domingo, 11 de abril de 2010

Retrato de los tiempos

Tengo frente a mí un ejemplar de la revista Proceso de la semana pasada. En portada, la fotografía de dos figuras contrastantes: Julio Scherer, “Don Julio”, viejo decano del periodismo mexicano, e Ismael Zambada, “el Mayo”, uno de los hombres fuertes del cártel de Sinaloa.

Scherer se ve desmejorado: añoso, sin peinar, con una mueca desencajada y las manos refugiadas en los bolsillos del pantalón. Su mirada, entre ausente y perpleja, nos mira con desconcierto. Su cuerpo luce contraído y tenso. Se le nota cohibido, incómodo, inseguro. No sólo no está en su territorio sino que ni siquiera sabe dónde está. Inerme, se deja ver a merced de quien lo ha llevado hasta ese lugar, aunque con su pleno consentimiento, para ofrecerle una entrevista en la que él mismo se reconoce “debilitado”.

Zambada, en cambio, se ve entero: hincha el pecho, alza el mentón e inclina ligeramente la cabeza hacia atrás, una mano bien puesta en la cintura y la otra abrazando por encima del hombro a su entrevistador. Su gesto es a un tiempo parco y altanero, protector y amenazante. Su mirada entrecerrada, inescrutable, se nos oculta bajo la sombra de una gorra. Su cuerpo se ve recio, corpulento, macizo “como una fortaleza”. Se le nota dueño de sí mismo y en absoluto control de la situación. Altivo, campante, seguro.

En la crónica de la entrevista aparecen algunas frases que ponen la imagen en contexto. De Scherer: “A propósito de su hijo, ¿vive usted su extradición con remordimientos que lo destrocen en su amor de padre?”; “Zambada lleva el monte en el cuerpo, pero posee su propio encierro […] Para él no son los cumpleaños, las celebraciones en los santos, pasteles para los niños, la alegría de los quince años, la música, el baile”; “Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del Ejército”. Y de Zambada: “Si me atrapan o me matan, nada cambia”; “Me pueden agarrar en cualquier momento o nunca”; “En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.

La fotografía, dice Scherer, es para probar “la veracidad del encuentro con el capo”. A mí, sin embargo, me parece que la imagen dice –literalmente– lo contrario: que es el capo quien ha querido dejar un testimonio muy público de su encuentro con el periodista.

En cualquier caso, el retrato de Scherer y Zambada captura con precisión lo que los románticos llamaban “el espíritu de los tiempos”: que la prensa no sabe, bien a bien, qué hacer con el narco; pero los narcos saben perfectamente bien lo que están haciendo con la prensa.

-- Carlos Bravo Regidor

(La Razón, lunes 12 de abril de 2010)

4 comentarios:

  1. TOTALMENTE DE ACUERDO... Y lo peor la sociedad no sabe qué hacer con los narcos pero los narcos si saben qué hacer con la sociedad...

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  2. La prensa no puede saber qué hacer con el narco porque lo único que ha hecho en los últimos 80 años es quejarse (que no es lo mismo que criticar). A ver si no les toma otros 80 años descubrir con qué se come el narco...

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  3. Francisco, 80? 80 con quejas y puras quejas (sobre la grilla, el gobierno, la sociedad, todo)? Eso no se ve. No 80. En todo ese tiempo la prensa siempre fue libre, independiente y quejumbrosa? Ay, Francisco, te equivocas.

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  4. pero... el meollo es... Debió Scherer denunciar a las autoridades para capturarlo o debió guardar una especie de secreto profesional? Esto daría para una discusión de horas muy interesante.

    carlos Portilla

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