Por momentos, daba la impresión de que estábamos ante una encrucijada de proporciones míticas, que no había espacio para la mesura, que el país se lo dividían entre Oscar Mario Beteta y Julio Hernández López. Parecía, en aquel entonces, que la política era cosa seria.
Ahora, a un mes de las elecciones del 2009, el rumbo de la conversación pública es muy otro. La clase política nos provoca repugnancia. Los partidos, en su descrédito, nos resultan indistintos: ninguno representa nada, lo único que les importa es el poder, unos y otros dan igual. Desde cualquier punto del espectro político y a propósito de la noticia que sea, la conclusión es la misma. Recojo al azar varios ejemplos.
Ricardo Alemán: “de suyo insultante, la partidocracia mexicana no tiene límite en su capacidad para depredar”. Ramón Alberto Garza: “los mexicanos estamos cansados de la política”. Jorge Camil: “todos quieren ganar elecciones, pero nadie quiere gobernar”. Federico Berrueto: “la descomposición a todos alcanza, aunque no a todos exponga”. Sergio Aguayo: “porque la corrupción política me provoca una náusea incontrolable, he decidido anular mi voto”. Jaime Sánchez Susarrey: “Habría que mostrar nuestra inconformidad con todos y cada uno de los partidos yendo a las urnas y anulando el voto con una leyenda: ¡Ya basta!”. Alberto Aziz Nassif: “¿estamos ante el fracaso de la democracia representativa?”. Sergio Sarmiento: “no sé que me irrita más. El narco o los políticos que buscan sacar su tajada del narco”. Jairo Calixto Albarrán: “Los sicarios son ojetes, pero los burócratas de seguridad no son mejores”. Pedro Miguel: “Tal vez los surtidores sucios que vemos brotar por todas partes […] constituyan, en alguna medida, un intento del cártel que ocupa el poder por culminar la expropiación a su favor de la vida pública”.
Ya no es sólo que el desencanto nos impida ver las diferencias entre los partidos, que las hay, o que la frustración ante la aparente falta de alternativas nos induzca a no votar, que pasa. Ya no es nada más que la pasión del 2006 se nos haya vuelto la indiferencia del 2009. Es que comenzamos a confundir política y criminalidad, a hablar como si los partidos fueran cárteles, a comparar sicarios y burócratas, a equiparar políticos y narcotraficantes.
Ese es el riesgo de coquetear con lo único peor que la política: la antipolítica. Que, una vez que se la echa a andar, cobra vida propia. Y entonces ya nadie sabe para quien trabaja ni a dónde va a llevar.
--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 1 de Junio de 2009)
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