lunes, 1 de agosto de 2011

Hacer olas


Transcribo libremente una historia con la que me topé leyendo un libro divertidísimo, al mismo tiempo inquietante y luminoso: La autobiografía de Lincoln Steffens (Berkeley, Heyday Books, 2005). El autor fue uno de los primeros exponentes de un estilo periodístico muy activista, que quería agitar conciencias y promover la reforma social, conocido como muckracking (algo así como “menear la mierda”). La historia transcurre en Nueva York, circa 1896.

Steffens trabajaba como reportero del New York Evening Post. Una tarde, vagando en la estación de policía, escuchó los pormenores de un robo recién cometido en la mansión de un magnate de Wall Street. De inmediato corrió a su oficina y, dado que el magnate en cuestión era un personaje público ampliamente conocido, escribió una nota al respecto. A la mañana siguiente, la noticia apareció como exclusiva del Post.

El editor de un diario rival, el New York Tribune, reprochó entonces a su reportero estrella, Jacob Riis, por haberse perdido esa nota. Riis le contestó que era fácil conseguir cuanto material de ese tipo hiciera falta. Así, en su edición de la tarde, el Tribune publicó la primicia de otro robo. Horas después, el editor del Post llamó a Steffens: no podían permitir que les ganaran la mano. Había que reportar más crímenes.

Al día siguiente el Post publicó un reportaje sobre el asalto a un club en la Quinta Avenida. El Tribune, por su parte, dio cuenta de dos robos más. Otros periódicos no quisieron quedarse atrás y, picados por la competencia, mandaron a sus reporteros a escudriñar la fuente policíaca. Al poco tiempo Nueva York padecía una de las peores olas criminales de su historia.

Ante el escándalo, los políticos achacaron la responsabilidad a sus adversarios, los pastores arengaron a sus fieles, el público demandó mano dura, los expertos ofrecieron raudas explicaciones e incluso el jefe de la policía (el mismísimo Theodore Roosevelt) se vio obligado a despedir al superintendente en turno.

Sin embargo, durante una reunión urgente del cuerpo de policía un comisionado, de apellido Parker, puso las cosas en perspectiva: en lugar de mirar los periódicos, exhortó a mirar el registro de crímenes y arrestos. Las cifras no reflejan ningún aumento, dijo. Lo que padece Nueva York es, fundamentalmente, una “ola de publicidad”. Luego de rastrear su origen, el jefe de la policía habló largamente con Steffens y Riis.

Días después, la ola de crimen había desaparecido. La prensa reportaba otras noticias, los expertos elaboraban sesudos análisis sobre las altas y bajas en los ciclos delincuenciales, policías y ladrones reanudaron sus actividades y los ciudadanos durmieron tranquilos otra vez. La caótica vitalidad de Nueva York volvió a su curso. 

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 1 de agosto de 2011

1 comentario:

  1. Carlos:
    A veces tus artículos parecen obras de arte contemporáneo, de esas que ves, te gustan o disgustan, y que cuando le preguntas al artista qué quiso decir te contesta, mi obra es lo que cada quien quiere que sea. La interpretación es personal.
    Con el artículo como con el arte, todavía no decido si eso es algo que me gusta o no. Te mando un abrazo.

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