Michoacán fue noticia de primera plana durante prácticamente toda la
semana pasada. Martes: “Despliegue militar en Michoacán” (Excélsior); “Se mueven más tropas a tierra caliente” (Milenio). Miércoles: “Toma el mando el
ejército en Michoacán” (La Razón);
“Manda SEDENA en Michoacán” (Reforma).
Jueves: “Imponen autodefensas al Ejército trueque de detenidos” (El Universal); “Canjean 4 autodefensas detenidos
por 24 militares” (La Crónica de Hoy).
Viernes: “Difícil, desarmar a policías comunitarios” (El Financiero); “Se debe ya poner fecha al retiro del Ejército en
las calles: AI” (La Jornada).
Así, contra lo que ha sido la norma durante lo que va del actual
sexenio, las historias e imágenes que aparecieron en los medios de comunicación
a raíz del despliegue militar en Michoacán nos remitieron en más de un sentido
al sexenio anterior, ofreciendo un perturbador testimonio de que en materia de seguridad
el peñanietismo está constituyéndose como una suerte de fase superior del calderonismo.
La “estrategia” de Calderón comenzó como una ocurrencia circunstancial;
la de Peña Nieto, como una negación premeditada. Calderón insistió en hacer de
la “guerra” el gran eje de su gobierno; Peña Nieto insiste en gobernar como si la
“guerra” nunca hubiera ocurrido. Durante la presidencia de Calderón imperaron, hasta
el final, la improvisación y la intransigencia; en la de Peña Nieto prevalecen,
hasta hoy, la desorganización y la negligencia. Con Calderón al menos supimos
desde el principio que la decisión era movilizar a las fuerzas armadas; con
Peña Nieto no sabemos todavía cuál es la decisión.
Y si de los operativos del calderonismo resultó, como supo señalarlo Fernando
Escalante, que los homicidios aumentaron muy significativamente; de las
omisiones del peñanietismo resulta, como ha advertido Alejandro
Hope, que la violencia “no ha variado mayormente desde los meses finales
de la administración de Calderón” –y que ahora parecen proliferar, además, los
grupos de autodefensa.
En suma, el problema subsiste pero el gobierno de Enrique Peña Nieto
ha optado por una nueva política de seguridad que consiste en no tener política y por una nueva
política de comunicación social en la materia que consiste en no comunicar.
El hecho de que el ejército haya tenido que intervenir otra vez en Michoacán es una muestra más
del rotundo fracaso que fue el calderonismo. Pero es una señal, asimismo, de
que cuando la simulación deja de ser alternativa, el peñanietismo no tiene nada
fundamentalmente distinto que ofrecer…
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 27 de mayo de 2013