Durante los años dorados de la transición hubo una metáfora que capturó,
como ninguna otra, la imaginación democrática de los mexicanos. Una metáfora
que supo articular las sensaciones encontradas que inspiraba el sistema
político priísta, en muchos aspectos obsoleto pero muy resistente, que daba tremendas
señales de debilidad pero al mismo tiempo mostraba una sorprendente capacidad
de supervivencia. Me refiero, desde luego, a la metáfora del dinosaurio.
No me ocupo de qué
tan exacta o exagerada haya sido. Me ocupo tan solo de lo exitosa que resultó
para representar a los adversarios del entusiasmo democratizador como feroces encarnaciones
de un pasado que se negaba a morir, como amenazantes criaturas anacrónicas que
insistían en aferrarse al poder para seguir gobernando un tiempo que ya no era
el suyo. Y es que la metáfora del dinosaurio fue, en ese sentido, la expresión
más acabada de una idea de la democracia en función de la cual al PRI no le
quedaba más que extinguirse.
De hecho, tras las
elecciones del 2000 abundaron análisis que quisieron ver en su derrota
presidencial al meteorito que habría de acabar, finalmente, con el dinosaurio priísta.
Sucede, sin embargo, que dos sexenios después el saldo es muy otro. La
alternancia no provocó la súbita desaparición del dinosaurio; más bien, inauguró
el paulatino desgaste de esa metáfora como recurso de crítica política.
En parte porque el
tiempo pasa, la gente olvida, el electorado cambia. En parte porque los fiascos
del foxismo, la “guerra” de Calderón y la presidencia “legítima” de López
Obrador crearon las condiciones para que el PRI se reinventara como una nueva
opción electoral: la del voto de castigo contra el PAN-gobierno, la del voto de
desconfianza contra el PRD-oposición. Y en parte porque la reiterada impresión
de estar gobernados por una punta de novatos incompetentes terminó por
relativizar los defectos del dinosaurio hasta el punto, incluso, de hacerlos
parecer una forma de eficacia.
Digamos, pues, que
el 2012 nos despierta con la noticia de que la metáfora del dinosaurio ha
perdido buena parte de la tracción política que tuvo. ¿Cómo explicar, si no, el
hecho de que en el año 2000 alrededor del 42.5% de los electores votó por el
candidato con más probabilidad de “sacar al PRI de los Pinos” y ahora, doce
años después, un 45-50% manifiesta la intención de querer votar por su regreso?
Hay que acusar
recibo: el vocabulario de la transición está agotado. No sirve ya ni para dar
cuenta de lo que está pasando ni para influir significativamente en el rumbo de
los acontecimientos. Admitirlo no implica renunciar a la crítica. Implica, en
todo caso, reconocer que hace falta inventar un nuevo vocabulario crítico que recupere
la efectividad que el de la transición ha perdido.
La Razón, mayo de 2012
A lo mejor la transición ya terminó y ya llegamos a la democracia.
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