Hoy se cumple una semana de que el CONEVAL dio a
conocer su última medición sobre la pobreza en México (http://j.mp/16JpIdA). Aparte del retroceso con respecto a las cifras de hace dos, cuatro
o seis años, de los detalles en la información desagregada o de múltiples precisiones
metodológicas, hay un dato de largo alcance, escueto y brutal, que se impone sin
mayores elaboraciones: los niveles de pobreza en el 2012 fueron prácticamente
idénticos a los de 1994 (http://j.mp/17Wf9Fo).
La conversación pública ha respondido, básicamente, en
tres sentidos. El primero ha sido reclamar al gobierno y a la clase política. El segundo,
lamentar el magro crecimiento económico de las últimas décadas. Y el tercero, criticar
el fracaso de las políticas públicas en la materia.
Pero, ¿podemos de veras suponer que otro partido en
el poder u otros políticos, de los realmente
existentes, hubieran producido resultados muy distintos? ¿No es absurdo
asumir, como recién lo advirtió Gerardo Esquivel (http://j.mp/1cvS8wl), que un mayor crecimiento se hubiera traducido automáticamente en
menos pobreza? ¿Cuáles serían las cifras, acaso serían mejores, si no hubiera
programas como Oportunidades?
Hace falta discutir en otros términos. Porque la
pobreza tiene poco que ver con quién es el Presidente o qué partido tiene
mayoría en el Congreso, con el tamaño de la economía o con cuál es la política
social en turno. La pobreza es un fenómeno, en todo caso, más relacionado con
la estructura social que con la voluntad
de los gobernantes; que se refiere no sólo a la capacidad de generar riqueza sino
también a la de redistribuirla; y que
en última instancia se explica menos por la política social del gobierno que
por la economía política del régimen.
Desde hace tiempo, sin embargo, nos hemos acostumbrado
a discutir la pobreza desde los estrechos confines de discursos francamente despolitizadores.
Por un lado, como sugería hace unos días Soledad Loaeza (http://j.mp/13LdCOa), admitiéndola como un costo de “la empeñosa preservación de los
equilibrios macroeconómicos sostenidos en un principio de austeridad y
contracción del gasto público”. Por el otro, en función de esa prédica
filo-cristiana en la que a veces recala la izquierda, reivindicándola simbólicamente
como una reserva moral contra la codicia, la corrupción y la pérdida de
valores.
Así, embalada entre un discurso neoliberal que la
relativiza y un discurso redentorista que la enaltece, la pobreza queda
desprovista de sus antagonismos concretos, desactivada como conflicto y
finalmente domesticada como una suerte de mercancía noticiosa de la que nos
enteramos de vez en cuando, cada que se dan a conocer nuevas cifras. Suenan
entonces reproches, lamentos, críticas… y nada, la pobreza sigue sin disminuir significativa
ni sostenidamente.
El tema es pensar más allá de éste o aquel personaje público, de a cuánto asciende el
PIB o de cambiar la política social. El tema es ampliar las fronteras de lo
político, de lo que es susceptible de ser articulado políticamente.
El tema, en suma, es politizar la pobreza.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 5 de agosto de 2013.
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