Era una fórmula muy apta para tratar de no incurrir en la frecuente
práctica de sostener opiniones políticas con independencia de los
acontecimientos a los que se refieren. Es decir, como si se bastaran a sí mismas,
como si el adjetivo “políticas” le concediera a dichas opiniones el privilegio
de no tener que confrontarse con la realidad. Seamos francos, remataba Orwell: “ver lo que ocurre delante de nuestras narices
requiere una batalla constante”. Una batalla, se entiende, sobre todo
contra nuestra obstinada capacidad de autoengañarnos.
El genio de Orwell estaba, más que en sus ideas o en su método, en su empeño
de dar precisamente esa batalla. En su voluntad de mantenerse en guardia ante
el acecho que las inercias, las pasiones y los prejuicios ejercen, desde el
cubil del propio fuero interno, sobre nuestra disposición para habérnoslas con
el mundo. Fue así como Orwell logró cultivar esa dignidad tan distintiva que
tuvo su mirada, ese modesto pero transparente estilo basado en lo que él mismo denominó
“el poder de
encarar”.
Su prosa fue un elocuente testimonio de ese poder. Limpia, llana,
directa, no buscaba agradar sino ser clara: decir lo que tenía que decir como
tenía que decirlo. Y es que la integridad de la escritura era inseparable, para
Orwell, de la integridad de la conciencia. “El mayor
enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad”, dejó dicho
en otro de sus ensayos. Alérgico a los eufemismos, a los lugares comunes y a
las frases hechas, exigía a quienes escribimos pensar las palabras con las que
trabajamos para evitar que las palabras hicieran el trabajo de pensar, o mejor
dicho de no pensar, por nosotros.
Contra la comodidad del autoengaño y la impunidad de la palabrería en
una conversación pública que a veces, demasiadas veces, tiene muy poco de
genuina conversación y mucho de estéril griterío, he querido recordar a Orwell
como un modelo, como un ejemplo en cuya obra encarna muy sobradamente una
virtud que a veces, demasiadas veces, parece hacernos falta: la honestidad
intelectual.
La Razón, lunes 14 de octubre de 2013
La honestidad intelectual, como cualquier tipo de honestidad no vende, ni en México ni en China...
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