La forma en que los medios de comunicación estadounidenses han dado
cuenta de los atentados del 15 de abril pasado en Boston es un testimonio muy vívido,
verdaderamente ejemplar, de esa suerte de dislocamiento temporal que constituye
la nueva normalidad del paisaje informativo contemporáneo. El contraste entre
la frenética cobertura en vivo y la metódica reconstrucción de los hechos, entre
la urgencia que impone la noticia y la distancia que requiere explicarla, no
podría ser más evidente.
Cuatro días después de los hechos la policía desplegó una “cacería” de los sospechosos a la que los medios
de comunicación se sumaron de inmediato, interrumpiendo su programación
habitual y haciendo enlaces con reporteros ubicados en distintos puntos
alrededor de Boston. Sin embargo, más que ofrecer alguna información concreta
los medios se dedicaron a propagar la confusión general. Una reportera de CNN ilustró
involuntariamente el absurdo de la situación cuando al tiempo que la cámara
enfocaba a unas patrullas circulando dijo muy agitada al micrófono, literal: there is a lot of movement, something is happening but we don’t know
what it is! (“¡hay mucho movimiento, algo está pasando pero no sabemos qué!”).
Y así fue, tal cual, durante horas.
Como escribió Farhad Manjoo en Slate, seguir la transmisión en directo fue una manera
muy eficaz de mantenerse perfectamente desinformado
minuto a minuto. Las tecnologías de la inmediatez disponibles hoy en día (e.g., teléfonos celulares, redes
sociales, agregadores de noticias) hacen que nos enteremos de los
acontecimientos más rápido de lo que podemos darles sentido. Permiten que participemos
de la emoción del momento como si estuviéramos ahí, en el lugar de los hechos,
pero nos despojan de la perspectiva necesaria para hacer inteligible su
significado, para entender de qué se trata la historia.
Más aún, tanta “cercanía”, aunque sea virtual, no se traduce en mayor
claridad. Antes al contrario, la secuencia de la supuesta trayectoria que
siguieron los sospechosos, desde el supuesto asesinato de un oficial del M.I.T.,
el supuesto robo de una camioneta y el supuesto asalto en una gasolinera, está
repleta de incógnitas e inconsistencias que la sensación de alivio posterior a
las horas de adrenalina ha sepultado casi por completo. Hoy el público
estadounidense sabe mucho más de cómo era la vida de los hermanos Tsarnaev
antes del atentado (los propios medios se han encargado ya con mucho esmero de
dar a conocer sus “antecedentes”) que de lo que ocurrió durante su “cacería”:
de cómo los identificó la policía, cómo dio con ellos, qué evidencia hay en su
contra, cómo fue el tiroteo en el que murió el mayor y qué causó las heridas
que presentaba el menor cuando fue aprehendido.
Todos los medios lo informaron en vivo y en directo, pero aparentemente
no hay ninguno que sepa bien a bien qué fue lo que pasó.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 6 de mayo de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario