lunes, 28 de enero de 2013

Caso Cassez, radiografía de nuestra vida pública


El desenlace del caso Cassez ofrece una cruda radiografía de varios aspectos de la vida pública mexicana. Me ocupo de tres: la incomprendida importancia de los procedimientos en la impartición de justicia, la urgente necesidad de que los periodistas incorporen en su práctica nociones elementales de derecho y el alarmante espectáculo de una ira social tan mal encaminada que amenaza con terminar fortaleciendo aquello mismo que la provoca. Me explico.
            
No hay, no puede haber justicia sin procedimientos que la organicen: sin derechos, sin reglas, sin trámites, sin instancias que le den un mínimo de orden y racionalidad al complicado proceso de comprobar hechos delictivos y condenar a los responsables. Por eso decía Benjamin Constant que los procedimientos son como “deidades tutelares” de la convivencia civilizada: porque son la única garantía de que se haga justicia sin incurrir en la arbitrariedad --es decir, en la injusticia. El hecho de que 83% de los mexicanos (Reforma, 24/Ene/2013) no esté de acuerdo en que las violaciones al debido proceso son razón suficiente para liberar a una persona, en que una condena es inválida cuando la evidencia incriminatoria está corrompida, es un sombrío testimonio de que una gran mayoría de los mexicanos no está dispuesta a pagar el costo de vivir en una sociedad en la que el fin no justifique los medios. De que entre nosotros hay un sustrato muy considerable, digamos, de calderonismo sociológico. 

La forma en que algunos medios de comunicación informaron sobre la liberación de Cassez no es menos problemática. Por ejemplo, en la nota principal de Milenio “Falla la Corte y deja libre a la plagiaria”, en la de La Razón “Libre sin ser inocente”, o en la obstinación de Joaquín López Dóriga en llamarla “la secuestradora”. El fallo de la Corte no resolvió si Cassez era culpable o inocente; resolvió que, por la forma en que se integró su caso, no lo podemos saber y por tanto subsiste su derecho a la presunción de inocencia. Pero al insistir en presumirla culpable, en referirse a ella como “la plagiaria”, “sin ser inocente” o “la secuestradora”, los medios la condenan de todos modos, pasando por encima de los derechos de Cassez y de la autoridad de la Corte. El montaje de Genaro García Luna perdió en el tribunal de la ley… pero ganó en el tribunal mediático.

Finalmente, queda la ira social desatada por el fallo de la Corte. Una ira desinformada sobre los detalles del caso, aparentemente inmune a textos como los de Héctor de Mauleón (http://bit.ly/14lp7Q2) o Guillermo Osorno (http://bit.ly/1122KiG). Una ira que no sabe distinguir facultades, efectos ni jurisdicciones: que no entiende por qué la Corte no puede castigar a los policías, por qué no libera a todos los demás presos a los que tampoco se les respeto su debido proceso, por qué lo que haya hecho el gobierno de Francia no afecta la decisión de la Primera Sala. Una ira, en suma, muy propicia para convertir el precedente que sienta el caso Cassez en un escarnio contra cualquier criterio garantista.

¿Qué tan mal calibrada tenemos la báscula que la noticia de que la Corte se toma los derechos en serio la convertimos en motivo de furiosa indignación?

Transparente
La comisionada del IFAI Sigrid Arzt ha incurrido en un caso transparente de conflicto de interés: hizo solicitudes de información con pseudónimos, les dio trámite y en su caso interpuso y hasta resolvió sus propias inconformidades ella misma. La Secretaría de la Función Publica debe inhabilitarla de inmediato.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 28 de enero de 2012

lunes, 21 de enero de 2013

Alfonso Reyes para reformistas


Al ímpetu reformista que tan súbitamente se ha apoderado del PRI, y que tanto brilló por su ausencia cuando el PRI estuvo en la oposición, parece que le sobra prisa y le falta perspectiva. Aspira a transmitir una urgente necesidad de movimiento pero no sabe imprimirle un sentido, no logra inscribirla en un itinerario.

De hecho, el comercial de la Presidencia de la República (véase en http://bit.ly/W4LoxV) lo retrata con elocuencia. Mucha maroma pero ningún rumbo, mucho paisaje pero ninguna senda, mucha arquitectura pero ninguna traza. El mensaje es que tienen muchas ganas de “mover a México” pero… ¿moverlo hacia dónde?

Es un ímpetu reformista que carece de proyección, en el cual se vislumbra un gran apetito de éxito pero una muy magra noción de trayectoria. Que busca conjugar las reformas en el tiempo instantáneo de su aprobación, no en el tiempo continuo y prolongado de su implementación. Un reformismo, en suma, que parece más preocupado por celebrar el impulso de cambiar que ocupado en llevar a cabo y dar seguimiento a los cambios.

En contraste con ése ímpetu reformista tan coyuntural y sin horizonte, transcribo las siguientes líneas de Alfonso Reyes (tomadas de sus “Fragmentos del arte poética”) como una invitación a que nuestros reformistas conciban su labor en otra temporalidad:

“Hay que contar con la vida larga. Piensa de ti según el mito de Osiris; piensa de ti como si nacieras despedazado y tuvieras que juntarte diligentemente trozo a trozo […] Que ninguna torpeza de afuera venga a interponerse; no tropieces contra lo fortuito, no te anules en el choque contra lo indiferente o inútil. No quiera cada uno hacerte sardina de su ascua. Cuida tu largo curso, prescindiendo, a izquierda y a derecha, de toda guerra que no sea tu guerra. No te atraviese la espada que no era para ti. No te dejes matar de bala perdida. Mira cómo anulas la casualidad, no te hagas víctima de cosa tan ciega. Por algo te sientes todavía tan plástico y tan lejos de cristalizar […] Tus cañones son de larga parábola y sólo aciertan a gran distancia. No te desalientes: es que tu alma tiene la figura de la longevidad. Tu órbita es otra. Que el cómputo de tus años te deje cerrar la trayectoria. No te desvanezcas tampoco, nadie ha probado que esto valga más que aquello. Cada uno a su curva, todos los planetas adelantan con igual dignidad. Seduce al tiempo, obliga al tiempo. Otros pueden acabar antes –peor o mejor para ellos. Tú, a tu vasto viaje, a tu arco grande y a tu declinación segura. Tú, a lo tuyo”.

Contra un ímpetu reformista fatuo y sin miras, que trata de hacer como si para transformar el país fuera suficiente con cambiar de partido o cambiar lo que dice una norma, exijamos un reformismo que haga suyo el registro del arte poética que proponía Reyes: vida larga, diligencia, gran distancia y declinación segura.
Eso.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 21 de enero de 2013

lunes, 14 de enero de 2013

El estilo personal de integrar gabinete


La semana pasada escribí que las primeras impresiones que se han asentado en nuestra conversación pública a propósito del arranque del nuevo gobierno quizás resultan un tanto prematuras y engañosas. Hoy quisiera matizar esa opinión, sin embargo, porque hay un aspecto puntual susceptible de ser evaluado más allá de esa gran campaña de relaciones públicas que suelen ser “los primeros cien días”: a saber, la integración del gabinete.

Me limito a tres variables muy sencillas: edad, partido y experiencia previa. Incluyo todas las secretarías de estado, salvo Función Pública y Seguridad Pública (por razones obvias), y también la Procuraduría General de la República. Es decir, un total de 17 entidades. Veamos.

La edad promedio en el gabinete es 56 años. La más grande es Mercedes Juan López (1943), secretaria de Salud; la más joven, Claudia Ruíz Massieu (1972), secretaria de Turismo. Casi todos los integrantes de su gabinete son mayores que el presidente, que tiene 46 años (1966). De hecho, sólo tres de ellos son algo menores: Luis Videgaray (1968), secretario de Hacienda; José Antonio Meade (1969), secretario de Relaciones Exteriores; y la propia Ruíz Massieu. Comparativamente, el primer gabinete de Vicente Fox, quien asumió la presidencia a los 58, promediaba 51 años; el de Calderón, quien tenía 44 al asumir, promediaba también 51 años.

En lo relativo a militancia partidista, 12 integrantes del gabinete de Peña Nieto pertenecen al PRI, uno al PVEM (Juan José Guerra) y 4 no tienen filiación: Salvador Cienfuegos, secretario de Defensa; Vidal Francisco Soberón, secretario de Marina; Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social; y el ya mencionado Meade. Comparativamente, en el primer gabinete de Fox había 6 panistas, 1 priísta y 10 sin filiación; en el de Calderón 10 panistas, 1 priísta y 6 sin filiación.

Por último, me falta espacio para detallar las trayectorias y ofrecer cifras al respecto, pero es un hecho rotundo que en general los integrantes del gabinete de Peña Nieto tienen mucha más experiencia, no sólo en términos de tiempo de servicio sino también en cuanto a haber trabajado en distintos ámbitos de la función pública, que los del primer equipo de Fox o los del de Calderón. Aunque, como detalle curioso, comparada con la de sus propios colaboradores la trayectoria de Peña Nieto es relativamente magra: su carrera política es más bien corta y siempre estuvo circunscrita al Estado de México.

Asistimos, en suma, al estreno de un presidente todavía joven pero con un primer equipo más maduro, más coherente y mucho más experimentado que el de los dos anteriores. La forma en que integró su gabinete sugiere, además, que Peña Nieto tiene un estilo de liderazgo gerencial, más asertivo que el de Fox pero menos paternalista que el de Calderón.

Y pues sí, es una buena noticia.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 14 de enero de 2013

lunes, 7 de enero de 2013

Primeras impresiones


Hace exactamente 38 días que Enrique Peña Nieto tomó protesta como Presidente de la República. No es nada, pero en nuestra conversación pública se ha instalado ya un contraste, ampliamente compartido, entre la sensación de zozobra que terminó transmitiendo el sexenio de Felipe Calderón y la sensación de mando que desde un inicio supo proyectar el nuevo gobierno.

Peña Nieto va ganando, por lo pronto, la batalla de las primeras impresiones. La imagen que predomina en buena parte de los medios de comunicación es que no ha tenido tropiezos mayúsculos, no se ha enredado en pleitos estériles y no ha tomado decisiones improvisadas sino, al contrario, que ha procurado consensos, ha concretado reformas y se ha conducido con mucho de lo que en Estados Unidos llaman “sentido del propósito” (sense of purpose).

De hecho, por momentos parece que el contraste quisiera extenderse más allá del calderonismo. Que ni Vicente Fox con todo y su “bono democrático”, ni Ernesto Zedillo con todo y que él mismo formó parte del gobierno anterior, tuvieron un debut equiparable. Pareciera, pues, que en la historia reciente del país lo más cercano a un arranque tan fuerte como el que ha tenido Peña Nieto fue, en todo caso, el que tuvo Carlos Salinas de Gortari.

Pero, ¿no es muy temprano todavía para hacer comparaciones y balances? Finalmente, ni siquiera hemos cruzado la mitad de ese rasero simbólico en el que se han convertido, para bien o para mal, los primeros cien días. E incluso ese rasero, ¿no es de lo más arbitrario? ¿Qué “mide” realmente? ¿Qué clase de indicador constituye? ¿Qué tan confiable resulta? ¿En qué evidencia se basa?

Hace unos años, comentando las expectativas en torno a los primeros cien días de Barack Obama en el poder, el historiador presidencial David Greenberg escribió que no es que los primeros cien días no importen sino, más bien, que no significan lo que suponemos que significan. Importan porque influyen en el ánimo de la opinión pública y ésta es un poderoso instrumento para hacer política. Pero no significan lo que suponemos que significan porque buena parte de los factores que determinan su éxito o su fracaso no están bajo el control del presidente ni son un reflejo de su talento o su capacidad. Y porque el éxito o el fracaso de los primeros cien días no representa el éxito o el fracaso de una administración. La experiencia indica, en suma, que las primeras impresiones no son irrelevantes pero tampoco predicen lo que será el desempeño del nuevo gobierno.

Una cosa es saber administrar las percepciones del presente inmediato y otra, muy distinta, conquistar el juicio de la posteridad. El sexenio de Salinas de Gortari, con el que tanto se ha querido comparar al de Peña Nieto, es una paradójica prueba de ello.

-- Carlos Bravo Regidor               
La Razón, lunes 7 de enero de 2013