1. Talentosa periodista y escritora, con muchas horas de vuelo en temas mexicanos, viene a la Universidad de Chicago a dar una charla.
Con profunda desazón, repasa la actualidad de un país roto, recuerda las promesas de nuestro viejo nacionalismo, contrasta el México lindo y querido de Chucho Monge con el de Gimme tha power de Molotov. Lamenta, sobre todo, que la identidad nacional se nos haya vuelto sinónimo de derrota. Al terminar su exposición, arranca un nutrido intercambio de preguntas y comentarios. En el público, todos estudiantes, hay dos Méxicos: el de México y el de Estados Unidos. Los mexicanos de México confirman el diagnóstico, asienten entre furiosos y alicaídos, comparten su testimonio del desaliento. Los mexicanos de Estados Unidos discrepan, fruncen el ceño, no se reconocen en ese abatimiento. Una joven, hija de inmigrantes indocumentados, hace entonces una recia y conmovedora defensa de lo que para ella significa ser Mexican. Tras su intervención se hace un vasto, irrefutable silencio. Una voz concluye, lacónica, nombrando la ironía que ha quedado al descubierto: “quizás ocurre que hoy sólo se puede ser orgullosamente mexicano aquí, en Estados Unidos”.
2. Conferencia sobre “consolidación de la democracia en México”. Asiste lo más granado de la academia, la política y los medios mexicanos. Entre el público están los estudiantes de siempre, algunos funcionarios del consulado y un considerable contingente de líderes y compañeros de organizaciones comunitarias de los barrios mexicanos de Chicago.
Comienza la discusión: reformas, instituciones, Congreso… Cada tanto hay una pausa para que la amable concurrencia participe. Y cada tanto la concurrencia, en voz de los líderes y compañeros, insiste en la misma pregunta: “¿y los inmigrantes?” Los conferencistas le sacan el bulto, dicen cualquier cosa, alguno arroja un par de cifras sobre las remesas y cambia de tema. A otro se le prende el foco y comienza a hablar del voto de los mexicanos en el extranjero. La concurrencia tiene la amabilidad de abuchearlo. El ambiente se crispa.
De pronto, un mexicano que estudia business (el mismo que cuando vino Salinas de Gortari le dijo que era su “fan número uno”) le arrebata el micrófono a un modesto compatriota que empezaba a preguntar, otra vez, sobre los inmigrantes. Le espeta algo que no alcanzo a escuchar pero con un gesto muy agresivo que lo dice todo. Un profesor, visiblemente molesto, le exige que le devuelva el micrófono al señor y lo deje hablar. El compatriota hace entonces una pregunta de ocho minutos que nadie tiene la amabilidad de entender, pero cuando termina todos le aplaudimos.
3. Leyenda en la camiseta de un estudiante Mexican-American: “Nosotros no cruzamos la frontera. La frontera nos cruzó a nosotros”.
--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 7 de Septiembre, 2009)
Ay Carlos! Esta es una de las notas que más me ha gustado. El estilo de reseña se mezcla con un tema que suena muy cercano a tu experiencia en Chicago.
ResponderEliminarEs un deleite leer lo que escribes.
A juzgar por el comentario 1, parece que las comunidades mexicoamericanas van a complicar aún más la pregunta hamletiana que nos hemos hecho durante 200 años y no nos deja concentrarnos en cosas fabriles y febriles como el desarrollo y la creación de riqueza: ¿qué significa ser mexicano?
ResponderEliminarJa. El molde se repite.
ResponderEliminar