El calendario laboral vigente en México cuenta con un total de siete
días de descanso obligatorio: 1 de enero, 5 de febrero, 21 de marzo, 1 de mayo,
16 de septiembre, 20 de noviembre y 25 de diciembre. El calendario escolar de
la Secretaría de Educación Pública agrega, a su vez, tres días más: 18 de
marzo, 5 de mayo y 15 de mayo.
Dejemos a un lado los días que no corresponden, como tales, a una
efeméride –es decir, 1 de enero (año nuevo), 15 de mayo (día del maestro) y 25
de diciembre (Navidad). Reparemos, entonces, en los años a los que corresponden
originalmente cada una de las conmemoraciones restantes. El 5 de febrero se
remite al día en que fue proclamada la Constitución de 1917. El 21 de marzo, al
natalicio de Benito Juárez en 1806. El 1 de mayo, a los mártires de Chicago de
1886. El 16 de septiembre, al grito de Dolores en 1810. El 20 de noviembre al
inicio de la Revolución Mexicana en 1910. El 18 de marzo, a la expropiación
petrolera en 1938. Y el 5 de mayo, a la batalla de Puebla en 1862. (No ahondo,
por obvias razones de espacio, en los detalles curiosos ni en las fascinantes
complejidades que hay en la historia de cada uno de esos días).
En términos generales nuestro calendario cívico se agota, pues, en tres
grandes procesos históricos: la Independencia, la Reforma (en un sentido muy
amplio) y la Revolución. Ésta última es la predominante en tanto que cuatro de
los siete días patrios la evocan directa o indirectamente. Pero, contra lo que
dice el lugar común, la mayoría no son en estricto sentido celebratorios de
hechos de armas. Tres lo son (1810, 1862 y 1910) pero los demás se refieren a
otro tipo de acontecimientos: una fecha de nacimiento (Juárez es el único
prócer al que le ha sido dado tener un día de asueto obligatorio en su honor),
una fecha constitucional, una fecha internacional (la del día del trabajo) y
una fecha relativa a una decisión presidencial que, por polémica que haya sido,
no implicó derramamiento de sangre (la expropiación petrolera).
De hecho, comparado con los de Estados Unidos (http://j.mp/1cdAjjQ), de Francia (http://j.mp/1gC3CSC) o de Argentina (http://j.mp/1eBTlFw), por poner apenas tres ejemplos, el
mexicano no parece un calendario cívico particularmente inclinado a glorificar
la violencia.
Lo que llama la atención, más bien, es que en los últimos 75 años de
historia aparentemente no ha ocurrido nada ni ha vivido nadie digno de figurar
en el catálogo de nuestras fechas patrias; que las múltiples transformaciones
que experimentó México durante la segunda mitad del siglo XX, o en la primera
década del siglo XXI, no hayan dado para recuperar algún episodio ni para
celebrar a algún personaje.
Es como si una parte de la labor simbólica de crear país se nos hubiera
acabado en 1938.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, noviembre 11 de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario