lunes, 29 de julio de 2013

Prácticas periodísticas y democracia

La discusión sobre prensa y democracia en México ha gravitado en torno a temas como los vínculos entre los medios de comunicación y los poderes públicos, las líneas editoriales y los intereses comerciales, la concentración del mercado (sobre todo en la TV), la regulación del gasto gubernamental en publicidad, la importancia de la pluralidad en la oferta informativa o la defensa del derecho a la libertad de expresión.

El tema de las prácticas periodísticas, sin embargo, casi no ha figurado en esa discusión. Y eso es un problema.

Porque en las prácticas periodísticas, en la manera que los periodistas ejercen su profesión, se define mucho del valor que la prensa aporta a la vida democrática. ¿Cómo se investiga una historia? ¿En qué fuentes se basa? ¿Cómo se decide el ángulo que le da sentido? ¿A qué público va dirigida? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué tipo de seguimiento exige? No son preguntas teóricas ni retóricas. Son preguntas que en última instancia remiten a la calidad de la información que el periodismo genera y al llamado “derecho a saber” de los ciudadanos en una sociedad democrática.

La discusión sobre prensa y democracia tiene, pues, una dimensión propiamente periodística que se refiere no tanto a la delimitación de la autonomía relativa de la prensa frente a los intereses del poder o del dinero sino, más bien, a lo que ocurre al interior de ese ámbito relativamente autónomo: a cómo hacen periodismo los periodistas y a las consecuencias que ello tiene en la vida democrática.

Pienso en prácticas, por ejemplo, como los trascendidos, esos espacios perfectamente institucionalizados en casi todos nuestros periódicos en los que se difunden informaciones sin firma, sin fuente, sin contexto. O en lo que Gideon Lichfield denominó los dijónimos, ese vernacular del periodismo mexicano que consiste en hacer como que “la noticia no es lo que hay de nuevo sino lo que haya dicho alguien importante, aunque esa persona o cualquier otra ya lo hubiera dicho y sin importar, realmente, si es verdad o no”. O en el fenómeno, recién elucidado por Claudio Lomnitz, del uso cada vez más común del tuteo en entrevistas, de groserías en las columnas de opinión, incluso de la falta de respeto o la injuria como falsos contrarios democráticos de la vieja solemnidad autoritaria. O pienso, también, en esos mexicanísimos argüendes en los que no importa que el periodista no tenga la menor idea de un tema pues, de todos modos, le sobra furia para escribir al respecto (véase Martínez, Sanjuana y “la empresa Shale”: http://j.mp/12vDh3f).

¿Por qué existen esas prácticas? ¿Qué aportan en términos informativos? ¿Cuál es su efecto acumulado sobre la conversación pública?

¿Y por qué hemos pasado tanto tiempo sin preguntárnoslo? ¿Sin discutir la relación entre prensa y democracia desde la perspectiva de las prácticas periodísticas?

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 28 de julio de 2013

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