Seamos claros: los trascendidos no son una excentricidad nuestra. Rumores más o menos enterados, versiones interesadas, especies que circulan con o sin sustento las hay en todas partes. Lo peculiar del caso mexicano, más bien, es la disposición a otorgarles un espacio propio en la prensa todos los días.
Se trata de un espacio aparte, paralelo al de las notas informativas o las columnas de opinión, pero que cumple un propósito distinto. No hay en él la investigación a fondo ni el registro puntual de un suceso, la denuncia documentada ni el comentario crítico sobre algún asunto de actualidad. Lo que hay es la revelación de informaciones muy diversas (nombres, chismes, pleitos, estados de ánimo, zancadillas, recados, filtraciones), incluso contradictorias, mas de un idéntico carácter oficioso, es decir, que responden a un interés por que se den a conocer sin que haya demasiada claridad con respecto a su procedencia, su autenticidad o a sus implicaciones.
Son informaciones poco fidedignas, no del todo comprobadas ni comprobables, pero que resultan verosímiles porque están ahí, en el periódico; porque de vez en cuando aciertan y cuando fallan no hay quien se acuerde; porque nuestra desconfianza tiende a darle más crédito a lo que parece confidencial que a lo transparente. Su credibilidad depende menos del rigor de su evidencia que de su capacidad para mover a la sospecha.
Así, el de los trascendidos es un periodismo necesariamente opaco, que existe al margen de las normas básicas de cualquier código de ética (veracidad, precisión, objetividad, identificación de fuentes), cuyos contenidos no entrañan responsabilidad (no llevan firma) ni se refieren necesariamente a hechos noticiosos (de eminente relevancia pública). Es un periodismo que opera, como regla, en la excepción; una suerte de “mercado informal” en la economía de nuestra conversación pública.
Lo suyo es la especulación, el cuchicheo, los guiños, la maña, el golpeteo; en una palabra, la grilla. Ese es su origen, su razón de ser y su destino. Es intrigante, ocioso, efectista, mezquino, poco serio pero muy redituable. Mantiene el barco a flote, el río revuelto, a los pescadores ocupados y al público bien entretenido. No es poca cosa.
--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 25 de Mayo)
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