La tibia respuesta que ha suscitado en Estados Unidos y Europa lo
ocurrido en Egipto exhibe la doble cara de Occidente en el tema de los valores
democráticos y la religión islámica. Por un lado, cuando grupos terroristas cometen
atentados contra gobiernos democráticos invocando el islamismo, resulta que
Islam y democracia son incompatibles. Pero, por el otro, ahora que fue derrocado
un presidente islamista democráticamente electo, resulta que su caída… tuvo
mucho apoyo popular.
Distingamos. Por
supuesto que el terrorismo islámico es contrario a la democracia. Pero no por ser
islámico sino por ser terrorismo. Y por
supuesto que la ofensiva contra el errático gobierno de Mohamed Morsi y la
Hermandad Musulmana contó con amplio respaldo social. Pero eso en nada atenúa ni
disculpa el hecho de que se trató de un golpe
de Estado.
Las reacciones
oficiales de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia, sin embargo, se
esmeraron en no llamar al hecho por su nombre. Manifestaron preocupación, dijeron
que darían seguimiento puntual a los acontecimientos en las próximas semanas,
solicitaron que se garantice la integridad física de Morsi y sus aliados, instaron
a que se respeten los derechos humanos de la población civil, invitaron a volver
lo más pronto posible al orden democrático, incluso se deslindaron de la
intervención de las fuerzas armadas en el proceso político egipcio... pero
ninguna condenó de manera clara, explícita e inequívoca, el golpe.
Más aún, hubo voces
en la prensa internacional que ni siquiera hicieron el intento de disimular. Thomas Friedman escribió que “al
observar la caída del gobierno encabezado por la Hermandad Musulmana en Egipto,
la pregunta más interesante es si algún día voltearemos la vista atrás y
veremos este momento como el principio del retroceso
del Islam político”. Tony Blair aseguró que la
intervención del ejército salvó a la democracia egipcia del caos y que “contar
con un gobierno democrático no significa contar con un gobierno eficaz. Y hoy
en día el reto es la eficacia”. O el Wall Street Journal que, en su editorial al día siguiente del golpe, concluyó que “los
egipcios correrán con suerte si los generales que ahora los gobiernan están
hechos con el mismo molde que Augusto Pinochet en Chile, quien tomó el poder en
medio del caos pero contrató reformistas pro libre mercado y supo parir una
transición a la democracia”.
Parece que de lo que
se trata, en resumidas cuentas, es de vencer al “Islam político”, de promover
“gobiernos eficaces” y de que los nuevos generales sean tan liberales y
demócratas como un dictador latinoamericano. Que de la “primavera” egipcia
florezca un nuevo y mejorado Hosni Mubarak, pues.
No hace falta
insistir en la amenaza que representan las tendencias antidemocráticas del
extremismo islámico. Pero quizás si hace falta insistir en la amenaza que para
la democracia también representa el prejuicio islamofóbico.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 15 de julio de 2013
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