiera que negarle el derecho
a la libertad de expresión a nadie. Lo suyo fue ejercer la crítica, no llamar a
la censura. La respuesta de González, sin embargo, le reprocha “tratar de
censurar”. Y al hacerlo, paradójicamente, se traiciona a sí misma. Porque
crítica no equivale, en ningún sentido, a censura. Pero equipararlas puede terminar
convirtiéndose en una forma, no por inopinada menos perversa, de censurar a la
crítica.
Bien
decía Cioran que a veces los hombres sólo saben remediar sus males
agravándolos…
Mea culpa
En mi entrega pasada incurrí en una incongruencia.
Por un lado insistí en la importancia del debido proceso en el
caso de Florence Cassez, pero por el otro pedí que la SFP inhabilitara de
inmediato a Sigrid Arzt, comisionada del IFAI, por las acusaciones de conflicto
de interés que pesan en su contra. Lo lamento. Y corrijo: los actos por los que
se le ha señalado son francamente indignantes, pero Arzt también tiene derecho
a que en la investigación y el deslinde de responsabilidades se le siga su
debido proceso.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 4 de febrero de 2013
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