lunes, 11 de febrero de 2013

Nuestra comunidad imaginada


¿Qué papel desempeñan los medios de comunicación en nuestra vida pública? ¿Cómo afectan la manera en que enfrentamos nuestros problemas, en que nos concebimos como un “nosotros”, en que definimos el significado de un “problema”? ¿Qué clase de país crea la calidad de la información que transmiten, la línea editorial que adoptan, el seguimiento que dan o no dan a una noticia? ¿Qué tipo de nación se forja en nuestras periódicos, nuestra radio, nuestra televisión? 

Hace tiempo Benedict Anderson sostuvo que nada contribuyó tan decisivamente al surgimiento de las conciencias nacionales como la prensa, ese sustituto funcional de los rezos matutinos como espacio para participar día a día en el ritual de imaginarnos integrantes de una misma comunidad: que habla un mismo idioma, que vive en un mismo tiempo, que habita en un mismo lugar y, esto es lo fundamental, que cobra vida en el acto de leer los mismos periódicos. “La ceremonia se lleva a cabo en una silenciosa privacidad, en el cubil del cerebro. Pero cada lector está al tanto de que esa ceremonia la repiten simultáneamente miles (o millones) de otros lectores con respecto a cuya existencia se siente seguro, aunque no tenga ni la menor idea de su identidad. Más aún, la ceremonia se repite incesantemente, en intervalos diarios o incluso dos veces al día, a lo largo del calendario. ¿Es posible concebir una representación más vívida de una comunidad imaginada, histórica y secular? Al mismo tiempo, el lector observa réplicas de su periódico en el vagón del metro, en la barbería, en el barrio, que le confirman una y otra vez que ese mundo imaginado está visiblemente arraigado en la vida cotidiana. La ficción se desliza silenciosa y continuamente en la realidad, creando esa notable confianza de una comunidad anónima tan distintiva de la nación moderna” (traduzco libremente del original en inglés, pero hay traducción al castellano: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993).

Me pregunto si seguirá vigente ese papel histórico de la prensa como agente a través del cual se materializa la ficción nacional. Y me refiero no sólo a la posibilidad de que las nuevas tecnologías, al facilitar el acceso a una infinita multiplicidad de contenidos no circunscritos a un ámbito estrictamente nacional, quizás estén redefiniendo las fronteras de lo que cada quien entiende por “nosotros”, la sustancia de los vínculos que constituyen a una comunidad, la geografía de nuestros sentidos de pertenencia. Me refiero, además, a la muy democrática disonancia que existe entre las diferentes representaciones de lo nacional que hay en unos y otros medios. ¿Habita el mismo país mental, digamos, quien se informa a través de La Jornada que quien lo hace a través de Noticieros Televisa? ¿Quien escucha a Carmen Aristegui o quien navega en el portal electrónico de Excélsior? ¿Quien sigue el noticiero de Oscar Mario Beteta o quien lee Proceso?

¿Qué diferencia hace todo ello en nuestra vida pública? ¿En qué sentido es “nuestra”? ¿Quién es “nosotros”? ¿Importa?

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 11 de febrero de 2013 

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