viernes, 21 de diciembre de 2012

La política de la consistencia


Hace un par de semanas, en las páginas de Excélsior, Jorge Fernández Menéndez dedicó su columna (http://bit.ly/UtVg0l) a hacer “unos comentarios absolutamente personales” sobre Felipe Calderón, a ofrecer una suerte de balance a partir de su apreciación del entonces todavía presidente como individuo: “una buena persona”, “que no ha cambiado en estos seis años de ejercicio del poder” , “un Presidente honesto, un hombre bueno, franco, leal y que nunca se traicionó a sí mismo”.

Fernández Menéndez considera que el suyo fue un sexenio muy “desafortunado” por el enfrentamiento con López Obrador, por la crisis económica internacional y, sobre todo, por la violencia, pero asegura que Calderón supo sobrellevarlo con “una actitud ejemplar” y “una voluntad inquebrantable”. Lo que le reconoce, en suma, es haber sido un gobernante que actuó conforme a sus principios, haber adoptado una política de la consistencia.

Recupero el argumento de Jorge Fernández porque, lejos de considerarla una virtud, creo que la consistencia de Calderón fue su principal defecto: aferrarse a sus ideas y a sus aliados; no saber cambiar de opinión ni de compañía; ser inmune a las consecuencias inesperadas, a la crítica, a la evidencia en contrario; interpretar el desacuerdo como deslealtad; rodearse de los más incondicionales antes que de los más competentes; etcétera.

Y es que, como escribió Leszek Kolakowski en su precioso ensayo Elogio de la inconsistencia (http://bit.ly/Wa9oBL), la consistencia implica intentar una absoluta concordancia entre acto y pensamiento, no saber habérselas con las contradicciones inherentes a este mundo, con el hecho de que siempre existen valores e intereses en conflicto. La consistencia es, pues, optar por una ruta y seguirla a toda costa, hasta las últimas consecuencias.

La inconsistencia, por el contrario, es una apuesta por sobrevivir sin tomar decisiones irreversibles, “un esfuerzo constante por hacerle trampa a la vida cuando nos pone frente a dos puertas alternativas, a través de cada una de las cuales se puede entrar pero ya no se puede salir. Porque una vez que entramos estamos obligados a pelear hasta el final, hasta el último aliento, a vida o muerte, con quien escogió la otra puerta. Por eso (los inconsistentes) tratamos de eludir, de maniobrar, de usar todos los trucos y todas las trampas, todas las manipulaciones y tretas, los subterfugios y las evasiones, artimañas, medias verdades, guiños y circunspecciones –cualquier cosa que nos salve de cruzar alguna de esas puertas que sólo abren de fuera hacia adentro”.

Con todo, si esa obstinada avidez de hacer corresponder al mundo con su visión fue el principal defecto que tuvo Calderón como Presidente, las primeras semanas de Peña Nieto auguran algo distinto pero no necesariamente mejor. Si el problema con Calderón fue la política de la consistencia, parece que el problema con Peña Nieto será la ideología del consenso, esto es, la ilusión de que es posible una democracia sin antagonismos.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 17 de diciembre de 2012

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