En las últimas semanas, a raíz
de la polémica visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana y
de las protestas estudiantiles derivadas de ella, el término
"acarreados" ha circulado mucho en nuestra conversación pública.
Siempre con un tono peyorativo, con una franca intención denigratoria, con el
deliberado empeño de restarle legitimidad a las manifestaciones en contra o
también a favor del candidato presidencial del PRI.
Pero, ¿de qué hablamos, en concreto,
cuando hablamos de "acarreados"? Hace algunos años, en un muy
esclarecedor estudio (disponible en http://bit.ly/KspjSV) sobre los rituales de la campaña presidencial del PRI
en 1988, Larissa Lomnitz, Claudio Lomnitz e Ilya Adler observaron la existencia
de al menos tres tipos distintos de acarreados: los clientelares, movilizados
por vínculos de lealtad; los burocráticos, movilizados por amenaza de coerción;
y los oportunistas, movilizados por alguna forma de pago en efectivo o en
especie.
El acarreado clientelar, advertían,
forma parte de una red jerárquica de compromisos personales en la que se
intercambian beneficios por apoyos, una red que expresa "la vigencia de
relaciones sociales que operan durante largos años, por lo cual la
interpretación de que este tipo de 'acarreo' no representa un apoyo real […] es
básicamente errónea". El acarreado burocrático, a su vez, es resultado de
cierta capacidad de control sobre su fuente de trabajo o ingresos en función de
la cual corre el riesgo de ser sancionado si no se moviliza. Y el acarreado
oportunista, por último, es aquel que por necesidad económica o indiferencia
política está dispuesto a vender su presencia en actos de campaña a cambio de
una remuneración inmediata.
Ocurre, sin embargo, que en contraste
con ese énfasis en las desigualdades sociales implícitas en la figura de los
"acarreados", en los últimos días el término ha adquirido un énfasis
moral, convirtiéndose incluso en una especie de improvisado antónimo de
"ciudadanos". Así, mientras que los ciudadanos se imaginan auténticos
y libres, amos y señores de sus destinos, los acarreados se suponen
artificiales y manipulados, mera carne de cañón política. De ahí a decir que
los primeros son ejemplares y los segundos inferiores, la verdad, falta apenas
un pasito…
Es interesante, sintomático, que
tratando de enaltecer la democracia contra vicios como el corporativismo, la
coerción o la corrupción derivemos en un discurso tan evidentemente
discriminatorio. Que gritemos "¡acarreados!" como un insulto desde la
imaginaria superioridad moral de una "ciudadanía" que, sin embargo,
no parece estar interesada en reclamar que se atiendan los déficits y las
carencias que hacen del acarreo una forma de participación política todavía
normal para muchos mexicanos. Quienes, por cierto, no por
"acarreados" son menos ciudadanos.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 28 de mayo de 2012
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