Es una idea, en principio, extraña: convertir el ejercicio de un derecho ciudadano (el voto) en una forma de protesta contra los partidos políticos (no elegir) cuyo resultado es, en la práctica, idéntico al de renunciar a ejercer ese derecho (no votar). Porque las circunscripciones uninominales se adjudican a quien gane más votos, sin importar el número de boletas anuladas; y las plurinominales se reparten proporcionalmente, a partir de la votación total emitida menos “los votos a favor de los partidos políticos que no hayan obtenido el dos por ciento y los votos nulos” (COFIPE, art. 12:2). Es decir que, por su impacto sobre la correlación de fuerzas en el Congreso, las boletas anuladas son iguales a las abstenciones. No cuentan.
Votar en blanco puede ser un desahogo, una manera de manifestar rechazo, de comunicar descontento. Pero es un gesto mediante el cual, queriendo interpelar al poder, el ciudadano decide no ejercer el suyo o que otros lo ejerzan por él. Que sacrifica la posibilidad de una decisión efectiva (¿quién va a gobernar?) por la catarsis de un testimonio simbólico (¡ya basta!). Que busca reclamarle a la clase política su falta de representatividad anulando explícitamente el instrumento fundamental de la representación. Seamos sensatos: no es un movimiento de boicot contra la “partidocracia”, es la ciudadanía boicoteándose a sí misma.
El concepto de democracia implícito en la “abstención activa” (así le dicen) es el de una democracia secuestrada, que no es “nuestra” (de los ciudadanos) sino de “ellos” (los diputados, los partidos, los burócratas). Lo cual implica no nada más que entre “ellos” no hay desacuerdos legítimos, sino que entre “nosotros” tampoco. Si a “ellos” los empareja la corrupción, a “nosotros” nos iguala el hartazgo. Así, donde se empieza suponiendo que no hay diferencias entre los políticos, se termina haciendo como si todos los ciudadanos demandaran lo mismo: justamente lo que quieren, no es casualidad, los demócratas que promueven anular el voto (la reelección legislativa, reducir el número de legisladores, echar atrás la reforma electoral del 2007, etc.).
Critican a la clase política porque no se hace cargo, a los partidos por no ofrecer propuestas, proponiendo… un voto en blanco. Se supone que es una manera de decirles, a todos, que no merecen otra cosa. A mí me parece, más bien, lo contrario: una demostración de que esos demócratas y la clase política son tal para cual.
--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 8 de Junio de 2009)
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