Hace
unos días, curioseando en una librería, topé con un libro que reúne lo que a
juicio de sus editores fue lo mejor del periodismo de negocios en Estados
Unidos durante el último año (http://j.mp/159wGJI). Lo hojeé sin mucho interés, con la vaga
expectativa de hallar entre sus páginas historias de ejecutivos,
inversionistas, marcas, etc. Esperaba, pues, un periodismo de enfoque
francamente cortesano, blando, endogámico, muy de y para insiders. No sé, acaso porque esa es la impresión que tengo de
buena parte del periodismo de negocios que se hace en México. Lo que encontré,
sin embargo, fue otra cosa.
De
entrada, la selección abarca una diversidad temática asombrosa: desde los
desoladores estragos de la “gran recesión” hasta las sofisticadas campañas de
falso activismo ciudadano que muchas compañías echan a andar para presionar a
sus reguladores; desde el cínico modelo de negocios del periódico más
importante de la India hasta las millonarias complicaciones logísticas de una
fusión entre dos gigantes aeronáuticos; desde las escandalosas prácticas
corruptas en las industrias de autoservicios, medicinas o energéticos hasta
cómo la revolución en el análisis de datos permite a las empresas conocer a sus
clientes mucho mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos.
Y
es que si el afán de lucro es uno de los más poderosos motores de la actividad
humana, entonces en casi todas las historias puede haber un ángulo propicio
para hacer periodismo de negocios.
Otro
aspecto sorprendente es el punto de vista que asumen, desde el que están
escritos, pues, buena parte de los artículos compilados. Porque en ellos no
predomina el ethos del “hombre de
negocios”, no se concibe la economía como un ámbito del saber exclusivo para
los economistas, ni se recurre tampoco a los típicos eufemismos del vocabulario
corporativo. Lo que predomina, en cambio, es una voluntad de hablar de negocios
sobre todo desde la perspectiva de los consumidores, de representar la economía
como un fenómeno social que incumbe a todos, de hacer periodismo de negocios
para contar historias de interés público antes que para hacer relaciones
públicas.
Concluyo
ofreciendo un botón de muestra: una carta, recuperada en el libro, que una
mujer envío a un directivo de Wells Fargo
--una compañía de servicios financieros con la que tenía un crédito vencido…
“En
mayo de 2007, a los 38 años, me convertí en la primera persona de mi familia en
obtener un título universitario. Me gradué con una deuda de más de 100 mil
dólares en créditos estudiantiles. Los pagos ascendían a más de 1,100 dólares
mensuales. Mi padre, un hombre de 74 años ya retirado, fungió como aval de buena
parte esos créditos. Pero en septiembre de 2008, con el colapso de los
bancos, mi padre perdió 70 mil dólares
de su pensión.
“En
diciembre de 2009, apenas a un año de haber conseguido trabajo, fui despedida
en un recorte. Durante casi todo el 2010 no pude encontrar un trabajo estable.
En enero de 2011, se venció el plazo para pagar mis créditos estudiantiles. Los
bancos comenzaron a perseguir a mi padre por ser mi aval, arruinando su línea de crédito y cobrándose
de su hipoteca, misma que nunca había dejado de pagar.
“En
junio de 2011, mi padre contrató un abogado para tratar de arreglar pagos
proporcionales a su nivel de ingreso. En octubre de 2011, el abogado le
notificó que sus intentos habían fracasado. Mi padre me escribió entonces una
carta diciéndome que había tenido que vender su seguro de vida y rehacer su
testamento para proteger a mi hermana y a mi madrastra.
“Esa
carta me llegó el sábado pasado.
“El
domingo, mi padre tuvo un derrame cerebral.
“Y
ahora Wells Fargo lo está acosando para que pague otro de mis créditos
estudiantiles.
“Le
escribo para solicitarle que suspendan las acciones de cobro contra mi padre
hasta que yo pueda encontrar un trabajo que me permita ganar lo suficiente como
para hacerme cargo de mis deudas.
“Siempre
creí que obtener una educación era la única manera de tener éxito en la vida.
Ahora me arrepiento todos los días”.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 22 de julio de 2013
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