lunes, 25 de marzo de 2013

El periodista y el policía


La revista Nexos de este mes dedica una sección al “coctel Cassez”, seis colaboraciones breves que dan cuenta del desenlace del caso y sus significados. Escriben dos profesores universitarios (Saúl López Noriega y Miguel Carbonell), el director de la Clínica de Interés Público del CIDE (Javier Cruz Angulo), un activista de los derechos humanos (Darío Ramírez), el propio abogado de Cassez (Agustín Acosta) y un periodista (Ciro Gómez Leyva).

El conjunto ofrece reflexiones informativas, interesantes, inteligentes… en contraste con lo de Gómez Leyva (http://j.mp/166fepb), aciago ejemplo de cómo un punto de vista supuestamente periodístico puede convertirse en coartada para la desinformación, la frivolidad, la altanería. Valgan acaso algunas citas para ilustrarlo.

Primero, sostiene Gómez Leyva que la Suprema Corte amparó a Cassez “por el peso de una recreación para la televisión y el incumplimiento de un par de trámites en las horas inmediatas a la detención. Nada más. Constitucionalmente, no podía seguir en la cárcel. Pero legalmente, hasta donde entiendo, quedó como una secuestradora”. O sea, no entendió nada.

Segundo, sobre las ilegalidades, los abusos y las mentiras en que incurrió la policía, Ciro no tiene otra cosa que decir que “Genaro García Luna cometió un error, producto, pienso, de la intemperie de aquellos años de proliferación de secuestros en el DF y marchas silenciosas por la paz”. Cuánto estrés, pobrecito.

Y tercero, afirma que llamar secuestradora a Cassez podría ser un error, pero “como dice Carlos Marín, el periodismo se mueve sobre verosimilitudes más que sobre verdades. Siete años después, me parece verosímil que Florence haya sido una secuestradora. Por lo demás […] aprecio la economía del lenguaje que da el llamarla secuestradora”. Y pues háganle como quieran.

A cada paso de su disparate Gómez Leyva apela a una suerte de sinrazón periodística que lo exenta de habérselas con las implicaciones sustantivas del montaje sobre el procedimiento, con el derecho a la presunción de inocencia, con que los testimonios de las supuestas víctimas están repletos de inconsistencias y contradicciones. Para él, lo periodístico está más allá de cualquier evidencia, cualquier lógica o veracidad.

No es casual, pues, que su versión sea básicamente idéntica a la versión de los que orquestaron, según la puntual expresión del ministro Zaldívar, una “escenificación ajena a la realidad”. En el caso Cassez, lo que Genaro García Luna fue al trabajo policíaco Ciro Gómez Leyva es al trabajo periodístico. Lo que uno hizo con su charola de policía, el otro lo hace con su credencial de periodista.  

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 25 de marzo de 2013

lunes, 18 de marzo de 2013

La ideología del consenso


Escribe Juan E. Pardinas, ayer en Reforma (http://j.mp/XPworv), que “las figuras de lenguaje que describen nuestra vida pública están desgastadas por exceso de uso. México quiere moverse hacia el siglo XXI, pero las palabras y los adjetivos que buscan describir este cambio se quedaron atoradas en el siglo pasado”. Comparto su diagnóstico, creo que en efecto carecemos de un vocabulario post-transición (http://bit.ly/J8DT4i), pero me parece que su manera de argumentarlo incurre en el propio problema que señala.

De entrada, conviene reparar en la frase “México quiere moverse hacia el siglo XXI”. Primero, porque representa a “México” como un actor unitario con una sola voluntad y no como un espacio plural en el que coexisten múltiples voluntades. Segundo, porque al constituir una mínima variación del eslogan gubernamental (“mover a México”) parece inscrita más en una lógica publicitaria que en un registro propiamente analítico. Y tercero, porque al referirse al tópico “siglo XXI” evoca una vaga noción de futuro pero no distingue ninguna dirección específica. La frase nos devuelve, pues, directo al “siglo pasado”: a un país que no sabe reconocer su diversidad interna, descrito conforme a los parámetros del discurso presidencial y en el que no hace falta definir un proyecto concreto susceptible de ser contrastado con otros.
   
Más aún, dice Pardinas, “durante 12 años los mexicanos nos quejamos de una institución presidencial que no podía tomar decisiones” y hoy, en cambio, “algunos se lamentan de exactamente lo contrario […] nostálgicos de aquel pantano”. Obviemos la embustera unanimidad del “los mexicanos nos quejamos” (¿todos?, ¿por igual?, ¿sobre lo mismo?) y el ninguneo implícito en el “algunos se lamentan” (¿por qué no llamarlos por su nombre?, ¿por qué no remitir a las voces que se trata de replicar?). La idea de que la institución presidencial “no podía tomar decisiones” es francamente absurda (véase “Calderón, la guerra de”). Y la imagen de que los últimos dos sexenios fueron un “pantano” no tiene ningún fundamento empírico: es un derivado del mito de la parálisis que María Amparo Casar se ha encargado ya de refutar rotundamente (http://j.mp/WQjbhn).

Como era de esperarse, Pardinas concluye elogiando el Pacto por México: “un triunfo del oficio que da buen nombre a la política” (¡ay, los ecos del siglo pasado!). Es decir que, queriendo criticar la falta de imaginación de quienes ven en el peñanietismo un resurgimiento de la vieja “Presidencia imperial”, Pardinas termina haciendo suyas las viejas premisas de la ideología del consenso: el desacuerdo es un obstáculo, la protesta no construye, el mejor adversario es el que colabora…

Hay algo muy torcido en celebrar, como si fuera un éxito democrático, un mecanismo diseñado no para negociar con la oposición sino para neutralizarla.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 18 de marzo de 2013

lunes, 11 de marzo de 2013

El monumento a las víctimas y la política de seguridad


La semana pasada Carlos Puig (http://j.mp/WCZBF4) tuvo el acierto de recordar  a quien lo hubiera olvidado, y de informar a quienes no lo sabíamos, que ya hay un monumento para las víctimas de la violencia en México. No está en Ciudad Juárez, en Acapulco, en Torreón, en Monterrey ni en Durango. Está en la Ciudad de México, en una zona muy céntrica y exclusiva, concretamente en la parte del Bosque de Chapultepec que está al costado poniente del Campo Marte. A escasos dos o tres kilómetros de Los Pinos. Caminando, pues.

No tiene mucho sentido ya discutir lo equívoco del concepto (un espacio oficial para recordar a víctimas que el Estado mexicano no identifica) ni su cuestionable ubicación en la Ciudad de México (una entidad poco tocada por la “guerra”) junto a un campo militar. Es lo que es y el monumento ya está ahí, terminado.

Felipe Calderón hubiera podido inaugurarlo en los últimos días de su gobierno, pero no quiso porque Javier Sicilia se opuso. Y el gobierno de Enrique Peña Nieto, reporta Puig, “tiene el lugar bardado con una lona, descuidado y protegido por dos elementos de la Policía Bancaria. Formalmente el espacio lo administra Províctima, órgano desconcentrado de la SEGOB. Pero la reorganización interna de la secretaría ha sido lenta y nadie sabe qué pasará con Províctima, si sobrevivirá o se integrará a otra dependencia”. Es decir que el Memorial para las Víctimas de la Violencia (así se llama) todavía no se puede conocer pero ya está abandonado: por consideraciones políticas, por complicaciones burocráticas, por falta de presión social.

En cualquier caso, es imposible imaginar una metáfora más precisa de lo que ha sido la política de seguridad del nuevo gobierno.

En su discurso de ayer, el presidente enlistó las trece decisiones más representativas de sus primeros cien días de gobierno. En materia de seguridad, mencionó tres.

La primera es el arranque de un Programa Nacional de Prevención de la Violencia y la Delincuencia que, como ampliamente han documentado Alejandro Hope (http://j.mp/WD3OZj), Lillian Chapa y Leonel Fernández (http://j.mp/VYIJY5), básicamente no existe: no ofrece diagnóstico ni objetivos ni prioridades claras, carece de marco conceptual y de definiciones elementales, no tiene claridad en cuanto a los instrumentos ni cuenta con un plan paralelo de reducción del delito. En fin, es puro desorden e improvisación.

La segunda es la publicación de la Ley General de Víctimas. Una “pesadilla terrenal”, en palabras de Carlos Elizondo (http://j.mp/15GNjMn), que incluso antes de su entrada en vigor el propio Gobierno de la República (http://j.mp/ZsymZd) reconoció como necesitada de reformas para poder operar. Una ley, dicho sea sin eufemismos, inútil e incluso contraproducente.

La tercera es un Código Único de Procedimientos Penales y una Ley General Penal en los que, dijo el Presidente, “ya se trabaja”. O sea, no una acción específica ni un resultado concreto, sino una buena intención. Prometedora, tal vez, pero con respecto a la cual no hay materialmente nada que informar.

¿Y la Comisión Nacional de Seguridad, el Sistema Nacional de Seguridad Pública, la Gendarmería el Ejército, la Marina, las policías…?

La política de seguridad del gobierno de Peña Nieto está, tal cual, como el monumento para las víctimas: no la han inaugurado aún pero ya hace agua.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 11 de marzo de 2013

lunes, 4 de marzo de 2013

Ironías


Elba Esther Gordillo está en la cárcel. Y la gravedad de los delitos que se le imputan (de entrada, delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita) le impide pagar una fianza para enfrentar su proceso en libertad. No es un “montaje”, una “manipulación”, una “cortina de humo”, una “estrategia de legitimación” ni tampoco un “circo”. Ha contratado abogados para que la defiendan, porta el uniforme de interna, pasa día y noche en una celda. Está en la cárcel. No es un simulacro, no está en Santa Martha Acatitla de vacaciones. Pero…  

La primera ironía está en la incredulidad. En que resulte tan aparentemente difícil de creer que a una de las protagonistas más aborrecidas de las últimas décadas en México, a la villana de villanas en el elenco de nuestro malestar con la democracia, por fin la alcanzó el destino. Nadie ha salido a defenderla, nadie se ha llamado a sorpresa ante los cargos que enfrenta. Pero ¿cuántos han insistido en escatimar lo que representa el hecho de que efectivamente esté tras las rejas, cuántos han optado por escindirlo entre una verdad sospechosa que es visible y una verdad verdadera que permanece oculta? Es como si al proverbio chino “ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir” hubiera que añadirle un epílogo para mexicanos: “…aunque te niegues a admitirlo”.

La segunda ironía está en la historia. En que éste era el tipo de noticias que se esperaban cuando el PRI perdiera la presidencia… no cuando la recuperara. Y en que ahora le aplaudimos a un presidente priísta (Peña Nieto) la novedad de enfrentar de una vez por todas a una líder magisterial de pésima fama pública (Gordillo), quien a su vez fue encumbrada cuando otro presidente priísta (Salinas) enfrentó de una vez por todas a un líder magisterial de pésima fama pública (Jonquitud), quien a su vez fue encumbrado cuando otro presidente priísta (Echeverría) enfrentó de una vez por todas a un líder magisterial de pésima fama pública (Sánchez Vite). Los habrá que quieran evocar al Karl Marx del “Dieciocho Brumario” por aquello de que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Para mí que la historia amerita, más bien, evocar a Paquita la del Barrio en “Tres veces te engañé”: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer.

La última ironía está en la oposición. En lo mal que el episodio hace quedar al PAN y en que López Obrador, quien hubiera querido hacer lo mismo que ha hecho Peña Nieto, no pueda reconocer el acierto. (No digo nada del PRD porque, como oposición, no existe).

Donde quiera que esté, Ibargüengoitia sonríe. En serio.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 4 de marzo de 2013