Decía Soledad Loaeza el jueves pasado, en La Jornada, que el proyecto de reforma política presentado por el presidente Calderón es como un “escopetazo”, es decir, como un disparo repentino y sin precisión.
Y es que la propuesta, efectivamente, no parece tener mucha coherencia. Abre la competencia política al permitir candidaturas por fuera de los partidos, pero la cierra al aumentar el umbral de votación mínima para acceder a la representación. Reduce el número de legisladores para “facilitar los mecanismos de negociación y concreción de acuerdos”, pero (1) promueve la reelección consecutiva, una medida que debilita la disciplina partidista y fragmenta la negociación, y (2) otorga a los ciudadanos el derecho, y a la Suprema Corte de Justicia la facultad, de presentar iniciativas de ley, con lo cual multiplica el número de jugadores en el proceso legislativo y convierte a la Corte en juez y parte del mismo.
En consecuencia, salvo por las disposiciones orientadas a fortalecer al Poder Ejecutivo (segunda vuelta, iniciativa preferente y veto parcial), es difícil encontrar la lógica, saber hacia dónde apunta, a qué le tira semejante escopetazo de enmiendas constitucionales.
Queda claro que se quieren hacer cambios, pero no si se entiende lo que se quiere cambiar ni cómo cambiarlo.
Porque a pesar del sentido de urgencia que ha imperado en buena parte de la discusión, y de la temeridad con la que se han emitido muchas opiniones al respecto, las constituciones son artefactos complejos que tienen sus propios ritmos y cuyo funcionamiento depende de multitud de factores circunstanciales y mecanismos internos engranados, de manera deliberada o fortuita, unos con otros. Así, como escribió María Amparo Casar en la revista Nexos de diciembre pasado, “cada reforma tiene un impacto distinto según el régimen en que se inscriba y el contexto en que se adopte. Sus efectos no son únicos ni automáticos. Varían al combinarse con el resto de los elementos de un sistema”. Para reformar las instituciones y conseguir los efectos deseados harían falta, pues, menos escopetazos y más labores de relojería.
Discutimos las reformas (electoral, fiscal, energética, laboral, del Estado, etc.) como si fueran un concurso de tiro al blanco en el que sólo se puede acertar de manera fulminante o fallar definitivamente, lo cual ha producido un ciclo muy perverso de inflación de expectativas y subsecuente decepción. Acaso convendría, esta vez, recuperar la dimensión tentativa, de ensayo y error, que caracteriza a la democracia realmente existente. Recordar que se trata de un experimento, de un régimen en el que no hay lugar para tiradores infalibles sino apenas un método para ir ajustando sobre la marcha, una y otra vez, nuestro reloj.
-- Carlos Bravo Regidor
(La Razón, lunes 25 de enero de 2010)
domingo, 24 de enero de 2010
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Para mi punto de vista, esto es un esfuerso para alinearnos un poco mas a los Estados Unidos.
ResponderEliminarSiendo cierto lo que dices, me parece que, desde hace tiempo, el sistema político mexicano está en una dinámica en la que las reformas importantes sólo salen por consenso (la antítesis de la democracia). Cada uno de los tres partidos más importantes es un "veto player". ¿Cómo cambiar eso? No sé, y a fin de cuentas, es como pedirle que se disparen en el pie. Habrá que esperar a que haya una ciudadanía más exigente, quizá.
ResponderEliminarpero es solo un intento para darle legitimidad a su gobierno y escudarse bajo un yo si lo propuse pero "los demas" no quisieron... por eso importa poco la propuesta... es solo un truco publicitario.
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