lunes, 16 de abril de 2012

Una invitación a la historia (y al humor) electoral


Para Mauricio Tenorio

Hay muchas razones para lamentar el hecho de que la historia electoral mexicana sea un campo de estudio tan francamente raquítico. Desde luego hay algunos libros, unos cuantos artículos, uno que otro dato o anécdota apuntados por ahí, pero nada ni por asomo suficiente como para considerar que existe una literatura, una historiografía, al respecto.

Es lamentable, insisto, por muchas razones. Una de ellas, quizá no la más grave pero tampoco la menor, es que las elecciones ofrecen una oportunidad privilegiada para conocer el humor político de una época: los filos de su sátira, la chocarrería del ingenio popular, el trazo burlón de los caricaturistas de batalla, la chispa de una ocurrencia a la mitad de un discurso, la agilidad de una réplica lapidaria, etcétera. No importa que la elección haya sido más o menos limpia o fraudulenta. A fin de cuentas, como escribió el aventajado Lincoln Steffens (¡en 1904!), “no sólo los triunfos y los grandes estadistas, también las derrotas y los corruptos nos representan. Y acaso con la misma justicia. ¿Por qué no verlo y admitirlo?”

Hace algunos meses, buscando noticias electorales en una colección de periódicos viejos, me encontré con unos versos anónimos cuya historia tengo pendiente desentrañar. Como sea, en la emoción del hallazgo (los historiadores sabrán a qué me refiero) compartí dichos versos con varios amigos –uno me respondió con una culta especulación sobre quién podría ser el autor, otro tuvo la buena idea de “subirlos” a su blog.

La semana pasada recibí tres correos electrónicos (y quienes me los enviaron no sabían nada de lo anterior) de una “cadena” en la que están circulando, rescatados del olvido que habitaron durante casi un siglo, esos felices versos. Quisiera creer que la vida que han cobrado ya es, en cierto sentido, otra forma (quiero decir, una forma más allá de la “académica”) de confirmar que las horas gastadas entre archivos y papeles de otro tiempo tienen sentido. De que estudiar historia electoral puede ser también una manera de devolverle algo de humor político a un presente que, como apuntaba León Krauze hace unos días, por momentos parece carecer de él.

Y bueno, ya sin más rodeos, he aquí esos versos que bajo el título de “La elección” encontré publicados en las páginas de El Cronista del Valle, un periódico de Brownsville, Texas, el 26 de mayo de 1926:

El león falleció ¡triste desgracia!
y van, con la más pura democracia,
a nombrar nuevo rey los animales.
Las propagandas hubo electorales,
prometieron la mar los oradores,
y… aquí tenéis algunos electores:
aunque parézcales a Ustedes bobo
las ovejas votaron por el lobo;
como son unos buenos corazones
por el gato votaron los ratones;
a pesar de su fama de ladinas
por la zorra votaron las gallinas;
la paloma inocente,
inocente votó por la serpiente;
las moscas, nada hurañas,
querían que reinaran las arañas;
el sapo ansía, y la rana sueña
con el feliz reinar de la cigüeña;
con un gusano topo
que a votar se encamina por el topo;
el topo no se queja,
más da su voto por la comadreja;
los peces, que sucumben por su boca,
eligieron gustosos a la foca;
el caballo y el perro, no os asombre,
votaron por el hombre,
y con profundo dolor
por no poder encaminarse al trote,
arrastrábase un asno moribundo
a dar su voto por el zopilote.
Caro lector que inconsecuencias notas,
dime: ¿no haces lo mismo cuando votas?

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 16 de abril de 2012

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