En la Letras Libres del mes pasado Roger Bartra publicó un ensayo explicando el probable regreso del PRI a Los Pinos como consecuencia, básicamente, de tres factores: 1) la sensación de que el país padece una espiral de violencia incontrolable; 2) la impresión de que el PRI podría negociar, como antes, con el crimen organizado; y 3) la reacción de una sociedad “llena de miedo […] que se resiste a abandonar la vieja cultura política, a renunciar a hábitos profundamente arraigados”.
Hace una semana, en Reforma¸ Jesús Silva-Herzog Márquez propuso una interpretación distinta. El crecimiento del PRI durante los últimos años es, en su lectura, resultado de dos fenómenos: 1) el descrédito que acusa el PAN como partido en el poder y 2) la ubicación del PRI como el principal partido de oposición. Así, el motor que impulsa al PRI para regresar a la Presidencia no es una dramática nostalgia autoritaria sino un cálculo democrático elemental: querer castigar al partido que gobierna votando por su adversario más fuerte.
Bartra pone el énfasis en el daño que para el PAN ha implicado la “guerra” de Calderón; Silva-Herzog Márquez, en el hecho de que el PRI supo asumirse como oposición.
Pero hagamos cuentas. Según una encuesta de Mitofsky, en enero de 2006 la preferencia efectiva por el candidato del PAN era 31%; por el del PRD, 39%; y por el del PRI, 29%. (Como sabemos, el resultado final de la elección fue PAN 36%, PRD 35% y PRI 22%). Hoy, según otra encuesta de Mitofsky, en enero de 2012 la preferencia efectiva por la precandidata más competitiva del PAN es 28%; por el precandidato del PRD, 22%; y por el precandidato del PRI, 50%.
Lo primero que indican esas cifras es que para el PAN el costo electoral de la “guerra” ha sido mínimo: apenas 3 puntos porcentuales menos si comparamos preferencias efectivas en enero del 2006 y en enero del 2012. Más de cincuenta mil muertos después de que la toma de posesión de Calderón, el PAN arranca su campaña presidencial 10% debajo de donde arrancó hace seis años.
Lo segundo es que para el PRD el costo electoral de la estrategia lopezobradorista ha sido mayúsculo: la friolera de 17 puntos porcentuales menos si comparamos, otra vez, enero del 2006 y enero del 2012. Una presidencia “legítima” después de perder la constitucional, el PRD arranca su campaña presidencial 44% debajo de donde arrancó hace seis años.
El PRI, sin ofrecer “nada interesante, nada nuevo, nada imaginativo” (Bartra) ni haber “hecho una crítica pública de su pasado” (Silva-Herzog Márquez), tiene hoy 21 puntos porcentuales más de preferencia efectiva que en enero del 2006. Una “guerra” y una presidencia “legítima” después de haberse rezagado hasta el tercer lugar, el PRI arranca su campaña presidencial 72% arriba de donde arrancó hace seis años.
Las cifras hacen evidente, con todo, que el grueso de la delantera con que el PRI llega al 2012 no tiene que ver con el desgaste del PAN como gobierno (i.e., 3%). Tiene que ver, más bien, con el colapso del PRD como oposición (i.e., 17 %). La amplia ventaja que disfruta Enrique Peña Nieto hoy (i.e., 22%) le debe más, mucho más, a Andrés Manuel López Obrador que a Felipe Calderón.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 6 de febrero de 2012
Excelente análisis, frío y objetivo.
ResponderEliminarBásicamente la guerra se va a basar en quién se queda con los votos del PRD.
En lo personal espero que Andrés Manuel repunte, para que con eso se le de ventaja a Josefina.
El voto libre va a volver a marcar la diferencia. En las pasadas elecciones me pude dar cuenta que "el pueblo" no vota, les da flojera levantarse a votar.