lunes, 7 de noviembre de 2011

Ascender a lo local


Durante la década de 1980 lo local se convirtió en el ámbito predilecto de una esperanza: los efectos sociales del proceso de modernización posrevolucionaria (e.g., menor analfabetismo, mayor grado de urbanización, aumento de la pluralidad social), aunados al impacto de recurrentes crisis económicas (e.g., 1976, 1982, 1986), parecieron cristalizar en un crecimiento de las oposiciones locales que anticipaba, para muchos, la posibilidad de una democratización “de la periferia al centro”.

Hoy, treinta años después, lo local se nos presenta como una pesadilla: o como un ámbito de gobiernos “penetrados” por el narcotráfico, de autoridades “rebasadas” por la violencia, de policías “corrompidas” y de territorios “controlados” por el crimen organizado; o como un ámbito de “caciques” o “virreyes”, de “dinerocracia” sin límites, de amos y señores que reinan en sus “feudos” sin oposición alguna. Como un ámbito, en suma, en el que parecen conjugarse desgobierno y tiranía –y a propósito del cual comienzan a menudear voces llamando a intervenir, digamos, “de arriba hacia abajo” (e.g., desapareciendo institutos y tribunales electorales locales, creando una policía nacional única, recentralizando competencias y atribuciones, fortaleciendo la facultad del Senado para declarar desaparición de poderes).

¿Cómo pasamos de concebir lo local como una promesa democrática a percibirlo como una amenaza anárquico-autoritaria? No se me oculta, desde luego, la burda simplificación que implican ambas imágenes. Pero no creo equivocarme al identificarlas como distintivas de lo que ha sido, grosso modo, la representación de lo local en la narrativa del cambio político en México. Una narrativa pensada desde y para el centro, desde y para esa mezcla de arrogancia, desprecio, indiferencia y desconocimiento que caracteriza la “mirada federal” (como la ha llamado Fernando Escalante) con respecto al “interior de la República” (expresión, por lo demás, harto sintomática de la exterioridad en la que se ubica a sí misma dicha mirada). Una narrativa, pues, en función de la cual la desafiante complejidad de los universos políticos locales suele quedar reducida a la mera cuestión de si ha habido o no alternancia –como si el hecho de que otro partido gane las elecciones significara que todo ha cambiado, como si la continuidad de un mismo partido en el gobierno significara que todo sigue igual.

Y es que mientras no entendamos lo local en sus propios términos, emancipado de las fantasías que vicariamente proyectamos sobre su ámbito, seguiremos sin entender qué demonios ha pasado en este país durante las últimas tres décadas. No es que haya que “bajar” el nivel de análisis sino más bien, como quería el mejor Marx, que hay que “ascender a lo concreto”.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 7 de noviembre de 2011.