Algunos incluso la propusieron como “personaje del año” (Leo Zuckermann); como “la ciudadana que, por su dolor y su lucha, encarna mejor la década que termina” (León Krauze); como un ejemplo a seguir porque “¡si todos fuéramos como Isabel no habría un secuestrador libre en nuestras calles!” (Denise Maerker).
En su discurso durante la entrega del Premio, el Presidente Calderón recordó que su primera reflexión al ver los anuncios a través de los cuales la señora ofrecía recompensas fue “ojalá lo encuentre”. Calificó el caso como “una poderosa fuente de inspiración” y secundó la propuesta de construir un monumento dedicado a quienes han perdido la vida en un secuestro “para conmemorar, para recordar, para querer y para inspirarnos también en todos aquellos que han sido víctimas de este delito”.
Me detengo en el caso de la señora Miranda de Wallace no para discutir sus méritos ni para repetir lo que ya se ha dicho al respecto sino, más bien, para reparar en un rasgo peculiar de su inserción en nuestra conversación pública. Porque en la manera que buena parte de la prensa lo ha discutido y, sobre todo, en los elogios que le dedicó el Presidente, me parece detectar una evasión francamente inquietante.
Y es que una cosa es promover la participación ciudadana en los asuntos públicos, reconocer a la sociedad civil que se organiza para plantear demandas a la autoridad; y otra, muy distinta, celebrar a una ciudadana que se ve obligada a hacer por sí misma, sola y con sus recursos, el trabajo que no hacen las autoridades. Si lo primero es parte constitutiva de la dinámica democrática, lo segundo… ¿qué es?
Hay algo extraño en como la exaltación de la sociedad civil ha terminado, en esta ocasión, eclipsando la negligencia de las policías y los ministerios públicos. Hay algo absurdo en la disposición con que la prensa ha dignificado el Premio; no por quien lo recibe sino por quien lo entrega: el principal responsable de la seguridad pública y la procuración de justicia en el país. Y hay algo grotesco en el hecho de que el Presidente se asuma como un espectador más de la tragedia (“ojalá lo encuentre”), que se diga “inspirado” por lo que no deja de ser un categórico testimonio de su propia ineptitud como Jefe del Ejecutivo.
La imagen de Calderón premiando a Miranda de Wallace es la imagen de la incompetencia premiando a la
¿Por qué aplaudimos?
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 20 de diciembre de 2010