lunes, 16 de diciembre de 2013

Días raros

“O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”
Carlos Monsiváis

Qué raros estos últimos días. Se suponía que luego de su desencuentro por la reforma fiscal, el PRI y el PAN habían negociado un trueque legislativo. Los panistas apoyarían la reforma energética que quería el PRI y, a cambio, los priístas apoyarían la reforma política que quería el PAN. El resultado, sin embargo, terminó siendo otro. Una reforma energética que parece más panista que priísta y una reforma política que parece más priísta que panista.

Qué raros estos últimos días. Durante su XIV Congreso Nacional, buena parte de los delegados del PRD manifestaron abiertamente su oposición al Pacto por México. No obstante, cuando se sometió a votación si el partido debía permanecer dentro de dicha instancia, la gran mayoría estuvo de acuerdo. Poco después su presidente nacional, Jesús Zambrano, anunció que de todos modos el partido se retiraba del Pacto porque el PRI y el PAN estaban negociando la reforma energética al margen de éste. Pero aún así, al final, la mayor parte del PRD votó a favor de la reforma política.

Qué raros estos últimos días. Desde fines de los años noventa hemos escuchado una y otra vez el diagnóstico de que el gobierno dividido (i.e., que el partido del Presidente no tenga mayoría en el Congreso) constituye un obstáculo para “las reformas que el país necesita”. En 2010, el gobernador Enrique Peña Nieto hizo suyo dicho diagnóstico y propuso explorar modificaciones en las fórmulas de integración del Poder Legislativo con el fin de garantizar la formación de “mayorías para gobernar” --ya fuera eliminando el tope a la sobrerepresentación, retomando la cláusula de gobernabilidad o reduciendo el número de legisladores plurinominales. Con todo, ahora que terminó su primer año de gobierno, sin ninguno de esos cambios y sin que su partido tuviera mayoría en las Cámaras, el presidente Peña Nieto logró sacar adelante su agenda de reformas en el Congreso.

Qué raros estos últimos días. Por un lado, hay izquierdas que lamentan como una gran derrota reformas cuya condición de posibilidad ha sido un creciente descrédito institucional del que ellas mismas han sido cómplices o incluso partícipes. Por el otro lado, hay derechas que celebran como un gran triunfo reformas hechas sobre las rodillas, con premura y desaseo, como si en la “modernidad” que largamente han anhelado fueran del todo irrelevantes la deliberación pública (que no hubo),  los trámites legislativos (que se dispensaron), los detalles reglamentarios (que no conocemos), la eficacia regulatoria (que no tenemos) y los problemas de implementación (que serán muchos).  

Qué raros estos últimos días. Dejemos dicho, así sea para sólo para futura memoria, que no augura nada positivo el hecho de que las prisas por reformar se hayan impuesto sobre la forma y el contenido de las reformas.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 16 de diciembre de 2013

lunes, 9 de diciembre de 2013

Primer año: encuestas e indicadores

Es difícil agregar algo a los balances sobre el primer año de gobierno de Enrique Peña Nieto que han menudeado en la conversación pública durante los últimos días. En general, parece haber más o menos coincidencia en que se ha tratado de un gobierno eficaz para administrar impresiones pero incapaz de articular argumentos; ambicioso en su agenda de reformas pero desorientado en su proyecto de país; audaz en la generación de expectativas pero limitado en la producción de resultados.

Con todo, más allá de las ponderaciones de la comentocracia, tres encuestas publicadas recientemente dan cuenta de cómo ha cambiado la percepción de la ciudadanía durante los últimos 12 meses. Según Parametría (http://j.mp/1gzQbjI), entre diciembre del 2012 y noviembre del 2013 la opinión efectiva sobre el trabajo del presidente (i.e., el resultado de restar la opinión negativa de la positiva) cayó en 50%, de 38 a 19 puntos. Según Reforma (http://j.mp/1j7tYM8), si en abril 50% aprobaba la gestión de Enrique Peña Nieto y 30% la desaprobaba; ahora, en noviembre, 44% la aprueba mientras 48% la reprueba. Finalmente, según BGC, Beltrán, Juárez y Asociados (http://j.mp/1bbPWt6), mientras que en mayo 55% estaba de acuerdo y 39% en desacuerdo con la manera de gobernar del presidente, para noviembre dichas cifras se habían invertido a 36 y 61% respectivamente.

Parametría explica dicha caída por “una suerte de escepticismo” con respecto a los beneficios que a corto o mediano plazo acarrearán las reformas. Reforma, como consecuencia de los “nuevos impuestos” (i.e., el gravamen adicional a los refrescos y la homologación del IVA en la frontera) así como de la mala calificación otorgada al gobierno en el combate al crimen organizado. Y BGC, Beltrán, Juárez y Asociados, como resultado de “una aguda percepción negativa sobre el estado de la economía”.

Los indicadores muestran que dichas percepciones negativas tienen fundamentos. En lo relativo a la economía (http://j.mp/1fbeeF9) la expectativa de crecimiento roza apenas el 1.3%; la tasa de desempleo se mantiene estable con un ligero aumento del 4.5% en enero al 4.8% en noviembre; la creación de empleos en octubre no llegaba todavía ni al medio millón; y el Indice de Tendencia Laboral de la Pobreza del CONEVAL (i.e., la proporción de personas que no puede comprar una canasta básica con su ingreso laboral) aumentó durante los primeros tres semestres del año. En lo relativo a seguridad (http://j.mp/18vhRkv), hay más continuidades que cambios tanto en la estrategia gubernamental como en la tendencia de la tasa de homicidios; se espera un incremento en los delitos de secuestro y extorsión; y los cambios en materia de derechos humanos “continúan siendo, en gran medida, exclusivamente retóricos”.

Un año después de que tomó posesión como presidente Enrique Peña Nieto, no es que la ciudadanía esté pesimista: es, más bien, que el país no marcha bien.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 7 de diciembre de 2013

lunes, 2 de diciembre de 2013

Otra crítica

El lunes pasado Jesús Silva-Herzog Márquez publicó en su columna de Reforma (http://j.mp/1fQXk1A) una crítica a la manera en que dicho diario está respondiendo al desafío que representan internet y el cambio tecnológico: encogiendo o clausurando los espacios “para el rigor y la profundidad”; dando cada vez más prioridad a frivolidades de nulo valor público; saturando sus páginas con imágenes y anuncios que dan al traste con su identidad gráfica y entorpecen la experiencia del lector.

Su argumento es que Reforma se equivoca al tratar de competir con los “nuevos medios” sometiéndose a sus prisas, sus gustos y su apariencia, en lugar de aprovechar aquello que lo hace distinto como periódico, “como instrumento que le ayuda a una sociedad a distinguir lo importante de lo trivial, la verdad del rumor, los hechos de la opinión”.

Comparto mucho del malestar que expresa JSHM --y no sólo con respecto a Reforma-- pero propondría plantear el problema en otros términos y añadir un tema para tratar de empujar un poco el horizonte de su crítica.

Porque el problema no está en las plataformas, en la diferencia material entre periódicos y “nuevos medios”, sino en la discrepancia entre dos ethos: el de lo periodístico y el de lo mediático. Dicho de otro modo, ni los “nuevos medios” son todos premura, puerilidad y ruido; ni los periódicos son todos precisión, calidad y trascendencia. Hay “nuevos medios” (e.g., ProPublica o Animal Político) más periodísticos que muchos periódicos; hay periódicos (e.g., The New York Post o Excélsior) más mediáticos que muchos “nuevos medios”. El problema, pues, no está en lo que unos u otros son --está en lo que unos u otros hacen.

Es cierto que la revolución digital ha estropeado el modelo de negocios de la prensa escrita. Ocurre, sin embargo, que ese fenómeno no se ha manifestado con la misma fuerza en México que en el resto del mundo. El motivo, todo parece indicar, es la distorsión que en el mercado publicitario mexicano introduce el llamado “gasto en publicidad gubernamental” --una transferencia de fondos públicos que, para efectos prácticos, opera como una suerte de subsidio informal a la industria no sólo de los periódicos sino de los medios en general. No deja de ser una cruel paradoja que sea Reforma, un diario que realmente hacía periodismo y entre cuyas innovaciones figuraba un esquema de financiamiento cuya viabilidad no pasaba por la generosidad del erario, el que ahora esté en aprietos.

Pues bien, si de todos modos la existencia de buena parte de la prensa mexicana depende del dinero público, ¿no sería hora de considerar la posibilidad de formalizar ese subsidio, de crear una regulación rigurosa que lo racionalice y transparente, para dedicar esos recursos no a mantener arbitrariamente a tal o cual medio sino a garantizar la supervivencia del periodismo como un bien público para la democracia?

La crisis de Reforma es más que la crisis de un periódico. Es un aviso de lo crítico que es el hecho de que más periódicos no estén en crisis.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 2 de diciembre de 2013