lunes, 27 de julio de 2009

Comunicar la guerra

La revista Nexos de este mes publica algunas reflexiones sobre los dilemas que enfrentan los medios de comunicación mexicanos en el contexto de la guerra contra el narcotráfico. Los autores no son, digamos, teóricos. Son directivos, columnistas, conductores, profesionales del periodismo que tienen que lidiar con esos dilemas, que toman decisiones al respecto, todos los días. 

Por eso mismo, por quiénes son, es que resulta tan desconcertante la celosa imparcialidad con la que se refieren, en todo momento, a la guerra. Leopoldo Gómez, vicepresidente de noticias de Televisa, se preocupa por “los riesgos que implica para el periodismo el asumirse como parte de un conflicto bélico y no como simple narrador del mismo”. Pascal Beltrán del Río, director editorial del Excélsior, se pregunta “¿vamos a hacer bloque con las autoridades en la lucha contra el crimen o mantener nuestra independencia?” Carlos Marín, director general de Milenio Diario, dice que “el periodismo es intrínsecamente subjetivo” y, por lo tanto, la responsabilidad de los medios “es igual e inevitablemente subjetiva”. Para Sergio Sarmiento, quien fuera vicepresidente de noticias de TV Azteca, “al tomar la decisión de si se divulga o no el texto de una narcomanta […] al considerar si se incluye o no alguna imagen de violencia en un reportaje”, la pregunta a hacerse es si al público “le interesará o le generará tal repulsión que le haga cambiar de canal”.

Seamos conscientes: la guerra contra el narcotráfico no es un conflicto bélico en el sentido tradicional del término, tampoco es una simple política pública ni una noticia como cualquier otra. Es una forma de combate al crimen organizado, es decir, a una industria de la ilegalidad que le disputa el control de varios territorios a las autoridades, que lava dinero, que entrena sicarios, que intimida, soborna, extorsiona, tortura, secuestra y asesina. Nadie pide a los periodistas que renuncien a su labor crítica; al contrario, en este contexto es indispensable que la ejerzan libremente. Pero que la ejerzan, también, consigo mismos. Por ejemplo, con su sentido de la neutralidad frente a la batalla que tratan de dar las fuerzas del Estado contra bandas de delincuentes. 

Y es que no estamos ante un intercambio de hostilidades entre dos fuerzas equiparables, no da igual quién gane o quién pierda. Estamos en la lucha contra una violencia cuya víctima, al final del día, es la sociedad. Una lucha que, sólo en los últimos años, ha cobrado la vida de más de diez mil personas. Varias de ellas, por cierto, periodistas... 

Uno supondría que a estas alturas a los medios ya les habría caído el veinte. 

Pero no.

--Carlos Bravo Regidor 
(La Razón, Lunes 27 de Julio de 2009)

lunes, 20 de julio de 2009

Decíamos ayer...

En recuerdo de Jacobo Levinson

Hace escasos diez años, a fines de esa edad de la inocencia democrática que fue la década del noventa, se decía mucho que la condición indispensable para el cambio político en México era la derrota del PRI.

El argumento se resumía, básicamente, en que sin alternancia era imposible la transición. Los hubo que intentaron disputar la validez de esa tesis (recuerdo, por ejemplo, a Federico Reyes Heroles o a Jesús Silva-Herzog Márquez), pero eran los menos. No era un asunto de orden teórico sino de credibilidad en las urnas.

Y es que en el imaginario de la transición no podía ser de otro modo. Nuestra idea de la democracia se curtió a golpe de protestas contra el fraude, de reformas electorales y triunfos opositores. Por razones históricas y estratégicas fue, tenía que ser, una idea fundamentalmente antipriísta.

Hagamos memoria. En 1999 democracia significaba que el PRI ya no tenía mayoría en el Congreso; que el PRD gobernaba el Distrito Federal, Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur; que el PAN gobernaba Baja California, Guanajuato, Jalisco, Querétaro, Nuevo León y Aguascalientes; que una coalición PAN-PRD había derrotado al PRI en Nayarit; que centenares de “gobiernos de oposición”, como se les llamaba entonces, proliferaban a nivel municipal; y que el PRI, por primera vez en la historia, podía perder la Presidencia de la República. Democracia significaba, en suma, optimismo. Todo aquello era emocionante, histórico, feliz.

Había mucho de ingenuidad (por no decir de franca idiotez) en ese optimismo, en esas ganas de creer que con quitar a unos y poner a otros bastaba para que los problemas del país se resolvieran. Pero había, también, un anhelo de porvenir, la esperanza de que un futuro mejor era posible. Hace diez años todavía creíamos, cada quien a su manera, en el progreso.

Hoy, sin embargo, las cosas son algo distintas. Nos sigue sobrando la ingenuidad (ahora, aparentemente, tenemos ganas de creer que el PRI es la solución) mas perdimos la esperanza (lo que nos mueve es menos un hambre de futuro que la indigestión con el presente). Ya no aspiramos a mejorar sino a que las cosas ya no empeoren tanto.

¿Qué pasó? ¿Cómo transitamos de aquel optimismo democrático de hace diez años a la desesperación con la democracia que padecemos hoy? ¿Cómo es que el PRI, que ayer encarnaba al “malo por conocido” que quisimos dejar atrás, actualmente se nos presenta como el “malo por conocido” al que queremos volver?

Hagamos memoria. No para entregarnos a la nostalgia sino para recuperar la perplejidad.    

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 20 de Julio de 2009)

lunes, 13 de julio de 2009

Ruinas

Ya lo han advertido, desde hace tiempo, diversas voces (por ejemplo, Héctor Aguilar Camín, Roger Bartra o José Woldenberg): en la izquierda mexicana hay muchos intelectuales pero muy pocas ideas.

Es una situación paradójica pero a la que ya nos hemos acostumbrado, una más entre la multitud de inercias que abundan en nuestra conversación pública. Con todo, conviene reparar en ella, no para llamarse al falso asombro (a éstas alturas no hay de otro) sino para tratar de hacer visible la crisis, para llamarla de un modo amable, por la que atraviesa la izquierda intelectual. 

Conocido el resultado de la elección, aparecen las siguientes reflexiones en la prensa.

Guadalupe Loaeza: “En esto precisamente pensaste, cuando el domingo te entregaron tus tres boletas: bajo los logotipos gigantescos de los partidos, los nombres de las personas no existían. El tuyo, al lado del de suplente, te pareció tan chiquito que tuviste que buscarlo con la ayuda de tus lentes. ¿Por qué si la ciudadanía ha demostrado que odia a los partidos, el Instituto Federal Electoral optó por minimizar a las personas y favorecer a los partidos? He allí una flagrante prueba de que los ciudadanos no contamos”. 

Luis Javier Garrido: “El pueblo mexicano manifestó un contundente repudio a Felipe Calderón en las elecciones de 2009, y si éste tuviera un mínimo de dignidad, siguiendo el principio republicano debería presentar de inmediato su renuncia”. 

Lorenzo Meyer: “Desde la oposición de izquierda, lo importante será la medida en que el gran movimiento social que encabeza Andrés Manuel López Obrador logre afirmar y acrecentar sus raíces en el ‘México profundo’”. 

Jaime Avilés: “Porque él (Jesús Ortega), y Jesús Zambrano, y Carlos Navarrete, y Graco Ramírez, y Guadalupe Acosta Naranjo, y René Arce, y Víctor Hugo Círigo, y Ruth Zavaleta y demás cumplen una misión al servicio de la ultraderecha: ellos deben permanecer al frente del PRD para controlar el dinero que ese partido recibe del IFE e impedir que éste financie las actividades del movimiento encabezado por López Obrador. Son unos auténticos secuestradores y allí permanecerán, hasta que las bases emigren masivamente al PT o suceda algo imponderable, que nunca se debe descartar”. 

Antonio Gershenson: “Lo primero, y en cierto sentido lo más importante, es la victoria en Iztapalapa”. 

Su sentido de la realidad recuerda, en mucho, al de los lugareños de Cuévano, la ciudad donde transcurre el relato de Ibargüengoitia Éstas ruinas que ves. Orgullosos de los escombros que habitan, entusiastas portadores de su decadencia, miran a su alrededor y proclaman: “Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí”.

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 13 de Julio de 2009)

lunes, 6 de julio de 2009

Lógicas de la elección

A juzgar por el tenor de la conversación pública durante los últimos meses, la de este proceso electoral no fue sólo una disputa por los votos; fue, sobre todo, una disputa por el sentido de la elección, es decir, por darle una u otra lógica al acto de votar.            

Los panistas quisieron que la elección fuera un referéndum, que el voto constituyera la respuesta a una pregunta en torno a la principal decisión del Presidente Calderón. ¿Está usted de acuerdo en declararle la guerra al narcotráfico, sí o no? Su tema fue la inseguridad, su apuesta el miedo y su lógica la de Mateo 12:30: “el que no está conmigo, está contra mí”.
 
Los priístas buscaron que la elección se convirtiera en un juicio al desempeño del gobierno, que el voto se ejerciera como una forma de castigar al partido en el poder por no saber cómo hacer las cosas. Su tema fue la incompetencia, su apuesta la desmemoria y su lógica la del refrán: “más sabe el diablo por viejo…”

Los partidarios del voto nulo hicieron de la elección una oportunidad para expresar su enojo. Invitaron a concebir el voto no como un instrumento para elegir sino como una pancarta para protestar contra la “partidocracia”. Su tema fue la desesperanza, su apuesta el coraje y su lógica la de un oxímoron: “anular es votar”. 

Los perredistas, consumidos por un conflicto que no se atreve a decir su nombre, no plantearon un relato propio. Hace tres años, la lógica de su campaña consistió en administrar una victoria que parecía segura. Hoy, en cambio, lo único seguro fue que siguen administrando los saldos de aquella derrota. La suya fue una elección, más que para ganar votos, para tratar de no perder al partido.  

Los petistas y los verdes optaron por una estricta lógica de supervivencia. Los primeros se ubicaron como el principal destino de los perredistas desafectos, como la nueva casa del lopezobradorismo. Los verdes supieron capitalizar la avidez de cierto electorado, sobre todo joven, por esas soluciones de las que hablaba Mencken: “claras, simples y equivocadas”.

Los abstencionistas habrán sido, muy probablemente, mayoría. En las próximas semanas abundarán los intérpretes de su silencio. Para algunos, será una señal de rechazo a la democracia (no van a las urnas porque no creen en ellas); para otros, una prueba de normalidad democrática (porque en las elecciones intermedias la participación suele ser más baja, porque en muchas democracias el abstencionismo va al alza).

La campaña la ganó la discusión del voto nulo. La elección, según anticipaban todas las encuestas, la habrá ganado el PRI. 

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 6 de Julio de 2009)