lunes, 5 de diciembre de 2011

¿Otra vez el país de un solo hombre?

A veces nos da, todavía, por hacer como si viviéramos en el país de un solo hombre. Por hacer como si la abigarrada red de intereses que nos gobierna, la dimensión estructural de muchos de nuestros problemas, la conflictividad inherente a esa sociedad diversa que somos, la tenaz debilidad de nuestras instituciones o la consabida dependencia de la economía mexicana con respecto a la de Estados Unidos fueran todas susceptibles de cambiar súbita y radicalmente según una pregunta: ¿quién será el próximo Presidente?

No digo que la elección del jefe del Ejecutivo sea irrelevante; tampoco que dé igual que gane uno u otro candidato. Digo, más bien, que la forma en que nuestra conversación pública comienza a ocuparse del 2012 acusa cierta propensión, digamos, a exagerar la diferencia que —para bien o para mal— puede hacer un cambio de inquilino en Los Pinos. Y es que en los últimos días encontramos en la prensa planteamientos como, por ejemplo, que Josefina Vázquez Mota es la única que puede llevar a México, ella sola, hacia la “democracia liberal” (Macario Schettino); que Andrés Manuel López Obrador quiere ser como Hugo Chávez y gobernar “sometiendo”, él solito, “al poder legislativo y al judicial, al Ejército y a la policía, a la prensa y el empresariado” (Rubén Cortés); que Enrique Peña Nieto proseguirá la guerra “entregando a Washington”, por sus pistolas, “el control del territorio nacional” (Luis Javier Garrido); etcétera.

A pesar de la cantidad de iniciativas presidenciales que se han visto frustradas durante los últimos cinco, diez, quince años; a pesar de los considerables frenos al poder del Presidente que han representado la Constitución, el Congreso, la Suprema Corte, los gobernadores, los órganos autónomos, la sociedad civil, los sindicatos, los empresarios, los medios de comunicación, los “mercados” o la endeble composición de nuestras finanzas públicas; a pesar de que según los concisos latinajos de Sartori pasamos del hiper- al hipo- presidencialismo; a pesar de ésos y otros pesares parece que insistimos en coquetear con el absurdo de que en la elección de una persona están cifradas, a plenitud, la gloria o la ruina de la república.

La evidencia acumulada durante nuestra experiencia democrática, de 1997 a la fecha, tendría que haber jubilado aquella vieja representación del Presidente como un “monarca absoluto” (Daniel Cosío Villegas) que reinventa el país conforme a su voluntad cada seis años. Porque hoy sabemos que importa la elección presidencial pero importan también muchas otras cosas que no dependen, en sí, de su resultado; sabemos que importa el liderazgo pero importan también las reglas, los instrumentos, las capacidades, los apoyos, el equipo, los recursos, los adversarios, las circunstancias, la suerte; sabemos, pues, que importa el poder presidencial pero importa también una multitud de otros poderes (formales e informales) con los que el nuevo Presidente, sea quien sea, tendrá que habérselas.

Con todo, quizás ocurre que la sensación de naufragio que deja este sexenio, aunada a la inflación de expectativas propia de la temporada electoral, contribuye a promover una especie de nostalgia por eso que Juan Espíndola Mata llamó el “mito presidencial” (véase su magnífico ensayo al respecto, El hombre que lo podía todo, todo, todo. Ensayo sobre el mito presidencial en México, México, El Colegio de México, 2004). O quizás ocurre, como lo supo ver Alfonso Reyes, que en esa especie de nostalgia por la imagen de un Presidente todopoderoso hay algo más que una mera fantasía: “Atlas que sostenía la república; hasta sus antiguos adversarios perdonaban en él al enemigo humano, por lo útil que era, para la paz de todos, su transfiguración mitológica”.


-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 5 de diciembre de 2011

4 comentarios:

  1. En general, estoy de acuerdo contigo, pero, no hay que olvidar que una de las quejas contra Calderón es que haya hecho la guerra contra el narco y eso sí lo hizo solo.
    También, al menos en el 2006, el "peligro" de AMLO era que no le importaría desconocer esas redes de instituciones que describes, para hacer lo que él creyera necesario.
    También aceptar que no es exclusivo de México (aunque sí hayamos tenido un presidente híperpoderoso) lo mismo se dice en todas las elecciones en todos lados.

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  2. De acuerdo con Julene: me parece muy similar lo que está pasando ahora en los EEUU con nuestra elección presidencial y también lo que pasó con la elección de Obama (y muchas otras antes): hay un sentido casi histérico por los dos lados del pasillo que el futuro del país depende de los resultados de esta elección. Además, muchas personas que apoyaban a Obama ahora son las que más le critican, precisamente por no haber cambiado al país y al sistemo político hasta las raíces, después de ocho años de Bush. Y en gran parte, el desafecto de la izquierda que ahora le enfrenta también viene de la misma fuente-- el sentido que Obama ha fracasado, o hasta que nos engaño, por no haber cambiado al pais de una manera fundamental. Entonces, me parece que aquí tenemos una pregunta interesante: si los dos países tienen un sentido similar a respecto del significado extremo de las elecciones presidenciales, es por las mismas razones, o factores distintos?

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  3. De acuerdo por completo. Cuánto tiempo, dinero público, publicidad, cobertura periodística y, en fin, "energía política" desperdiciados en lo que dicen y hacen 4 o 5 individuos con -legítima- ambición presidencial. Todo en persecución del único acto por medio del cual, en este país, el ciudadano se siente tal cosa: el voto. Y una vez que sale de la casilla se olvida de su verdadera y cotidiana responsabilidad ciudadana y, simultáneamente, delega en el personaje por el que voto, anhelos y compromisos colectivos.
    Ese es el aspecto más dramático del presidencialismo (añorado o no, real o ficticio), que en el fondo diluye hasta su máxima pulverización la participación consciente, constante, necesaria y útil de la ciudadanía -todos- en la más elemental actividad política, esa que, en efecto, podría cambiar al país en un largo plazo.

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  4. Es lo mismo en todas las democracias del mundo. Quizá ya nos estemos volviendo un país normal. Quizá.

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