lunes, 26 de noviembre de 2012

Estampas desde el fin de un sexenio


Por éstos días abundan en la prensa múltiples balances del sexenio que termina. Impresiones, opiniones, evaluaciones, defensas o condenas  de lo que ha sido y lo que deja la gestión del presidente Felipe Calderón: la guerra contra el crimen organizado, la estabilidad macroeconómica, el crecimiento de la pobreza y el desempleo, el impulso al Seguro Popular y al INFONAVIT, la nueva policía federal, las viejas miserias de la impartición de justicia, etcétera.

Se trata de ejercicios que tienen su interés, desde luego, por lo que hay en ellos de registro histórico, de juicio de una época con respecto a sí misma, pero además por lo que revelan de nuestra conversación pública: de las rutinas mentales que constituyen buena parte del discurso de la comentocracia, de los reacomodos entre quienes fungen como correos políticos, de cómo los medios intermedian la relación entre sociedad y poderes públicos.

Con todo, más allá de lo que dice esa multitud de balances, literalmente o entre líneas, las últimas semanas nos han regalado también varios instantes de rara elocuencia. Momentos que en cierto sentido evocan aquella genial caricatura del New Yorker en la que un personaje declara: “lamento que mi pobre elección de palabras haya causado que algunas personas entendieran lo que estaba diciendo”. Así que, en lugar de ofrecer otro balance más, recojo estas tres estampas desde el fin de un sexenio.

1) Felipe Calderón, en una entrevista a propósito de la legalización de la mariguana para fines recreativos en Colorado y Washington y sus implicaciones para México. Primero dice que el hecho “obliga a un replanteamiento de la política pública a nivel hemisférico”. Luego se asume promotor de ese replanteamiento fuera de México: “es más o menos lo que he venido planteando a nivel internacional, en la ONU este año y parte del año pasado, que he planteado al propio presidente Barack Obama”. Después duda porque “es un problema social importante […] por ejemplo, en una eventual legalización, que millones, que miles de decenas de millones de niños en México van a tener una libre disposición del acceso a drogas”. Finalmente, señala que la legalización “le resta autoridad moral a Estados Unidos”.

2) Ricardo Salinas Pliego, al participar en una Cumbre de Negocios sobre “Cómo lograr el éxito en un mundo cambiante”. Literal: “el obstáculo número uno para cualquier empresario es darle la vuelta al gobierno […] a las regulaciones del gobierno. Las compañías pequeñas son la que se llevan la peor parte. Las compañías grandes, como la mía, podemos contratar muchos abogados, contadores y muchos cabilderos”.

3) Elba Esther Gordillo, en la ceremonia de inauguración del VI Congreso Nacional del SNTE en Cancún: “Nunca he pensado ser secretaria de Educación ni sirvienta de nadie”.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 19 de noviembre de 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cuando el Estado habla, ¿qué debería decir?

Muchos países democráticos limitan la libertad de expresión para impedir el discurso de odio, esto es, cualquier manifestación pública que implique hostilidad hacia algún grupo por motivo de su raza, religión, nacionalidad, género, orientación sexual, etcétera. Dicha limitación se justifica por considerar que ese tipo de discurso constituye una forma de discriminación. Y porque la discriminación es incompatible con un valor fundamental de la democracia: la igualdad.

En Estados Unidos ocurre lo contrario. La primera enmienda garantiza a los ciudadanos el derecho a manifestarse sin ninguna restricción. Dicha ausencia de límites se justifica porque sancionar cualquier tipo de discurso, por ofensivo u hostil que pueda resultar para algún grupo, es considerado una forma de censura. Y porque la censura es incompatible con un valor fundamental de la democracia: la libertad de expresión.

Ambos esquemas son problemáticos. Uno le da al Estado demasiado poder al permitirle decidir qué se vale y qué no se vale decir; otro abandona a grupos vulnerables a su propia suerte al permitir la expresión pública de hostilidad en su contra. Se trata, pues, de una “paradoja de los derechos”: si el Estado censura el discurso de odio atenta contra la libertad de expresión, pero si garantiza la libertad de expresión deja que otros atenten contra la igualdad. ¿Cómo preservar ambos valores sin que se amenacen el uno al otro?

Invitado por el Seminario Internacional de Ética y Asuntos Públicos del CIDE hace unos días estuvo en la ciudad de México Corey Brettschneider, autor de Cuándo el Estado habla, ¿qué debería decir? Cómo las democracias pueden proteger la expresión y promover la igualdad (Princeton University Press, 2012), un libro en el que plantea una tercera alternativa para evitar los excesos tanto del “Estado invasivo” como de la “sociedad odiosa”.

Un Estado no puede llamarse plenamente democrático si censura la libertad de expresión; pero tampoco si permanece indiferente cuando un grupo vulnerable es víctima de quienes, ejerciendo su libertad de expresión, promueven un discurso de odio en su contra.

La solución que propone Brettschneider se basa en distinguir entre los poderes coercitivos y los no coercitivos del Estado. Los primeros implican la fuerza (e.g., prohibir, encarcelar, multar); los segundos, la persuasión (e.g., hablar, educar, gastar).

Un Estado plenamente democrático, entonces, sería aquel que rechazara usar la fuerza contra la libertad expresión pero, al mismo tiempo, usara decididamente la persuasión contra el discurso de odio. Por ejemplo, haciendo declaraciones que condenen toda expresión de hostilidad contra algún grupo, adoptando políticas y emprendiendo campañas que promuevan la igualdad, distribuyendo recursos o beneficios sólo entre organizaciones que no discriminan, etcétera.

En este, como en tantos otros temas, es urgente entender que en democracia el Estado es mucho más que sólo poder coercitivo.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 12 de noviembre de 2012

martes, 6 de noviembre de 2012

De gritones y aguafiestas II


La semana pasada ocurrió una polémica interesante en Estados Unidos. Nate Silver, el joven maravilla de las predicciones electorales que dirige el blog fivethirtyeight.com en la página del New York Times, retó públicamente a Joe Scarborough, el conocido excongresista que conduce el programa Morning Joe en MSNBC, a una apuesta: “si crees que la elección es un volado, apostemos. Si gana Obama, tú donas mil dólares a la Cruz Roja. Si gana Romney, los dono yo. ¿Es un trato?”

El reto fue en respuesta a que Scarborough quiso mofarse de la cifra que Silver dio a conocer ese día: “Nate Silver dice que hay un 73.6% de probabilidad de que el presidente gane. Pero nadie en la campaña de Obama cree que tienen un 73.6%, creen que tienen un 50.1% de probabilidad de ganar. Y si hablas con la gente de Romney es lo mismo. Ambas partes entienden que la elección está reñida y que puede decidirse en cualquier sentido. Todos aquellos que piensen que la carrera no es un volado en este momento son ideólogos que deberían mantenerse alejados de las máquinas de escribir, las computadoras o los micrófonos en los próximos diez días. Porque son una burla”.

El intercambio generó incontables reacciones en redes sociales y medios de comunicación, mismas que evidenciaron que la polémica no se trata sólo de un choque entre dos personalidades sino, más aún, de una disputa por la autoridad en la conversación pública.

Por un lado, Silver usa un modelo estadístico que agrega y pondera encuestas, perfiles sociodemográficos y antecedentes históricos para calcular lo que realmente vale: la probable composición del colegio electoral según la intención de voto en cada estado. Por el otro, Scarborough se refiere al ambiente que prevalece al interior de las campañas presidenciales para comentar lo que realmente vende: que los sondeos de intención de voto a nivel nacional reportan casi un empate.

La figura de Silver evoca la autoridad de un científico: datos, fórmulas, conocimiento. La de Scarborough, la de un insider: acceso, información privilegiada, astucias. El negocio de Silver es procesar complejidad y hacer estimaciones. El de Scarborough es decir vaguedades y mantener el suspenso. Silver trata de domar la incertidumbre anticipando los resultados. Scarborough trata de lucrar con la incertidumbre para subir los ratings.

La ventaja que tienen los aguafiestas como Silver es que producen información sólidamente fundamentada. Su desventaja es que mucha gente no entiende de estadística. La ventaja que tienen los gritones como Scarborough es que mucha gente les entiende. Su desventaja es que lo suyo, francamente, es más entretenimiento que información.

En cualquier caso, la elección no es un volado. Obama tiene, según el cálculo de Silver de ayer, una probabilidad de 85.1% de ganar. Pero la disputa por la autoridad en la conversación pública estadounidense es, esa sí, de pronóstico reservado.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 5 de noviembre de 2012

Coda. El "De gritones y aguafiestas" I puede leerse aquí.