lunes, 28 de mayo de 2012

"Acarreados"


En las últimas semanas, a raíz de la polémica visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana y de las protestas estudiantiles derivadas de ella, el término "acarreados" ha circulado mucho en nuestra conversación pública. Siempre con un tono peyorativo, con una franca intención denigratoria, con el deliberado empeño de restarle legitimidad a las manifestaciones en contra o también a favor del candidato presidencial del PRI.

Pero, ¿de qué hablamos, en concreto, cuando hablamos de "acarreados"? Hace algunos años, en un muy esclarecedor estudio (disponible en http://bit.ly/KspjSV) sobre los rituales de la campaña presidencial del PRI en 1988, Larissa Lomnitz, Claudio Lomnitz e Ilya Adler observaron la existencia de al menos tres tipos distintos de acarreados: los clientelares, movilizados por vínculos de lealtad; los burocráticos, movilizados por amenaza de coerción; y los oportunistas, movilizados por alguna forma de pago en efectivo o en especie.  

El acarreado clientelar, advertían, forma parte de una red jerárquica de compromisos personales en la que se intercambian beneficios por apoyos, una red que expresa "la vigencia de relaciones sociales que operan durante largos años, por lo cual la interpretación de que este tipo de 'acarreo' no representa un apoyo real […] es básicamente errónea". El acarreado burocrático, a su vez, es resultado de cierta capacidad de control sobre su fuente de trabajo o ingresos en función de la cual corre el riesgo de ser sancionado si no se moviliza. Y el acarreado oportunista, por último, es aquel que por necesidad económica o indiferencia política está dispuesto a vender su presencia en actos de campaña a cambio de una remuneración inmediata. 

Ocurre, sin embargo, que en contraste con ese énfasis en las desigualdades sociales implícitas en la figura de los "acarreados", en los últimos días el término ha adquirido un énfasis moral, convirtiéndose incluso en una especie de improvisado antónimo de "ciudadanos". Así, mientras que los ciudadanos se imaginan auténticos y libres, amos y señores de sus destinos, los acarreados se suponen artificiales y manipulados, mera carne de cañón política. De ahí a decir que los primeros son ejemplares y los segundos inferiores, la verdad, falta apenas un pasito…

Es interesante, sintomático, que tratando de enaltecer la democracia contra vicios como el corporativismo, la coerción o la corrupción derivemos en un discurso tan evidentemente discriminatorio. Que gritemos "¡acarreados!" como un insulto desde la imaginaria superioridad moral de una "ciudadanía" que, sin embargo, no parece estar interesada en reclamar que se atiendan los déficits y las carencias que hacen del acarreo una forma de participación política todavía normal para muchos mexicanos. Quienes, por cierto, no por "acarreados" son menos ciudadanos.

 -- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 28 de mayo de 2012

miércoles, 16 de mayo de 2012

El dinosaurio: la extinción de una metáfora


Durante los años dorados de la transición hubo una metáfora que capturó, como ninguna otra, la imaginación democrática de los mexicanos. Una metáfora que supo articular las sensaciones encontradas que inspiraba el sistema político priísta, en muchos aspectos obsoleto pero muy resistente, que daba tremendas señales de debilidad pero al mismo tiempo mostraba una sorprendente capacidad de supervivencia. Me refiero, desde luego, a la metáfora del dinosaurio.

No me ocupo de qué tan exacta o exagerada haya sido. Me ocupo tan solo de lo exitosa que resultó para representar a los adversarios del entusiasmo democratizador como feroces encarnaciones de un pasado que se negaba a morir, como amenazantes criaturas anacrónicas que insistían en aferrarse al poder para seguir gobernando un tiempo que ya no era el suyo. Y es que la metáfora del dinosaurio fue, en ese sentido, la expresión más acabada de una idea de la democracia en función de la cual al PRI no le quedaba más que extinguirse.

De hecho, tras las elecciones del 2000 abundaron análisis que quisieron ver en su derrota presidencial al meteorito que habría de acabar, finalmente, con el dinosaurio priísta. Sucede, sin embargo, que dos sexenios después el saldo es muy otro. La alternancia no provocó la súbita desaparición del dinosaurio; más bien, inauguró el paulatino desgaste de esa metáfora como recurso de crítica política.

En parte porque el tiempo pasa, la gente olvida, el electorado cambia. En parte porque los fiascos del foxismo, la “guerra” de Calderón y la presidencia “legítima” de López Obrador crearon las condiciones para que el PRI se reinventara como una nueva opción electoral: la del voto de castigo contra el PAN-gobierno, la del voto de desconfianza contra el PRD-oposición. Y en parte porque la reiterada impresión de estar gobernados por una punta de novatos incompetentes terminó por relativizar los defectos del dinosaurio hasta el punto, incluso, de hacerlos parecer una forma de eficacia.

Digamos, pues, que el 2012 nos despierta con la noticia de que la metáfora del dinosaurio ha perdido buena parte de la tracción política que tuvo. ¿Cómo explicar, si no, el hecho de que en el año 2000 alrededor del 42.5% de los electores votó por el candidato con más probabilidad de “sacar al PRI de los Pinos” y ahora, doce años después, un 45-50% manifiesta la intención de querer votar por su regreso?

Hay que acusar recibo: el vocabulario de la transición está agotado. No sirve ya ni para dar cuenta de lo que está pasando ni para influir significativamente en el rumbo de los acontecimientos. Admitirlo no implica renunciar a la crítica. Implica, en todo caso, reconocer que hace falta inventar un nuevo vocabulario crítico que recupere la efectividad que el de la transición ha perdido.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, mayo de 2012