La Secretaría de
Salud del Distrito Federal acaba de anunciar el programa Menos sal, más salud: un conjunto de medidas que buscan reducir la
ingesta de sal entre la población. Entre dichas medidas está la de promover que
los restaurantes de la capital retiren los saleros de sus mesas. Y es que,
según el secretario Armando Ahued, muchos comensales tienen el hábito de
echarle sal a la comida sin siquiera haberla probado. De lo que se trata, dijo,
es de “hacer
conciencia” sobre el riesgo a la salud que implica el
abuso de dicho condimento.
Aclaremos: no se prohibió la sal ni dejará
de haber saleros en los restaurantes. Lo que pasa, más bien, es que ahora ya no
estarán al alcance de la mano sino que habrá que pedirlos explícitamente como
se pide un vaso de agua, más limones o la cuenta. No es una medida obligatoria,
no habrá sanción contra quien la incumpla, no viola ningún derecho ni es
expresión de una biopolítica totalitaria (como escribió, en el colmo del azote, Ramón Cota Meza).
La medida, que también se ha
ensayado en la provincia de Buenos
Aires, en un distrito de la zona
metropolitana de Manchester (en donde también se redujo el número de hoyitos en
los saleros) y
en la cadena estadounidense Boston
Market,
parece inspirada en las premisas de la economía conductual --conocida en inglés
como behavioral economics. Dicha
disciplina (que en la academia estadounidense suele considerarse un híbrido
entre economía y psicología) enseña que buena parte de nuestras decisiones no
son siempre racionales, voluntarias, ni egoístas, sino que dependen de factores
emocionales, cognitivos y sociales más amplios. Por ejemplo, nuestro estado de
ánimo, el orden en el que se nos presentan las opciones a elegir, nuestra
capacidad para procesar la información disponible, la presión de grupo, el peso
de las costumbres…
La mala noticia es que la influencia de ese tipo de factores puede llevarnos
a tomar decisiones cuyos resultados sean ineficientes según un análisis costo/beneficio.
La buena noticia es que muchos de esos factores son susceptibles de ser más o
menos manipulados para tratar de inducirnos a tomar mejores decisiones. La
ciencia demostrando lo primero e impulsando lo segundo está muy bien explicada
en el recomendable libro de Richard Thaler y Cass Sunstein Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Hapiness (Penguin Books, 2009).
Retirar los saleros de las mesas es, en principio, un empujoncito en
el sentido correcto: una medida no coercitiva y de bajo costo que puede reducir
la ingesta de sal (cómo evaluarla como política pública es una pregunta que el secretario Ahued todavía no ha respondido) y
llamar la atención con respecto a la estrecha asociación que existe entre el
exceso en su consumo y las enfermedades cardiovasculares que cobran cada vez más vidas y en cuya atención los servicios de salud
gastan cada vez más recursos.
¿Cuál es el problema?
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 8 de abril de 2013
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