lunes, 22 de abril de 2013

De liderazgos e instituciones


En un artículo publicado hace casi veinte años, Alan Knight propuso un par de metáforas muy eficaces para dar cuenta de la paradójica historia de la presidencia de Lázaro Cárdenas (http://j.mp/11askhL). Por un lado, escribió, fue una “aplanadora”: impulsó una agenda de reformas radicales bajo un liderazgo de enorme determinación y con apoyos populares de mucho peso. Pero, por el otro, fue una “carcacha”: un vehículo que avanzó con lentitud, que sucumbió ante múltiples resistencias y no logró llegar a su destino.

Al final, advertía Knight, la carrocería del cardenismo sobrevivió (el partido, la presidencia, los ejidos, las organizaciones obreras y campesinas, Petróleos Mexicanos, etc.) pero con nuevos conductores que subieron a otros pasajeros, le cambiaron el motor y emprendieron el camino en una dirección distinta.

Una de las lecciones del cardenismo es, pues, que ni los liderazgos fuertes, ni el compromiso ideológico, ni un considerable respaldo social bastan para darle viabilidad a un proyecto reformista de largo aliento. Y es que, como supo resumirlo Patrick Iber en un comentario sobre la dinastía política de los Cárdenas (http://j.mp/ZAe8Ai), “parte de construir un Estado progresista robusto está en crear instituciones que mantengan su carácter progresista aun y cuando los progresistas ya no estén en el poder”. Ni las intenciones ni la integridad ni la popularidad de ningún dirigente son garantía de que sus políticas funcionen o perduren.

La semana pasada nos regaló una lección similar, aunque en sentido inverso. El Senado estadounidense rechazó la iniciativa del presidente Barack Obama para establecer controles más estrictos a la venta de armas. A pesar de la indignación y el duelo nacional que siguieron a la masacre ocurrida en la escuela Sandy Hook el 14 de diciembre pasado, de que una amplia mayoría de los estadounidenses estaban a favor de la medida (http://j.mp/Zcy1hm) y de que ésta no tocaba la segunda enmienda, es decir, el derecho constitucional de tener y portar armas, la reforma fue derrotada conforme a una aritmética legislativa de muy cuestionables credenciales democráticas.

Y es que, para aprobar la propuesta y evitar el filibusterismo (una táctica parlamentaria que consiste alargar la discusión para demorar o de plano evitar una votación), se necesitaban 60 votos a favor, pero sólo se consiguieron 54. Más aún, los 46 senadores que votaron en contra representan a estados que aglutinan apenas al 37.7% de los estadounidenses. Las reglas del Senado impidieron, en suma, que una mayoría de 54 senadores, representando a una mayoría del 62.3% de la población, autorizara una modificación legislativa de orden secundario (http://j.mp/12xVMRL). ¿Seguimos hablando de una democracia cuando las instituciones representativas adoptan reglas y defienden intereses contrarios a la voluntad de las mayorías?

Los casos de Cárdenas y Obama, a pesar de sus diferencias, coinciden en un punto: ambos constatan que los liderazgos tienen límites… y que las instituciones importan.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 22 de abril de 2013

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