lunes, 26 de octubre de 2009

"Latino in America"

La cadena CNN trasmitió, la semana pasada, un programa especial sobre la situación de la comunidad hispana en Estados Unidos: “Latino in America”.

El formato del programa se mantuvo, de principio a fin, fiel a la tradición norteamericana del periodismo narrativo. Un periodismo que busca ir más allá del rigor de los datos o las cifras, que no se conforma con reproducir las opiniones de los expertos, que contrasta con la premura y la despersonalización que imponen los vértigos del ciclo mediático para, en cambio, concentrarse en la experiencia cotidiana de las personas, en la trama menuda pero significativa de sus rutinas, sus esperanzas, sus frustraciones.

El resultado fue un mosaico de historias que supo reflejar, con gran empatía, la diversidad que existe al interior de la comunidad hispana: una exitosa chef venezolana en Miami; una pareja dominicana en Charlotte cuyos hijos, ciudadanos norteamericanos, ya no quieren identificarse a sí mismos como “latinos”; una adolescente de origen guatemalteco en Los Ángeles que, por falta de apoyo familiar y un embarazo no planeado, no logró graduarse a tiempo de high school; un actor Mexican-American que busca ampliar su repertorio con papeles que no sean de jardinero, inmigrante o delincuente; una niña que viajó sola desde Centroamérica para cruzar la frontera y tratar, sin éxito, de reencontrarse con su madre en Estados Unidos; un inmigrante mexicano asesinado brutalmente en el pequeño pueblo de Shenandoah, cuyos homicidas fueron castigados con sentencias mínimas; etc. Pero un mosaico que hizo evidente, también, los límites de la discusión sobre el tema en la propia CNN.

Y es que su barra de programación está el noticiero de uno de los líderes de opinión más hostiles contra la comunidad hispana, Lou Dobbs, célebre por difundir información falsa y dolosa contra los inmigrantes indocumentados (representándolos, por ejemplo, como leprosos, criminales o violadores) y por elogiar la labor “patriótica” de grupos vinculados con el supremacismo blanco. Nada de lo cual figuró en “Latino in America”.

Múltiples organizaciones comunitarias, promotoras de los derechos civiles y observatorios de medios se han congregado en una campaña, bastadobbs.com, para exigir a CNN que se haga cargo de la incongruencia: ¿quieren ser parte de la solución, promoviendo el entendimiento y la integración de la comunidad hispana, o parte del problema, dando espacio en su pantalla a un discurso de odio como el que promueve Dobbs?

El mercado de televidentes “latinos”, el de mayor crecimiento en los últimos años, está esperando su respuesta.

-- Carlos Bravo Regidor

(La Razón, Lunes 26 de Octubre de 2009)

lunes, 19 de octubre de 2009

1982 entre nosotros

Hay años que expresan épocas enteras. Que no siempre tienen la suerte (o la desgracia) de colarse en el calendario cívico, de convertirse en instrumentos para forjar patria, pero cuya influencia sobre el presente a veces es más palpable que la de aquellos cuyo aniversario conmemoramos con días de asueto, monumentos, desfiles, discursos o minutos de silencio.

1982 es, en la historia reciente de México, uno de esos años. No fue el último del milagro mexicano (que hizo agua desde fines de la década del sesenta) ni el primero de las privatizaciones (que arrancarían un par de años después), mas terminó convirtiéndose en el año emblemático de ese tránsito, digamos, entre el “desarrollo estabilizador” y el “neoliberalismo”.

Annus horribilis según cualquier indicador (PIB, tipo de cambio, inflación, deuda externa, desempleo, déficit público, precio del petróleo, etc.), quizás la imagen que mejor lo representa es la del presidente López Portillo en su último informe de gobierno: furioso, desesperado, patético, advirtiendo “no vengo a vender paraísos perdidos”, decretando la nacionalización de la banca porque “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” y pidiendo perdón, con lágrimas en los ojos y dando un puñetazo sobre el pódium, “a los desposeídos y marginados […] por no haber acertado a hacerlo mejor”.

Fue el año cero de la crisis, término que desde entonces empezó a significar no sólo una coyuntura difícil, una fase de inestabilidad económica, una encrucijada entre la recuperación o el colapso sino además, como lo ha explicado Claudio Lomnitz, “un grave obstáculo para la producción de imágenes creíbles sobre un futuro deseable”. Y eso que, en ese momento, todavía no sabíamos lo que nos depararía el sexenio del presidente Salinas.

Con todo, en los últimos años nos hemos empeñado en interpretar el desencanto ciudadano en clave democrática, como si fuera resultado del encuentro entre las abultadas expectativas que generó la alternancia en el poder y los resultados, más bien modestos, que ha reportado. Seguramente hay algo de eso en la antipatía que inspira hoy, como conjunto, la clase política.

Puede ser, sin embargo, que ese desencanto tenga que ver también con el legado de 1982. Que nuestra imposibilidad para imaginar el porvenir sea, pues, previa a la “transición”. Menos la consecuencia de una alternancia decepcionante que de una falta de credibilidad incubada, durante las últimas tres décadas, en la progresiva erosión de lo público, es decir, de la capacidad de habitar y darle sentido a un mundo en común. A que vivimos, desde hace más tiempo del que parecemos dispuestos a reconocer, en el país del sálvese quien pueda.

-- Carlos Bravo Regidor
(
La Razón, Lunes 19 de Octubre de 2009)

lunes, 12 de octubre de 2009

25 años de La Jornada

Hubo un tiempo, no hace tanto, en que La Jornada era un periódico joven. Que ofrecía información fresca, diferente; que procuraba reflexiones originales, análisis precisos y punzantes; que brindaba una visión propositiva del país.

Fundada en 1984, supo convertirse en el espacio de encuentro para corrientes de opinión muy críticas: con el programa de ajuste económico que se puso en marcha luego de la crisis del 82; con el abandono de la política de masas del régimen de la Revolución Mexicana; con una cultura nacional que hacia las de coartada para todo tipo de abusos, intolerancias y atrasos.

El suyo nunca fue un periodismo imparcial, que pretendiera comunicar los hechos con distancia y sin tomar partido, sino un periodismo comprometido, explícitamente de izquierda. Era, pues, un periódico con proyecto: social, democrático, contestatario.

En sus páginas pioneras, a un tiempo militantes y desparpajadas, se consolidaron voces como el Por mi madre bohemios de Carlos Monsiváis, la Plaza pública de Miguel Ángel Granados Chapa, La ciencia en la calle de Luis González de Alba; la escuela de fotoperiodismo que fueron Pedro Valtierra, Rogelio Cuéllar y Frida Hartz; suplementos como las Histerietas de Jis y Trino, La Jornada Semanal de Roger Bartra o Juan Villoro, etc. Grandes artesanos de cuyos oficios renovadores ya no queda, en La Jornada de hoy, ni el polvo.

Iba que volaba para ser el periódico de la transición pero en algún momento (¿1994, 1997, 2000?) perdió la vitalidad, el ingenio, los talentos que lo habían caracterizado.

Así, mientras el país se abría a nuevas incertidumbres La Jornada se fue encerrando en sus viejas certezas hasta volverse eso que es hoy: un periódico sectario, amargo, sin matices ni complejidad, adicto a cargar las tintas y a encuadrarlo casi todo conforme a la lógica de una teoría de la conspiración. Un periódico al que, aparentemente, no le ha quedado más que compensar por las luces que ha perdido con una cada vez más inflamada combatividad.

La semana pasada, por ejemplo, informaba sobre el conflicto en Luz y Fuerza del Centro resumiendo: “Lozano Alarcón se lanza con todo y descabeza al SME”. En la Rayuela, esta ponderación: “Frente a la planta de luz rueda la cabeza con un mensaje garrapateado sobre una hoja: Para que aprendan a respetar”. Ayer mismo, su nota principal era “El gobierno asalta instalaciones de LFC, ordena su extinción”. Y en la Rayuela: “Parte de guerra: las armas nacionales se vistieron de gloria. Tropas al mando del general sin estrellas arremetieron contra trabajadores desarmados”.

Reviso ejemplares viejos de La Jornada y me convenzo de que estaba destinada a convertirse en El País mexicano. Leo los ejemplares de estos días y veo, ay, que terminó siendo el Alarma de la izquierda.

-- Carlos Bravo Regidor
(
La Razón, Lunes 12 de Octubre de 2009)

lunes, 5 de octubre de 2009

Recortes a la cultura

Recibo un correo electrónico, de una persona que no conozco, invitándome a una “movilización contra recortes a la cultura”. El 2 de octubre, a las 15:30 horas, frente al Palacio de Bellas Artes. La sintaxis, aparentemente, ha sido la primera víctima de los recortes: “ante la crisis económica y social por la que atraviesa México los presupuestos a educación y cultura deben aumentarse, más que nunca el país requiere de apoyarse en estos sectores como la ÚNICA vía pacífica mediante la cual se evitará que el resquebrajamiento de la nación en oleadas de descontento y violencia”.

El mensaje, sin embargo, tiene su interés. No porque sea original (más o menos en esa misma tesitura se han expresado, para llevar agua a su molino, el rector de la UNAM, la Conferencia del Episcopado Mexicano, la bancada perredista en el Senado, el Consejo Coordinador Empresarial y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares) sino por lo sintomático que resulta como forma de articular una demanda, de apelar a un repertorio simbólico.

Primero se advierte que hay dificultades, se menciona el presupuesto, se hace alusión a una violencia inevitable en caso de no darles lo que piden al “Frente en Defensa del Arte y la Cultura” y demás abajofirmantes. El lenguaje no podría ser más transparente, más afín al de una extorsión. Más teatro, más museos, más música… o, ya sabemos, ahí viene el 2010.

Luego sigue la referencia de rigor a la Constitución. La amenaza de ruptura elevada, entonces, a rango de garantía individual. Porque la movilización, dice el texto con toda solemnidad burocrática, se fundamenta en “la defensa de nuestro derecho a la cultura consagrado en la fracción novena del artículo cuarto constitucional”.

Y finalmente, para completar el cuadro, está el toque de legitimidad histórica que ofrece una vaga evocación de Tlatelolco, la fantasía parasitaria de que la lucha de entonces y la de ahora son la misma: “hoy como hace 41 años es indispensable salir a la calle a la defensa de las libertades democráticas”.

Estos son, en suma, los términos en que se plantea la demanda: ¡más presupuesto o no respondo chipote con sangre fracción novena del artículo cuarto el pueblo unido jamás será vencido!

Con todo, no deja de haber algo involuntariamente conmovedor, triste, en este asunto. Porque más allá del amago chantajista y de la hueca retórica sesentayochera hay gente que perderá su trabajo, proyectos que quedarán inconclusos, públicos ávidos de oferta cultural. Todo lo cual merecería una formulación menos arcaica, propuestas serias, liderazgos más creativos. Otra cultura de la cultura.

-- Carlos Bravo Regidor
(
La Razón, Lunes 5 de Octubre)