Tengo frente a mí dos caricaturas de Paco Calderón recientemente publicadas en Reforma. La primera (http://j.mp/vLRLJ6), a propósito del informe “Ni seguridad, ni derechos: ejecuciones, desapariciones y tortura en la ‘guerra contra el narcotráfico’ de México” de Human Rights Watch, propone que los defensores de los derechos humanos protegen a los narcotraficantes. La segunda (http://bit.ly/rGfZog), con motivo del asesinato de dos estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa durante una manifestación, presenta a los muertos como un gracioso regalo navideño de la policía para los “mitoteros”.
Detengámonos en ambas caricaturas por un momento. Preguntémonos: ¿qué quieren decir?, ¿en qué contexto?, ¿a qué tratan de apelar? Nótense detalles como el color de la piel de cada uno de los personajes, su ropa, su lenguaje corporal, los símbolos con que el caricaturista escoge dotarlos de identidad. Nótese, también, que se publican cuando el hostigamiento y las agresiones contra defensores de derechos humanos e integrantes de movimientos sociales registran un franco recrudecimiento —véanse, por ejemplo, el informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (http://bit.ly/vBQEfu), la declaración de la Delegación de la Unión Europea en México (http://bit.ly/uPQc9S), el estudio de Pablo Romo Cedano (http://bit.ly/sIF649) o los boletines compilados por el Centro Nacional de Comunicación Social (http://bit.ly/stdjwu) al respecto. Y nótese, finalmente, que ninguna de las imágenes cuestiona la responsabilidad de las autoridades ni en la violación de los derechos humanos ni en el uso excesivo de la fuerza contra la población civil.
No me interesa el caricaturista como autor. Me interesan, más bien, sus caricaturas como síntoma, como expresión de un fenómeno que propondría denominar “estado de derechismo”: una manera de interpretar la realidad en la que se conjugan una creciente ansiedad de clase con una idea ávidamente punitiva de la legalidad; una forma de representar el conflicto en la que la función de la ley es solamente mantener el orden y repartir castigos (e.g., multas, toletazos, cárcel, balazos), no promover la participación ni garantizar derechos (e.g., al debido proceso, a la información, a la presunción de inocencia, a la libre manifestación); una mirada en la que cualquier tipo de interpelación, denuncia o crítica al poder, de activismo, movilización o protesta social, es susceptible de ser deslegitimado como un acto de provocación, de rebeldía o, incluso, de complicidad con el crimen.
No se trata de un fenómeno marginal ni pasajero. El estado de derechismo es, hoy, el producto cultural más acabado y más exitoso del sexenio que termina.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 26 de diciembre de 2011
-- Carlos Bravo Regidor
Está difícil. Nuestro espectro político no está tan definido como creíamos. México necesita soluciones.
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