lunes, 5 de julio de 2010

Terrorismo y narcoviolencia

Hace unos años Robert Pape, profesor de la Universidad de Chicago, publicó un estudio (Dying to Win, Nueva York, Random House, 2006) en el que echó por tierra la presunta conexión entre terrorismo suicida y fundamentalismo islámico. Contra buena parte de las “explicaciones” que afloran habitualmente en los medios de comunicación (las recompensas que los mártires esperan en el más allá; el rechazo a la modernidad que se supone caracteriza al Islam; la tesis del “choque de civilizaciones”; etcétera) Pape argumentó que el terrorismo suicida obedece, en todo caso, a una “lógica estratégica”.

Tras investigar los poco más de 300 ataques ocurridos entre 1980 y 2003, Pape encontró que la inmensa mayoría (1) forma parte de campañas orquestadas con un propósito político concreto; (2) que ese propósito es, a grandes rasgos, expulsar de un territorio determinado a fuerzas percibidas como extranjeras o de ocupación; y (3) que esas fuerzas suelen ser las de gobiernos democráticos, es decir, gobiernos particularmente vulnerables a los reclamos que el terror despierta en su propia sociedad.

Salvo por episodios excepcionales como el de septiembre del 2008 durante la celebración del grito de independencia en Morelia, resulta problemático identificar la violencia perpetrada por el crimen organizado en México como “terrorismo”. Se trata, a final de cuentas, de fenómenos con orígenes, métodos y fines distintos. Ocurre, no obstante, que el efecto de la narcoviolencia en nuestra vida pública ya acusa cierta similitud con el de una campaña terrorista.

No es que las acciones del crimen organizado respondan a una agenda política ni que impliquen una forma de plantear demandas específicas sino, más bien, que la sensación de inseguridad que cunde como resultado de esas acciones comienza a tener consecuencias políticas, a generar reclamos ante las cuales el gobierno, tal y como lo señala Pape, resulta particularmente vulnerable.

La expresión más acabada de esos reclamos ha sido la generalización de la condena, más o menos airada, más o menos vaga, contra “la estrategia” en la lucha contra el narcotráfico, contra la “militarización” de la seguridad pública, contra “la guerra de Calderón”. Reclamos, pues, que han terminado convirtiéndose más en una especie de desahogo ritual que en un ejercicio de crítica constructiva, más en un reproche permanente contra la acción gubernamental que en un repudio inequívoco al crimen organizado.

En ese sentido, si la narcoviolencia fuera parte de una campaña terrorista daría la impresión de estar surtiendo efecto… 

-- Carlos Bravo Regidor 
La Razón, lunes 5 de julio de 2010 

1 comentario:

  1. Yo creo que los narcos sí tienen una estrategia clara: que el gobierno los deje de perseguir. En ese sentido, saben muy bien cómo pegar y con qué actos hacerlo. La muestra es, creo que tú lo comentaste, la infame portada de Proceso en la que salen el Mayo Scherer y Julio Zambada (¿o era al verrés?)

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