¿Qué papel desempeñan los medios de comunicación en
nuestra vida pública? ¿Cómo afectan la manera en que enfrentamos nuestros
problemas, en que nos concebimos como un “nosotros”, en que definimos el
significado de un “problema”? ¿Qué clase de país crea la calidad de la
información que transmiten, la línea editorial que adoptan, el seguimiento que
dan o no dan a una noticia? ¿Qué tipo de nación se forja en nuestras periódicos,
nuestra radio, nuestra televisión?
Hace tiempo Benedict Anderson sostuvo que nada
contribuyó tan decisivamente al surgimiento de las conciencias nacionales como la
prensa, ese sustituto funcional de los rezos matutinos como espacio para
participar día a día en el ritual de imaginarnos integrantes de una misma
comunidad: que habla un mismo idioma, que vive en un mismo tiempo, que habita
en un mismo lugar y, esto es lo fundamental, que cobra vida en el acto de leer
los mismos periódicos. “La ceremonia se lleva a cabo en una silenciosa
privacidad, en el cubil del cerebro. Pero cada lector está al tanto de que esa
ceremonia la repiten simultáneamente miles (o millones) de otros lectores con
respecto a cuya existencia se siente seguro, aunque no tenga ni la menor idea
de su identidad. Más aún, la ceremonia se repite incesantemente, en intervalos
diarios o incluso dos veces al día, a lo largo del calendario. ¿Es posible
concebir una representación más vívida de una comunidad imaginada, histórica y
secular? Al mismo tiempo, el lector observa réplicas de su periódico en el
vagón del metro, en la barbería, en el barrio, que le confirman una y otra vez
que ese mundo imaginado está visiblemente arraigado en la vida cotidiana. La
ficción se desliza silenciosa y continuamente en la realidad, creando esa
notable confianza de una comunidad anónima tan distintiva de la nación moderna”
(traduzco libremente del original en inglés, pero hay traducción al castellano: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre
el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura
Económica, 1993).
Me pregunto si seguirá vigente ese papel histórico
de la prensa como agente a través del cual se materializa la ficción nacional. Y
me refiero no sólo a la posibilidad de que las nuevas tecnologías, al facilitar
el acceso a una infinita multiplicidad de contenidos no circunscritos a un
ámbito estrictamente nacional, quizás estén redefiniendo las fronteras de lo
que cada quien entiende por “nosotros”, la sustancia de los vínculos que
constituyen a una comunidad, la geografía de nuestros sentidos de pertenencia. Me
refiero, además, a la muy democrática disonancia que existe entre las
diferentes representaciones de lo nacional que hay en unos y otros medios. ¿Habita
el mismo país mental, digamos, quien se informa a través de La Jornada que quien lo hace a través de
Noticieros Televisa? ¿Quien escucha a
Carmen Aristegui o quien navega en el portal electrónico de Excélsior? ¿Quien sigue el noticiero de
Oscar Mario Beteta o quien lee Proceso?
¿Qué diferencia hace todo ello en nuestra vida
pública? ¿En qué sentido es “nuestra”? ¿Quién es “nosotros”? ¿Importa?
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 11 de febrero de 2013
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