lunes, 28 de septiembre de 2009

Historia, ¿para qué?

Hace casi treinta años se publicó Historia, ¿para qué?, una colección de ensayos sobre el significado de la reflexión histórica en México luego de la matanza de Tlatelolco. No era una lección de revisionismo light ni una insulsa diatriba contra la “historia oficial”, como las que proliferan ahora, sino una apremiante meditación en torno a la legitimidad y la utilidad del pasado tras ese quiebre cultural en el que supo convertirse el 2 de octubre.

Casi todos habitantes paradigmáticos del flanco izquierdo de la generación del 68 (el casi son Luis Villoro, Luis González y José Joaquín Blanco), sus autores procuraban reivindicar una idea de la historia abiertamente politizada, militante, comprometida con un programa de transformación social. 

Y es que convencidos como estaban de que “en todo tiempo y lugar la recuperación del pasado, antes que científica, ha sido primordialmente política” (Enrique Florescano), les parecía “cada vez más insostenible la pretensión de desvincular la historia en la que se participa y se toma posición de la historia que se investiga y se escribe” (Carlos Pereyra). 

Querían, pues, una historia crítica que ejerciera de contrapeso al “discurso del poder” (Adolfo Gilly); una historia abocada a desenmascarar la Revolución Mexicana como nuestra “mayor hazaña ideológica […] la gran cortina de humo que ha ocultado, justificado, impugnado, enrarecido la percepción y la práctica del asunto fundamental: el desarrollo del capitalismo mexicano” (Héctor Aguilar Camín); una historia que le devolviera al presente un sentido de trascendencia, que fungiera como un  saber que “nos cohesiona y, de algún modo, nos instala en el porvenir” (Carlos Monsiváis). 

Mucha agua ha corrido, desde entonces, bajo el puente de aquel desafío. El país es otro pero no en el sentido que ellos, en aquel entonces, imaginaban. ¡Cuánta razón llevaba el viejo Marx en aquello de que los hombres hacen su propia historia pero no conforme a su propia voluntad! 

En la víspera de los centenarios, sin embargo, volver a Historia, ¿para qué? resulta un ejercicio a un tiempo anticuado e inquietante. 

Anticuado porque la de la historia ya no es, ya no puede ser, una sola voz, una misma visión, un único destino. Hoy la historia es, tiene que ser, varias voces, diversas visiones, muchos Méxicos. No la madre de un gran proyecto nacional sino la hija de una multitud de presentes más o menos democráticos. 

Inquietante porque esa pluralidad de presentes que somos hoy no inspira ni la ambición intelectual ni el apetito de futuro que le sobraban, hace treinta años, a ese proyecto que fue Historia, ¿para qué?

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 28 de Septiembre de 2007)

lunes, 21 de septiembre de 2009

Normalidad democrática

El paquete económico para 2010 presentado por el gobierno federal obedece, básicamente, a dos prioridades: a) la necesidad de cubrir el “boquete fiscal” (370 mil millones de pesos) que han dejado la recesión y la caída en la producción de petróleo; y b) el imperativo de mitigar los efectos de la recesión entre la población con menores ingresos.   

Para lo primero propone una combinación de más impuestos, algunos recortes, ajustes y un modesto aumento de la deuda. Para lo segundo, destinar más recursos para el combate a la pobreza.   

La oposición ha respondido, en términos generales, conforme a tres lógicas: 1) enojo por los excesos e ineficiencia en el manejo de los recursos públicos; 2) exigencia de contrarrestar los efectos de la recesión y reactivar la actividad económica; y 3) reclamo de aprovechar la oportunidad para adoptar otro modelo de desarrollo.   

La primera lógica demanda más austeridad, disminuir el gasto corriente, reducir sueldos y personal. La segunda pide expandir el gasto público, elevar la inversión, fomentar la generación de empleos. Y la tercera convoca a dotar al Estado de más instrumentos para intervenir en la economía y procurar una mayor redistribución de la riqueza.   

La propuesta del gobierno enfatiza la gravedad de la coyuntura y la debilidad de las finanzas públicas. En su visión imperan las dificultades, las restricciones, los compromisos financieros.     

La oposición enfatiza, en cambio, lo inadecuado o incompleto de las medidas propuestas y su falta de ambición. En su visión imperan las convicciones, la insatisfacción, las expectativas.   

El punto débil del gobierno ha sido no plantear la modificación de los llamados regímenes especiales (exenciones, deducciones, subsidios fiscales, tasas cero, etc.) y por los cuales este año se dejarán de percibir, según cifras del propio secretario de Hacienda, 465 mil millones de pesos (1.3 veces el monto del “boquete fiscal”).   

El punto débil de la oposición ha sido insistir en la alternativa del déficit para impulsar una política contracíclica, pues difícilmente los mercados ofrecerán créditos a tasas accesibles para financiarle una caída permanente de la producción petrolera a un país con una estructura fiscal tan endeble como México.           

Desde la perspectiva de la oposición parece que al gobierno le faltan decisión y audacia. Desde la perspectiva del gobierno parece que a la oposición le falta hacerse cargo de los costos y las consecuencias.   

En esas estamos: entre un gobierno sin margen de maniobra y una oposición sin responsabilidad.      

Ese es, hoy, el rostro de nuestra normalidad democrática.


--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 21 de Septiembre de 2009)

lunes, 14 de septiembre de 2009

Voltaire, Tutino y el 2010

Decía Voltaire que la superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija idiota de una madre sabia. Advertía, sin embargo, que esas dos hijas proliferan en tiempos de confusión igual que en tiempos de carencia proliferan los falsificadores de billetes.           

Casi lo mismo hubiera podido escribir hoy, en la víspera de los centenarios, sobre esos augurios de “estallido social” que empiezan a abundar en nuestra conversación pública. Si en 1810 fue la independencia y en 1910 la revolución, en 2010… ¡Alarma!           

Con todo, más allá de la superchería cabalística, de la franca insidia o el mero sensacionalismo, la preocupación por los ciclos históricos y las crisis seculares en la historia de México ha producido algunas investigaciones muy instructivas. Quizás la más importante es la de John Tutino, De la Insurrección a la Revolución en México, un magnífico libro que explica la dinámica de la violencia agraria, desde fines del virreinato hasta el cardenismo, en función de dos factores: uno, los agravios que se gestan entre las clases campesinas por el deterioro en sus condiciones de vida y, dos, las oportunidades estratégicas para el levantamiento armado que ofrecen la debilidad o fragmentación de las élites en el poder.           

Hace un par de años, en un artículo sobre la posibilidad de nuevos levantamientos rurales (en el libro coordinado por Elisa Servín y Leticia Reina, Crisis, Reforma y Revolución), Tutino agregó un tercer factor a su modelo: las capacidades subversivas de los núcleos agrarios, es decir, el grado de liderazgo, organización, visión y sustento material necesarios para desafiar el orden establecido. Su argumento es que luego del último momento revolucionario (1910-1940) el campo mexicano experimentó un proceso de transformación muy profundo, inédito, cuyo resultado fue la erosión permanente de sus capacidades subversivas. Tal vez surjan otras formas de protesta o rebeldía, concluye Tutino, pero la era de las revoluciones tal y como las conocimos en los últimos dos siglos ha llegado a su fin.

Para algunos será una conclusión acertada o tranquilizadora; para otros, incorrecta o triste. En cualquier caso, se trata de un planteamiento bien fundamentado, riguroso, serio, con el que tendrían que habérselas quienes auguran, como si nada hubiera cambiado en los últimos veinte o cincuenta o cien o doscientos años, un 2010 puntual e irremediablemente revolucionario. 

De lo contrario sabremos, a la Voltaire, que lo suyo es falsificar el futuro para lucrar en tiempos de incertidumbre, que sus profecías no son más que hijas idiotas de esa madre sabia que es la historia.    

-- Carlos Bravo Regidor 
(La Razón, Lunes 14 de Septiembre, 2009) 

lunes, 7 de septiembre de 2009

Estampas mexicanas desde Chicago

1. Talentosa periodista y escritora, con muchas horas de vuelo en temas mexicanos, viene a la Universidad de Chicago a dar una charla.          

Con profunda desazón, repasa la actualidad de un país roto, recuerda las promesas de nuestro viejo nacionalismo, contrasta el México lindo y querido de Chucho Monge con el de Gimme tha power de Molotov. Lamenta, sobre todo, que la identidad nacional se nos haya vuelto sinónimo de derrota. Al terminar su exposición, arranca un nutrido intercambio de preguntas y comentarios. En el público, todos estudiantes, hay dos Méxicos: el de México y el de Estados Unidos. Los mexicanos de México confirman el diagnóstico, asienten entre furiosos y alicaídos, comparten su testimonio del desaliento. Los mexicanos de Estados Unidos discrepan, fruncen el ceño, no se reconocen en ese abatimiento. Una joven, hija de inmigrantes indocumentados, hace entonces una recia y conmovedora defensa de lo que para ella significa ser Mexican. Tras su intervención se hace un vasto, irrefutable silencio. Una voz concluye, lacónica, nombrando la ironía que ha quedado al descubierto: “quizás ocurre que hoy sólo se puede ser orgullosamente mexicano aquí, en Estados Unidos”.        

2. Conferencia sobre “consolidación de la democracia en México”. Asiste lo más granado de la academia, la política y los medios mexicanos. Entre el público están los estudiantes de siempre, algunos funcionarios del consulado y un considerable contingente de líderes y compañeros de organizaciones comunitarias de los barrios mexicanos de Chicago.        

Comienza la discusión: reformas, instituciones, Congreso… Cada tanto hay una pausa para que la amable concurrencia participe. Y cada tanto la concurrencia, en voz de los líderes y compañeros, insiste en la misma pregunta: “¿y los inmigrantes?” Los conferencistas le sacan el bulto, dicen cualquier cosa, alguno arroja un par de cifras sobre las remesas y cambia de tema. A otro se le prende el foco y comienza a hablar del voto de los mexicanos en el extranjero. La concurrencia tiene la amabilidad de abuchearlo. El ambiente se crispa. 

De pronto, un mexicano que estudia business (el mismo que cuando vino Salinas de Gortari le dijo que era su “fan número uno”) le arrebata el micrófono a un modesto compatriota que empezaba a preguntar, otra vez, sobre los inmigrantes. Le espeta algo que no alcanzo a escuchar pero con un gesto muy agresivo que lo dice todo. Un profesor, visiblemente molesto, le exige que le devuelva el micrófono al señor y lo deje hablar. El compatriota hace entonces una pregunta de ocho minutos que nadie tiene la amabilidad de entender, pero cuando termina todos le aplaudimos.            

3. Leyenda en la camiseta de un estudiante Mexican-American: “Nosotros no cruzamos la frontera. La frontera nos cruzó a nosotros”.           

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 7 de Septiembre, 2009)