lunes, 28 de febrero de 2011

Narco-socialité

Curioseando en un puesto de revistas me topo con dos publicaciones, una al lado de la otra, que me provocan una extraña impresión: hay muchos contrastes evidentes entre ambas pero quizás haya también, y esto es sobre lo que me interesa elaborar, algo más de fondo que pareciera hermanarlas. La primera es la revista Quién; la segunda, el semanario Proceso.

La aparición de una revista como Quién, en una sociedad tan desigual como la mexicana y en la que las familias de dinero solían tener el recato de no ostentarlo muy abiertamente, fue uno entre múltiples síntomas del profundo cambio cultural que gobernó las últimas décadas del siglo XX. Un cambio cultural que también se manifestó, por ejemplo, en el ocaso de la Revolución Mexicana como un referente histórico positivo, en la representación de la empresa privada como modelo de organización social, en el surgimiento de “la inseguridad” como tema político, en el creciente desprestigio de la educación pública, etcétera. Un cambio cultural, en suma, que bien podríamos denominar con el título de un brillante libro de Christopher Lasch: La rebelión de las élites (Barcelona, Paidós, 1996).

Así, el proyecto de la revista Quién ha consistido, precisamente, en tratar de darles un rostro amable a esas familias de dinero que dejaron de reconocerse en el país; en otorgarles un espacio privilegiado para presentarse ostentosamente en público; en legitimar, convirtiéndolas en celebridades, su papel como élites en rebeldía.

En años recientes la trayectoria editorial del semanario Proceso ha sido, por el contrario, uno entre múltiples síntomas de un cambio que nunca acabó de cristalizar: la metamorfosis de nuestra vieja prensa de oposición en una nueva prensa democrática. Su estilo estridente y contestatario, su afán por llevar la contra en todo y a toda costa, su apuesta por la denuncia antes que por la crítica, su proverbial insidia en el manejo de la información, su opacidad en la acreditación de fuentes, son resabios periodísticos de un tiempo que ya no es el nuestro. 

Últimamente llaman la atención, sobre todo, su rechazo a la llamada “estrategia gubernamental” desde un punto de vista que por momentos pareciera el de la “resistencia” del propio crimen organizado, su empeño en mostrar el “lado humano” de la delincuencia, su franca fascinación con el narcotráfico como modo de vida: capos de tal o cual cártel en la portada, crónicas en torno a sus leyendas, reportajes de sus vínculos familiares y de negocios, fotografías de sus armas, sus fiestas, sus propiedades...

En fin, en ocasiones da la impresión de que Proceso quisiera ser la Quién de esas otras “élites en rebeldía”, de que su proyecto fuera convertirse en la revista de nuestra narco-socialité.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 28 de febrero de 2011

3 comentarios:

  1. Pues claro, porque el público natural de Proceso es el lumpenproletariado, y como al cliente hay que darle lo que pida, hay que publicar lo que todo lumpenproletario que se respeta aspira a ser: narco.
    Y Quién es un asco. No sé en qué momento o por qué las élites mexicanas dejaron de entender el país en el que viven.

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  2. Fallas en tu análisis, no se hace apología del delito, se retrata el otro lado de la historia, si a ti te incomoda, pues es tu derecho;sin embargo Proceso es una revista que le da importancia al TEMA del momento, Calderón empezó su sexenio haciendo la lucha contra el narco el leit motiv de su gobierno.

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