El lunes pasado Jesús Silva-Herzog Márquez publicó en su columna de Reforma (http://j.mp/1fQXk1A) una crítica a la manera
en que dicho diario está respondiendo al desafío que representan internet y el
cambio tecnológico: encogiendo o clausurando los espacios “para el rigor y la
profundidad”; dando cada vez más prioridad a frivolidades de nulo valor público;
saturando sus páginas con imágenes y anuncios que dan al traste con su
identidad gráfica y entorpecen la experiencia del lector.
Su argumento es que Reforma se equivoca al tratar de
competir con los “nuevos medios” sometiéndose a sus prisas, sus gustos y su
apariencia, en lugar de aprovechar aquello que lo hace distinto como periódico,
“como instrumento que le ayuda a una sociedad a distinguir lo importante de lo
trivial, la verdad del rumor, los hechos de la opinión”.
Comparto mucho del
malestar que expresa JSHM --y no sólo con respecto a Reforma-- pero propondría plantear el problema en otros términos y añadir
un tema para tratar de empujar un poco el horizonte de su crítica.
Porque el problema no está
en las plataformas, en la diferencia material entre periódicos y “nuevos
medios”, sino en la discrepancia entre dos ethos:
el de lo periodístico y el de lo mediático. Dicho de otro modo, ni los “nuevos
medios” son todos premura, puerilidad y ruido; ni los periódicos son todos precisión,
calidad y trascendencia. Hay “nuevos medios” (e.g., ProPublica o Animal Político) más periodísticos que
muchos periódicos; hay periódicos (e.g.,
The New York Post o Excélsior) más mediáticos que muchos
“nuevos medios”. El problema, pues, no está en lo que unos u otros son --está
en lo que unos u otros hacen.
Es cierto que la
revolución digital ha estropeado el modelo de negocios de la prensa escrita.
Ocurre, sin embargo, que ese fenómeno no se ha manifestado con la misma fuerza
en México que en el resto del mundo. El motivo, todo parece indicar, es la
distorsión que en el mercado publicitario mexicano introduce el llamado “gasto
en publicidad gubernamental” --una transferencia de fondos públicos que, para
efectos prácticos, opera como una suerte de subsidio informal a la industria no
sólo de los periódicos sino de los medios en general. No deja de ser una cruel paradoja
que sea Reforma, un diario que
realmente hacía periodismo y entre cuyas innovaciones figuraba un esquema de
financiamiento cuya viabilidad no pasaba por la generosidad del erario, el que
ahora esté en aprietos.
Pues bien, si de todos
modos la existencia de buena parte de la prensa mexicana depende del dinero
público, ¿no sería hora de considerar la posibilidad de formalizar ese
subsidio, de crear una regulación rigurosa que lo racionalice y transparente, para
dedicar esos recursos no a mantener arbitrariamente a tal o cual medio sino a
garantizar la supervivencia del periodismo como un bien público para la
democracia?
La crisis de Reforma es más que la crisis de un
periódico. Es un aviso de lo crítico que es el hecho de que más periódicos no
estén en crisis.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 2 de diciembre de 2013
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