lunes, 20 de julio de 2009

Decíamos ayer...

En recuerdo de Jacobo Levinson

Hace escasos diez años, a fines de esa edad de la inocencia democrática que fue la década del noventa, se decía mucho que la condición indispensable para el cambio político en México era la derrota del PRI.

El argumento se resumía, básicamente, en que sin alternancia era imposible la transición. Los hubo que intentaron disputar la validez de esa tesis (recuerdo, por ejemplo, a Federico Reyes Heroles o a Jesús Silva-Herzog Márquez), pero eran los menos. No era un asunto de orden teórico sino de credibilidad en las urnas.

Y es que en el imaginario de la transición no podía ser de otro modo. Nuestra idea de la democracia se curtió a golpe de protestas contra el fraude, de reformas electorales y triunfos opositores. Por razones históricas y estratégicas fue, tenía que ser, una idea fundamentalmente antipriísta.

Hagamos memoria. En 1999 democracia significaba que el PRI ya no tenía mayoría en el Congreso; que el PRD gobernaba el Distrito Federal, Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur; que el PAN gobernaba Baja California, Guanajuato, Jalisco, Querétaro, Nuevo León y Aguascalientes; que una coalición PAN-PRD había derrotado al PRI en Nayarit; que centenares de “gobiernos de oposición”, como se les llamaba entonces, proliferaban a nivel municipal; y que el PRI, por primera vez en la historia, podía perder la Presidencia de la República. Democracia significaba, en suma, optimismo. Todo aquello era emocionante, histórico, feliz.

Había mucho de ingenuidad (por no decir de franca idiotez) en ese optimismo, en esas ganas de creer que con quitar a unos y poner a otros bastaba para que los problemas del país se resolvieran. Pero había, también, un anhelo de porvenir, la esperanza de que un futuro mejor era posible. Hace diez años todavía creíamos, cada quien a su manera, en el progreso.

Hoy, sin embargo, las cosas son algo distintas. Nos sigue sobrando la ingenuidad (ahora, aparentemente, tenemos ganas de creer que el PRI es la solución) mas perdimos la esperanza (lo que nos mueve es menos un hambre de futuro que la indigestión con el presente). Ya no aspiramos a mejorar sino a que las cosas ya no empeoren tanto.

¿Qué pasó? ¿Cómo transitamos de aquel optimismo democrático de hace diez años a la desesperación con la democracia que padecemos hoy? ¿Cómo es que el PRI, que ayer encarnaba al “malo por conocido” que quisimos dejar atrás, actualmente se nos presenta como el “malo por conocido” al que queremos volver?

Hagamos memoria. No para entregarnos a la nostalgia sino para recuperar la perplejidad.    

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 20 de Julio de 2009)

2 comentarios:

  1. Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre, mi estimado Carlos. El 3 julio del 2000, nuestros periódicos estaban llenos de caricaturas con dinosaurios golpeados y agonizantes. El 3 de julio de 2006, algo parecido apareció en los periódicos, y nuestros comentaristas de siempre pregonaban el fin del PRI, al interpretar su lejano tercer lugar en la carrera presidencial. Ahh pero en el 2003, nos dijeron que el PRI regresaba y ahora en las intermedias del 2009, no sólo regresa, sino que casi casi desaparecen los otros dos. ¿En qué quedamos?
    Yo sí estoy convencido que la alternancia era un requisito indispensable de la transición democrática mexicana, pero también estoy convencido de que hemos alcanzado cierta estabilidad, normalidad o no sé qué, en la que cuando el pri pierde no suceden todos los cambios democratizadores que se nos ocurrieron en 1999, y que cuando gana, tampoco debemos pensar en un regreso al régimen priísta de partido hegemónico. Gane quien gane, y pierda el que pierda, estamos en un punto en el que todavía no se consolida nuestra democracia, pero en el que los regresos ya no son posibles.

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  2. La salida del PRI era necesaria para la renovación de la vida pública del país. El problema fue que después no se hicieron los cambios institucionales que convirtieran al PRI en un partido "como los demás" (creación de contrapesos a los gobernadores, modificación de la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo). En el fondo, el PRI continúa proyectando su sombra en el sistema político mexicano porque es el único partido que tiene presencia a nivel nacional. En el norte, las contiendas son PRI vs. PAN (con la excepción de BCS), mientras que en el sur son PRI vs. PRD (con la excepción de Yucatán).
    El PRI nunca se va a ir, pero lo que debieran pensar los otros dos partidos grandes es en aumentar su presencia en las áreas de la República donde son prácticamente inexistentes.

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