Tres ejemplos. Primero: sobre las derrotas de equipos mexicanos en torneos internacionales, se ha dicho que ocurren porque “el mexicano no está educado para ser triunfador” (El Universal, 20 de agosto); porque no sabemos perderle “el miedo al éxito” (Crónica, 3 de junio); o porque “aunque nuestros jugadores estén superando momentáneamente sus inseguridades y complejos jugando en clubes de Europa, para la gran mayoría de ellos, cuando llega el momento en el que tienen que mostrar entereza y sacar la casta, se les activa el gen que les recuerda que somos ‘Hijos de la Malinche’” (Milenio, 24 de junio).
Segundo: en entrevista a propósito de la “doble vida” de Marcial Maciel, Juan Sandoval Iñiguez declara que “todos los demás fundadores de grandes órdenes son santos, o sea, salieron bien. Y el único gran fundador mexicano es este y salió mal. ¿Qué no nos representará a todos nosotros, medios tramposos, medios mañosos, medios dobles? […] Como dice el dicho: ‘lo que tiene la olla, saca la cuchara’. ¿Por qué del pueblo mexicano salió un fundador así? A ver, ¿qué hay en las raíces de nuestro pueblo? […] Desde la Conquista para acá. […] De Hernán Cortés, que era un cristiano no cristiano, desde allá vienen las cosas […] Ser y no ser, eso es lo que ha sido del mexicano. Eso es lo que hay en el fondo de esta conducta” (Noticias MVS, 4 de mayo).
Tercero: para criticar los excesos de la propia conmemoración bicentenaria, la queja de que “la magnitud de la celebración en ciernes oculta conspicuamente la profundidad de la tristeza y la pobreza del mexicano […] Debe ser grande, estruendosa y suntuosa para compensar al pueblo de su ‘miseria’. La fiesta enmascara la realidad […] Así, al mexicano hay que ponerles máscaras: el mexicano disimula, nos diría [Octavio] Paz” (Eduardo Andere, Reforma, 22 de agosto); o “entiendo que el secretario Lujambio es un hombre muy ocupado, pero quizá éste sería un bueno momento para releer (supongo) El laberinto de la soledad de Octavio Paz: ‘Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual […] Nuestra pobreza puede medirse por el número y la suntuosidad de las fiestas populares. Las fiestas son nuestro único lujo’” (Sergio Sarmiento, Reforma, 23 de agosto).
Somos alérgicos al triunfo porque nos imaginamos como un pueblo derrotado, desde la época de la Conquista lo nuestro ha sido la simulación, nos entregamos al exceso festivo para olvidar nuestra miseria cotidiana. Se trata de “explicaciones” que comparten un mismo afán por remitir a motivos “de fondo” o “ancestrales”; que confunden la historia con la psicología; y que para dotarse de cierto pedigrí intelectual evocan, implícita o explícitamente, ciertos aspectos de la interpretación del pasado mexicano que hace sesenta años consagró a Octavio Paz.
Son “explicaciones” que no explican nada, porque no hay en ellas ningún mecanismo causal conmensurable, pero a las que volvemos una y otra vez cautivados más por la familiaridad de su imaginería que por el rigor de su lógica.
Ocurre, sin embargo, que no es lo mismo ser profundo que meterse en un hoyo.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 30 de agosto de 2010