lunes, 18 de julio de 2011

Keynes, la comentocracia y el PRI

Decía el viejo Keynes que incluso las personas de temperamento más práctico, aquellas que se creen exentas de cualquier influencia intelectual, frecuentemente no son más que esclavas de las ideas de algún economista difunto. Guardadas las proporciones, algo similar podríamos decir hoy sobre ciertas voces de nuestra comentocracia: que su idea del PRI parece esclava de los slogans de algún estratega electoral desempleado.

Algunos ejemplos: que el PRI es “inmune al virus de la democracia” (Denisse Dresser); que los triunfos recientes del priísmo son una “bienvenida al pasado”, que tan malos han sido los gobiernos del PAN que más bien da la impresión de que “el PRI nunca se fue” (Sabina Berman); que los priístas no han saldado sus “deudas históricas”, que todavía tienen “mucho que explicar”, que no han aprendido las “lecciones del pasado” (León Krauze); que los gobiernos del PRI son la “tumba de la democracia” (Arnaldo Córdova); que estamos viviendo una “involución democrática” (Denise Maerker). Y un largo, largo etcétera. 

El problema es que esas opiniones difícilmente pueden habérselas con lo que ha sido el desempeño electoral del PRI durante este sexenio: con que los priístas han perdido 4 gubernaturas (Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Sonora), pero han mantenido 13 (Campeche, Coahuila, Colima, Chihuahua, Durango, Estado de México, Hidalgo, Nayarit, Nuevo León, Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz) y han recuperado 6 (Aguascalientes, Querétaro, San Luis Potosí, Tlaxcala, Yucatán y Zacatecas); con que el PRI pasó de tener 106 diputados federales en 2006 a 237 en 2009; con que la intención de voto por el PRI para la elección presidencial del 2012, incluso sin ponerle nombre a los candidatos, lleva al menos dos años por encima de la intención de voto por el PAN y el PRD juntos (Monitor Mitofsky, junio 2011).

No es, desde luego, que la buena racha del PRI sea ejemplar ni inmaculada. Pero reducirla sólo a la operación de la “maquinaria” o a las malas artes de los “dinosaurios”, sin tomar en cuenta las tasas de aprobación de algunos gobiernos priístas, los niveles de abstencionismo en varios procesos electorales, o la magra competitividad y los errores de sus adversarios, es no querer hacerse cargo de las cosas.

Así pues, ¿no será más bien que buena parte de la comentocracia quisiera ser inmune a los resultados que están arrojando una y otra vez las urnas, permanecer omisa ante el hecho de que a los priístas no les está haciendo falta dar ninguna explicación, seguir haciendo como que toda victoria del PRI es contraria a la democracia? ¿Será que preferirían seguir contándose aquel cuento foxista de los “setenta años”, de que nunca hubo ni hay tal cosa como un México priísta?

No es sólo que frente a sus derrotas PAN y PRD parezcan empeñados en “darle la espalda a la realidad” (Jesús Silva-Herzog Márquez). Es, además, que ante la posibilidad de que el PRI regrese a Los Pinos muchos profesionales de la opinión parecen no percatarse, o no quererse percatar, de que el cuento que nos contamos en el 2000 no sirve, no puede servir, para el 2012. Dos sexenios no han pasado en vano.

Bien hubiera dicho el viejo Keynes: when the facts change, I change my mind. What do you do, sir?  

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 18 de julio de 2011

lunes, 4 de julio de 2011

La identidad o los incentivos

Leo dos libros recién publicados. El primero, de Jorge Castañeda, es Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos. El segundo, de Carlos Elizondo, Por eso estamos como estamos. La economía política de un crecimiento mediocre. Ambos ofrecen un diagnóstico general de los problemas que enfrenta México en la actualidad. Pero cada uno adjudica esos problemas a causas muy distintas. 


El argumento de Mañana o pasado es que “la llegada de México a una cierta modernidad choca contra la permanencia de los principales rasgos del carácter nacional mexicano”. Es decir que, según Castañeda, lo que somos es el principal obstáculo para convertirnos en lo que quisiéramos ser. Somos individualistas, no nos organizamos, rehuimos al conflicto, rendimos pleitesía al pasado, sospechamos de lo extranjero, nos encanta asumir el papel de víctimas, despreciamos la ley, etcétera. Lo que tiene que cambiar es nada menos que nuestros valores, nuestras actitudes, nuestra identidad como nación. 

El argumento de Por eso estamos como estamos es que “la distribución del poder, las instituciones existentes y una sociedad que participa poco en la búsqueda del interés general han impedido crecer a mayores tasas y de forma sostenida”. Estamos como estamos, dice Elizondo, por un perverso entramado de intereses, instituciones e inercias que inhibe nuestro desarrollo. El Estado es débil, hay monopolios y poca competencia, predomina el rentismo antes que la innovación, el sistema educativo no produce capital social, los privilegios particulares subsisten por encima de los derechos universales, no hay verdadera rendición de cuentas, etcétera. Lo que tiene que cambiar son, fundamentalmente, los incentivos. 

Si hubiera que caracterizar cada libro por la manera de presentar y desarrollar su argumento, diría que el de Castañeda es un mezcla de vieja ensayística de la identidad, resumen ejecutivo de encuesta de valores y harto impresionismo anecdótico a lo Thomas Friedman. El de Elizondo, en cambio, sería un análisis a medio camino entre estudio comparativo de la OCDE y versión mexicanizada del modelo de Acemoglu y Robinson en The Economic Origins of Dictatorship and Democracy

La propuesta de Castañeda es impulsar un cambio cultural. Su inspiración son los mexicanos en Estados Unidos, ese exitoso “experimento” que son quienes han conseguido dejar atrás una vieja forma de ser y aprender una nueva. La propuesta de Elizondo es emprender una batería de reformas institucionales. Su inspiración está en las experiencias de Brasil, Singapur, Chile, China, España, Corea del Sur y demás países que han logrado hacer los cambios necesarios para crecer y desarrollarse. 

El problema con el planteamiento de Castañeda es lo anacrónico que resulta el “carácter nacional” como explicación, esa especie de artefacto psicológico-culturalista que termina reduciéndolo todo a una cuestión de “mentalidad” y en el camino pierde de vista lo concreto: los intereses creados, las fuerzas materiales, las estructuras de poder. El problema con el planteamiento de Elizondo es que las reformas, por indispensables que sean, no se hacen solas ni en el vacío: una cosa es saber qué queremos cambiar y por qué; otra, muy distinta, saber cómo hacerlo. 

Volpiana
“La función del intelectual es ser uno más de los controles que la sociedad ejerce sobre su gobierno. Para cumplirla, no necesita premios, reconocimientos o invitaciones. […] Si un intelectual se incorpora al gobierno […] no debe ser considerado como tal. Sólo continuará disfrutando de la confianza de la sociedad quien mantenga una independencia del poder a toda prueba”. Jorge Volpi, Letras Libres, Octubre de 2000.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 4 de julio de 2011