lunes, 18 de febrero de 2013

La Decena Trágica: hábitos historiográficos


El centenario de la Decena Trágica nos ha devuelto a uno de los momentos más dramáticos de la historia patria. Pero, como bien lo apuntó en éstas mismas páginas Rafael Rojas, lo ha hecho a partir de un interesante cambio de perspectiva: “antes que responder por qué cayó Madero, hay que saber cómo cayó”. Y es que, efectivamente, en éstos días buena parte del esfuerzo por conmemorar dicho episodio ha consistido menos en explicar nuevamente las causas que en reconstruir más minuciosamente los hechos.

Sin embargo, en contraste con ese renovado empeño narrativo, la conmemoración de los 100 años de la Decena Trágica ha reproducido dos viejos (malos) hábitos muy característicos de la historiografía mexicana: una enorme dificultad para pensar la historia de México en términos comparativos y una infantil manía de escatimarle a los villanos interés suficiente como para considerarlos dignos de biografiar. Me explico.

Primero. Comúnmente historiamos el experimento maderista (1911-1913) como una de las primeras etapas de la secuencia denominada “Revolución Mexicana”, que comienza en el Porfiriato tardío (~1908) y termina ya sea con la promulgación de la Constitución de 1917, con el ascenso al poder de los sonorenses (~1920-1928), con la fundación del Partido Nacional Revolucionario (1929) o con la expropiación petrolera (1938) –-bien decía François Furet que es más fácil señalar el inicio que el final de una revolución. Ocurre, no obstante, que también podríamos historiar el experimento maderista como un caso inscrito dentro del ciclo de las llamadas “revoluciones democráticas” de principios del siglo XX, que comprende a Rusia (1905-1907), Portugal (1910-1926), China (1911-1913), Irán (1905-1911) y el Imperio Otomano (1908-1909) --es decir, como parte de un fenómeno internacional en el que regímenes democráticos de ímpetu modernizador no lograron consolidarse en el poder y fueron reemplazados o derrocados por otros de tendencia conservadora o incluso reaccionaria. Historias conforme al primer modelo hay decenas; historias conforme al segundo hay, que yo sepa, apenas una (Charles Kurzman, Democracy Denied, 1905-1915: Intellectuals and the Fate of Democracy, Cambridge, Harvard University Press, 2008).

Segundo. Es normal que en las historiografías nacionales prevalezcan las biografías de los próceres. Pero no es normal que a éstas alturas la historiografía mexicana no cuente con una buena biografía del más odioso de nuestros anti-héroes: Victoriano Huerta. ¿O es que el hecho de resultarnos aborrecible le resta trascendencia histórica al personaje? ¿Acaso no dice nada de la historia de México su biografía? ¿Otras historiografías no han sacado provecho de estudiar a traidores como, por ejemplo, Benedict Arnold, Philippe Pétain o Augusto Pinochet?

En suma, la conmemoración del centenario de la Decena Trágica ha puesto al descubierto que en nuestra manera de pensar la historia todavía imperan dos prejuicios que ya sería hora de superar: que como México no hay dos y que a los villanos no hace falta conocerlos (que no es lo mismo, por cierto, que reivindicarlos).

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 18 de febrero de 2013

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