lunes, 15 de agosto de 2011

De muertos y distinciones


La revista Nexos de este mes publica una interesante reflexión de José Antonio Aguilar sobre la forma en que ha cambiado nuestra manera de elaborar simbólicamente las muertes asociadas con la llamada “guerra contra el crimen organizado”. Si antes, apegados al guión presidencial, imaginábamos a los muertos como delincuentes (primero como bajas que las fuerzas armadas causaban a bandas criminales, luego como saldos de luchas intestinas o entre cárteles rivales); ahora, después de San Fernando y de Javier Sicilia, comenzamos a representárnoslos cada vez más como víctimas.

El problema, dice Aguilar, es que esa narrativa de los muertos como víctimas supone una equiparación que termina colocándolos a todos (al migrante, al sicario, al policía, al secuestrador, al transeúnte, al capo o al soldado) en un mismo plano moral: “si todos son víctimas, entonces desaparecen los victimarios”. La exigencia de saber sus nombres y conocer sus historias es tan legítima como urgente, advierte Aguilar, pero no todos los muertos son iguales. Hay que distinguir.

Desde una estricta perspectiva liberal, basada en el imperativo de adjudicar responsabilidades individuales, el argumento es impecable. Ocurre, sin embargo, que si no hay información sobre la identidad de los muertos resulta materialmente imposible hacer esa distinción. Peor aún, hacerla sin saber bien a bien quiénes eran implica incurrir en el riesgo de convertir a las víctimas en criminales (e.g., el Presidente en el caso Villas de Salvárcar; el Ejército en el caso Tec de Monterrey). Cuando ni siquiera existe averiguación previa en el 95% de los homicidios vinculados a la “guerra”, el alegato de que “probablemente 90% de esa gente estuvo vinculada al crimen organizado de una u otra manera” (Calderón) es tan siniestro como el de que “los delincuentes también son víctimas” (Sicilia) o que “sufren igual” (Ferriz de Con). Antes de distinguirlos es indispensable identificarlos.

Y algo más. Si aspiramos a distinguir entre los muertos conforme a un criterio de responsabilidad moral, además de identificarlos habría también que dejar de distinguirlos conforme a ese inmoral criterio de clase que reina en nuestra conversación pública: entre los muertos que tienen un nombre (e.g., Yolanda Ceballos Coppel, Paola Gallo, Fernando Martí, Silvia Vargas, Hugo Alberto Wallace) y los que son sólo un número (e.g., 72 migrantes en San Fernando, 218 cadáveres en fosas de Durango, 18 michoacanos cerca de Acapulco, 11 cuerpos en Valle de Chalco, 6 decapitados en Pánuco). No todos los muertos son iguales pero hoy en México lo cierto es que hay muertos más iguales que otros.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 15 de agosto de 2011

1 comentario:

  1. Ya lo había comentado también Espada comparando lo que se vive en España con ETA a lo que vivimos en México. http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elmundopordentro/2011/04/12/america-ii.html
    La necesidad de poner nombre a los muertos es importantísima. Pero, ¿puede Calderón darles identidad y no perder su máxima justificación de que los muertos son delincuentes que se matan entre ellos? De esa idea se ha colgado para legitimar la famosa "guerra".
    Lo bueno es que parece que si no lo hace el gobierno, alguien más empezará a darles nombres.

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