Elba Esther Gordillo está en la cárcel. Y la
gravedad de los delitos que se le imputan (de entrada, delincuencia organizada
y operaciones con recursos de procedencia ilícita) le impide pagar una fianza
para enfrentar su proceso en libertad. No es un “montaje”, una “manipulación”, una
“cortina de humo”, una “estrategia de legitimación” ni tampoco un “circo”. Ha contratado
abogados para que la defiendan, porta el uniforme de interna, pasa día y noche
en una celda. Está en la cárcel. No es
un simulacro, no está en Santa Martha Acatitla de vacaciones. Pero…
La primera ironía está en la incredulidad. En que resulte
tan aparentemente difícil de creer que a una de las protagonistas más
aborrecidas de las últimas décadas en México, a la villana de villanas en el elenco
de nuestro malestar con la democracia, por fin la alcanzó el destino. Nadie ha
salido a defenderla, nadie se ha llamado a sorpresa ante los cargos que enfrenta.
Pero ¿cuántos han insistido en escatimar lo que representa el hecho de que efectivamente
esté tras las rejas, cuántos han optado por escindirlo entre una verdad sospechosa
que es visible y una verdad verdadera que permanece oculta? Es como si al proverbio
chino “ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir” hubiera que
añadirle un epílogo para mexicanos: “…aunque te niegues a admitirlo”.
La segunda ironía está en la historia. En que éste
era el tipo de noticias que se esperaban cuando el PRI perdiera la presidencia…
no cuando la recuperara. Y en que ahora le aplaudimos a un presidente priísta
(Peña Nieto) la novedad de enfrentar de
una vez por todas a una líder magisterial de pésima fama pública (Gordillo),
quien a su vez fue encumbrada cuando otro presidente priísta (Salinas) enfrentó
de una vez por todas a un líder magisterial de pésima fama pública (Jonquitud),
quien a su vez fue encumbrado cuando otro presidente priísta (Echeverría) enfrentó
de una vez por todas a un líder magisterial de pésima fama pública (Sánchez
Vite). Los habrá que quieran evocar al Karl Marx del “Dieciocho Brumario” por aquello
de que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda
como farsa. Para mí que la historia amerita, más bien, evocar a Paquita la del
Barrio en “Tres veces te engañé”: la primera por coraje, la segunda por
capricho, la tercera por placer.
La última ironía está en la oposición. En lo mal que
el episodio hace quedar al PAN y en que López Obrador, quien hubiera querido
hacer lo mismo que ha hecho Peña Nieto, no pueda reconocer el acierto. (No digo
nada del PRD porque, como oposición, no existe).
Donde quiera que esté, Ibargüengoitia sonríe. En
serio.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 4 de marzo de 2013
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