Hace exactamente 38 días que Enrique Peña Nieto tomó protesta como
Presidente de la República. No es nada, pero en nuestra conversación pública se
ha instalado ya un contraste, ampliamente compartido, entre la sensación de zozobra
que terminó transmitiendo el sexenio de Felipe Calderón y la sensación de mando
que desde un inicio supo proyectar el nuevo gobierno.
Peña Nieto va ganando, por lo pronto, la batalla de las primeras
impresiones. La imagen que predomina en buena parte de los medios de
comunicación es que no ha tenido tropiezos mayúsculos, no se ha enredado en
pleitos estériles y no ha tomado decisiones improvisadas sino, al contrario, que
ha procurado consensos, ha concretado reformas y se ha conducido con mucho de
lo que en Estados Unidos llaman “sentido del propósito” (sense of purpose).
De hecho, por momentos parece que el contraste quisiera extenderse más
allá del calderonismo. Que ni Vicente Fox con todo y su “bono democrático”, ni
Ernesto Zedillo con todo y que él mismo formó parte del gobierno anterior,
tuvieron un debut equiparable. Pareciera, pues, que en la historia reciente del
país lo más cercano a un arranque tan fuerte como el que ha tenido Peña Nieto fue,
en todo caso, el que tuvo Carlos Salinas de Gortari.
Pero, ¿no es muy temprano todavía para hacer comparaciones y balances?
Finalmente, ni siquiera hemos cruzado la mitad de ese rasero simbólico en el
que se han convertido, para bien o para mal, los primeros cien días. E incluso
ese rasero, ¿no es de lo más arbitrario? ¿Qué “mide” realmente? ¿Qué clase de
indicador constituye? ¿Qué tan confiable resulta? ¿En qué evidencia se basa?
Hace unos años, comentando las expectativas en torno a los primeros
cien días de Barack Obama en el poder, el historiador presidencial David
Greenberg escribió que no es que los primeros cien días no importen sino, más
bien, que no significan lo que suponemos que significan. Importan porque
influyen en el ánimo de la opinión pública y ésta es un poderoso instrumento
para hacer política. Pero no significan lo que suponemos que significan porque
buena parte de los factores que determinan su éxito o su fracaso no están bajo el
control del presidente ni son un reflejo de su talento o su capacidad. Y porque
el éxito o el fracaso de los primeros cien días no representa el éxito o el
fracaso de una administración. La experiencia indica, en suma, que las primeras
impresiones no son irrelevantes pero tampoco predicen lo que será el desempeño
del nuevo gobierno.
Una cosa es saber administrar las percepciones del presente inmediato
y otra, muy distinta, conquistar el juicio de la posteridad. El sexenio de
Salinas de Gortari, con el que tanto se ha querido comparar al de Peña Nieto,
es una paradójica prueba de ello.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 7 de enero de 2013
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