lunes, 15 de abril de 2013

¿Adiós a todo aquello?


La semana pasada murió Margaret Thatcher. Pero la disputa con respecto a su legado, tanto en Inglaterra como a nivel internacional, está quizás más viva que nunca.

En Inglaterra, por ejemplo, en tanto que un historiador conservador como Niall Ferguson escribía en las páginas del Financial Times que Thatcher “tuvo razón en casi todo” y que sus críticos “le deben no sólo el respeto que merece una gran líder, sino una disculpa”; una disidente del nuevo laborismo como Glenda Jackson pronunciaba un discurso en la Cámara de los Comunes repudiando el “atroz daño social” que provocaron sus políticas y caracterizando al thatcherismo como un periodo en el que su país “conoció el precio de todo pero el valor de nada”.

A nivel internacional, asimismo, al tiempo que el ministro de relaciones exteriores polaco Radek Sikorski recordaba la extraordinaria popularidad que la “dama de hierro” tuvo del otro lado del muro de Berlín y la inspiración que representó para toda una generación de líderes opositores al comunismo en Europa del Este; el periodista Jon Lee Anderson recordaba a su vez la alianza que Thatcher mantuvo con la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile y el apoyo que le brindó públicamente en Londres cuando estuvo bajo arresto domiciliario por el proceso que en su contra siguió el juez Baltazar Garzón. Otro tanto se podría decir de su estrecha afinidad con Ronald Reagan y Juan Pablo II, de su ambiguo papel en la caída del régimen del apartheid en Sudáfrica, de su oposición a la reunificación alemana, de su vehemente negativa a adoptar una única moneda europea, de su curiosa relación con Mijaíl Gorbachov, de su carambola a varias bandas en la guerra de las Malvinas…

Y es que Thatcher es, en más de un sentido, nuestra contemporánea. Una figura emblemática del desmantelamiento del Estado benefactor, del fin de la Guerra Fría, de lo que se ha dado en llamar la “era neoliberal”. Para sus paladines encarna la defensa a ultranza del individuo contra el “colectivismo” –llámese la Unión Soviética, el Estado, la burocracia, los sindicatos, la comunidad. Para sus detractores, en cambio, personifica un ataque feroz contra cualquier noción de un “nosotros” –de vínculos sociales, de vida en común, de responsabilidades compartidas, de obligaciones que nos unen, de solidaridad los unos para con los otros.

Todavía hay mucho de interés coyuntural y poco de perspectiva histórica en la representación del personaje y sus tiempos. A sus detractores les falta hacerse cargo de las causas que propiciaron su ascenso. A sus paladines, en cambio, les urge habérselas con las consecuencias.

Thatcher ha muerto, pero le sobrevive mucho del mundo en el que habitamos hoy en día. Todavía no podemos decirle adiós a todo aquello.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 15 de abril de 2013

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