Fue a principios del 2009, luego de que la revista Forbes le dedicara a México un artículo
de portada muy adverso, que a
Felipe Calderón se le ocurrió decir que nuestro principal problema no era la recesión económica ni la
“guerra” contra el crimen organizado, sino la falta de una buena estrategia de
relaciones públicas que cambiara la percepción internacional sobre México.
Y henos aquí, en 2013, con que esa percepción
internacional ya es, aparentemente, otra. México ha dejado de ser “un fracaso económico”, “el desastre que viene”, “un estado fallido”, o “el país más peligroso del hemisferio
occidental” para convertirse, ahora, en “un ejemplo”, “la querida de los
inversionistas”, “un milagro”, “la estrella económica más
prometedora del mundo”.
¿Cómo fue que la percepción internacional sobre
México dio semejante bandazo? ¿Qué cambió? ¿Cómo?
Reviso lo que se ha publicado en la prensa “internacional”
–que en México, ya sabemos, se refiere a lo que se publica en inglés más un
periódico español: Forbes, The Economist,
The New York Times, Financial Times, Foreign Affairs, The Miami Herald, Time,
The Washington Post, The Wall Street Journal y El País. Y lo que encuentro es que, salvo en un par de notas (Tim
Padgett en Time y Ron Buchanan en FT), esa nueva percepción se basa, fundamentalmente, en impresiones
demasiado entusiastas, en tendencias que no son nuevas y en una coyuntura
todavía muy verde como para inspirar semejante revuelo.
Obviemos las impresiones demasiado entusiastas tipo “el Banco Mundial estima que el
95% de la población en México es de clase media o alta”; “excepto por las condiciones
climáticas, la autopista Durango-Mazatlán tiene todo el aire de Suiza”; o “Monterrey, el Silicon Valley
mexicano”…
Repasemos, en todo caso, las tendencias –bien
conocidas, insisto, desde hace tiempo: estructura demográfica favorable, estabilidad macroeconómica, sostenido aumento de los costos de producción en China, previsible crecimiento de las importaciones mexicanas en Estados Unidos, mayor cobertura de los servicios de salud pública, nuevos patrones de consumo, declive de la ola migratoria…
Y reparemos, finalmente, en la coyuntura: en el
regreso del PRI a la Presidencia; en las reformas educativa y en
telecomunicaciones que todavía falta reglamentar e implementar; en el tan
celebrado Pacto por México; en el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo; en
que el nuevo gobierno ha decidido hacer como si la violencia se acabara dejando
de hablar de ella…
En fin, entiendo la sensación de contraste entre la desesperanza
que contagiaba el gobierno de Felipe Calderón y la disciplina que proyecta el
de Enrique Peña Nieto. Y reconozco también que este gobierno ha sabido darle su
importancia a las primeras impresiones, a cuidar las apariencias, a administrar
las percepciones. Pero, aún así, ¿no es muy prematura tanta euforia? ¿No está
el presidente Peña Nieto, todavía, apenas empezando? ¿No convendría distinguir
entre el tiempo largo de las transformaciones y el tiempo corto de las
apariencias?
¿O acaso nos vamos a creer eso de que México pasó de
ser “el próximo Irak o Afganistán” a “la nueva China” en un abrir y cerrar de ojos? ¿De veras?
-- Carlos Bravo Regidor
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