Otra parte se ha ocupado, a su vez, de tratar de aprehender su significado o de reinterpretar dicho discurso en clave de “lo que en realidad quiso decir”. Así, no han faltado elaboraciones en torno al amor como un concepto mediante el cual López Obrador propone reconstruir vínculos de solidaridad, humanizar la convivencia social, reintroducir valores morales en la función pública, reafirmar la empatía hacia el prójimo o inaugurar una nueva forma de hacer política.
Con todo, más allá de la discusión sobre si su contenido es equívoco o pertinente, ha hecho falta otro tipo de análisis. Un análisis, digamos, menos sustantivo y más instrumental, que examine ese discurso en función de su efectividad en términos electorales. Veamos.
Según mis pesquisas, aunque varios de sus elementos vienen de tiempo atrás, el “discurso amoroso” de López Obrador cobró forma como tal entre marzo y agosto del 2011. (Todas las cifras que menciono a continuación, redondeadas, provienen de encuestas de Consulta Mitofsky). Tomemos como primer punto de referencia, entonces, febrero de dicho año: sus positivos (personas con una buena opinión de él) rondaban el 18%; sus negativos (personas con una mala opinión de él) llegaban al 38%; su saldo de opinión (positivos menos negativos) era -20; y su intención de voto (personas que declaraban su intención de votar por él) era 17%.
Siete meses después, en septiembre, la introducción del “discurso amoroso” arrojaba los siguientes resultados: positivos, 21%; negativos, 29%; saldo de opinión, -8; e intención de voto, 17%. En los rubros relativos a su imagen (positivos, negativos y saldo de opinión) el “discurso amoroso” tuvo un efecto positivo. En el rubro de intención de voto, no obstante, el efecto fue nulo.
Posteriormente, mediando su victoria de noviembre sobre Marcelo Ebrard en la definición de la candidatura perredista a la presidencia, para febrero del 2012 sus números eran éstos: positivos, 23%; negativos, 33%; saldo de opinión, -10; e intención de voto, 18%. En cuanto a su imagen, los efectos positivos del “discurso amoroso” comenzaban a deslavarse. En cuanto a intención de voto, su crecimiento fue apenas de un punto porcentual.
No se me oculta que probablemente no todos y cada uno de esos vaivenes en las cifras son imputables sólo al “discurso amoroso” como causa única. Pero tampoco se me oculta que, en términos generales, de esas cifras se desprenden dos conclusiones claras. Una, que el “discurso amoroso” fue efectivo para mejorar la imagen de López Obrador pero no para aumentar su intención de voto. Y dos, que dicha efectividad va en declive.
En suma, el “discurso amoroso” ya sirvió para lo que podía servir.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 4 de marzo de 2012
Con lo cual regresa el AMLO que todos conocemos: el rijoso peleador de callejón, linchador de Tláhuac.
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