lunes, 2 de abril de 2012

El kitsch electoral

Ofrezco, para empezar, tres definiciones del concepto de kitsch. Un ideal estético que afirma el imperio de los buenos sentimientos sobre la razón y que, al hacerlo, esquiva la mirada frente a cualquier aspecto desagradable de la existencia (M. Kundera). Una visión del mundo como un espejo autocelebratorio, que nos devuelve una imagen de nosotros mismos carente de inconvenientes, conflictos o contradicciones (H. Broch). Un arte deliberadamente previsible que trata, ante todo, de agradar: que no enfrenta, no arriesga, no cuestiona (H. Rosenberg).
            
Aunque el kitsch sea un concepto proveniente de la teoría del arte bien puede servir para analizar otros fenómenos, digamos, ajenos al ámbito de la creación artística. Por ejemplo, las campañas electorales. Y es que hay mucho de kitsch en la imagen que proyectan los candidatos, en lo que dicen que harían si llegan al poder, en la forma que se imaginan a los votantes.
            
Todos los candidatos procuran encarnar un papel que los haga atractivos, encuestas y grupos de enfoque mediante, para sus electores. Ser candidato es, pues, aprender a representar un personaje reconocible con quien los votantes puedan identificarse y sentirse cómodos. Es saber apelar a sus valores, sus anhelos, sus miedos, para hacer que vean en la imagen del candidato aquello que quieren ver en una figura de autoridad. Ser candidato es, en suma, tratar incesantemente de agradar.

Cada campaña intenta construir, asimismo, un relato sobre el país basado en buenas intenciones y fuerza de voluntad. Que promete resolver esto o aquello como si fuera sólo cuestión de querer el bien y echarle ganas. Cuenta una historia en la que, en caso de ganar, la nobleza de “nuestras” aspiraciones se impone por encima de cualquier consideración sobre su viabilidad. En el cuento que cuentan del futuro no hay dificultades, ni costos, ni consecuencias contraproducentes.

Y por último, ¿qué idea de los electores revelan las campañas al repetir sus spots millones de veces; al ubicar por todas partes esos pendones en que los candidatos exhiben orgullosos sus caras y pulgares; al insistir en demostrar, con cada discurso y cada entrevista, que no saben ni les interesa hilar tres ideas coherentes? ¿Qué clase de seres de ínfima inteligencia imaginan que son los votantes al tratar de comunicarse con ellos de esa manera? Seres, aparentemente, que sólo existen para celebrarlos y aplaudirlos.        

Como ha escrito Martín Plot en un recomendable librito sobre el tema (El kitsch político, Buenos Aires, Prometeo, 2003), “lo único que la política kitsch logra en el mismo momento de su acción es proscribirse a sí misma la posibilidad de convertirse en una acción plenamente política”. Es decir, en una acción que proponga algo. En todo caso, el kitsch electoral propone proponer y, al hacerlo, no propone nada.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 2 de abril de 2012

1 comentario:

  1. Hola Carlos. Completamente de acuerdo. Ya viste el spot de los "niños incómodos". Creo que es un buen ejemplo de lo que argumentas: http://www.youtube.com/watch?v=rcIDQNRBqaI

    Un abrazo!

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